Capítulo 11

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Mérida flotaba en un mar de aguas negras... y no estaba sola.

Había... algo a su alrededor... cuerpos que flotaban inertes, que rozaban y chocaban contra ella. Cuerpos sin vida.

Cuerpos que, como ella, miraban hacia la infinita noche donde un espectáculo de luces se desataba.

La guerra explotaba en el cielo, donde los dioses colisionaban y la energía se disparaba por doquier.

Ella, la mujer con la máscara de lobo y las largas trenzas, la hermosa mujer de piel de negra y la electricidad danzante en las manos... estaba perdiendo.

La energía en sus manos mutaba y se transformaba, a veces en una espada, a veces en un escudo y tanto más... Andridi, Andridi estaba perdiendo contra los dos dioses que la atacaban sin cesar.

El mar se agitó como si fuera un vivo testigo de lo que estaba pasando. Uno de los dioses fue herido letalmente, Andridi presionó la palma contra su frente y el hombre gritó antes de ser golpeado y arrojado hacia la tierra, pero el descuido de Andridi le costó su propia herida mortal. El dios restante la envolvió en sus brazos y de repente estaban enredados y forcejeando, como si el otro intentara arrebatarle algo.

Mérida sintió la sangre caer contra sus mejillas, el olor metálico... tan humano, tan mortal.

De repente, una luz cegadora encendió el cielo, Andridi y su contrincante gritaron y entonces... silencio, silencio y oscuridad. Dos cometas se separaron en el cielo cayendo hacia la tierra.

Silencio... excepto que... no, alguien chapoteaba a lo lejos, alguien pedía ayuda mientras luchaba por mantenerse a flote. Mérida giró la cabeza sin importar que la mitad de su rostro quedara sumergida... Y vio a su padre.

Fergus luchaba, manoteaban y gritaba por ayuda, desesperado por escapar del mar pero sin éxito alguno.

–¡Papá! ¡Papá, ya voy!

Nadó hacia él, sin pensar en cómo podría salvarlo, sin pensar en nada más que llegar a él. Lo salvaría de alguna manera, lo mantendría a flote y saldrían de eso, porque era su padre y haría lo que fuera por rescatarlo.

–¡Papá, resiste! ¡Papá!

Algo tiró de su pierna y la arrastró hacia lo profundo. Manoteó desesperada, pero la fuerza era muy superior a la suya, así que pataleó y miró hacia abajo... donde Mordú la miraba con un ojo rojo lleno de odio.

Mérida se sentó de golpe, jadeando y con el corazón tan acelerado que casi podía sentirlo golpeando sus costillas.

–¿Mérida? ¿Estás bien?

Aladar se sentó a su lado y le frotó la espalda, su toque ayudó a anclarla al momento y a que su mente se despejara. Estaba en el camarote principal, estaba con Aladar... sobre el mar, no debajo.

–Una pesadilla –suspiró frotándose el rostro–. Hace mucho que no eran... tan fuertes.

–¿Quieres contarme?

No estaba segura. Era muy similar a lo que usualmente soñaba desde que había llegado a Kirán pero... Algunas cosas habían cambiado desde que visitara Sëvallar. Y eso la hacía dudar y preocuparse, si acaso era Andridi expandiendo el mensaje o era su propia mente imaginando más allá debido a las experiencias recientes.

No podía permitirse dudar, pese a que era algo tan sencillo de hacer. Era más fácil dudar de todo lo que había visto y sentido, y de esa forma no accionar, no arriesgarse a hacer nada.

"Valor, Mérida" se decía constantemente "Valor para hacer lo correcto, para dar el primer paso".

–La imagen del oso vuelve, una y otra vez –susurró mirándose las manos–. No es un temor de mi pasado... es decir, lo es, pero no es mi miedo lo que lo trae. Es algo más usándolo...

Valiente IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora