Capítulo 2

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–Aparecen en las noches de tormenta, no los ves venir, no los escuchas sino hasta que están ante ti. Todo lo destruyen a su paso y consigo se llevan a los niños que andan descalzos.

–¿A dónde se los llevan?

–Kirán, su reino, perdido en el mar que sólo ellos pueden encontrar en una ciudad que se alza sobre las montañas bajo el resguardo del dios del trueno.

"Allí, los niños cambian, crecen y aman, pero siempre cambian. Y al regresar a casa no son más que un recuerdo de lo que solían ser, detrás de sus ojos puedes ver que ya no existen canciones de su gente ni hay amor por los cuentos ausentes.

–Entonces... ¿qué son?

–Inquisidores.

El trueno resonó en toda la habitación y el relámpago compañero iluminó cada rincón. Mérida chilló y se escondió debajo de las pesadas mantas de su cama mientras la anciana a su lado reía.

–Nana, espero que no le estés llenando la cabeza con tus cuentos otra vez.

La reina Elinor entró al cuarto y ni bien vio el bulto en la cama suspiró, lanzó una mirada de reproche a la anciana y fue a confortar a su hija.

–Es la tormenta –se justificó la abuela retirándose lentamente.

Los rizos rojos asomaron de entre el refugio de sábanas, Elinor sonrió llena de amor.

–¡Hay tormenta! –exclamó Mérida–. ¡Mamá! ¡Hay tormenta! ¡Y estoy descalza! ¡Los Inquisidores vendrán por mí!

–Shh, nada de eso. Es sólo una leyenda que nana cuenta para asustarte y que no andes descalza.

–¿Segura?

–Segura.

–Pero... siempre dices que las leyendas son lecciones, que tienen un fondo de verdad.

Elinor sonrió orgullosa a su pequeña. Se recostó a su lado y la envolvió con sus brazos sin importarle si su peinado se arruinaba o su vestido se arrugaba.

–Quizás, pero ahora es una leyenda y nadie vendrá por ti, descalza o no.

Mérida se acurrucó contra su madre.

–¿Mamá?

–¿Sí?

–Yo no me olvidaría.

–¿Qué cosa?

–Todo... nada. Si me llevaran, yo no olvidaría nuestras canciones ni nuestros cuentos. No olvidaría que soy una Dunbroch.

Mérida abrió los ojos lentamente y giró en la cama ante la claridad en el cuarto, el sol le aguijoneaba los ojos. Enterró la nariz en la almohada y en cuanto respiró el aroma de la funda se sentó de golpe. Algo mareada, miró alrededor... estaba en una amplia habitación ornamentada de manera muy sutil; había grandes ventanales cubiertos con delgadas cortinas blancas, flores por doquier y la cama era muy mullida con sabidas en rosa pastel.

"No estoy en casa... Todo es real. La tormenta es real."

Ella misma vestía un camisón del mismo color, lleno de volados y detalles absurdos para una prenda que se usaba para dormir. Su cabello estaba aprisionado en una intrincada trenza en cuyo extremo había un lazo... no, un moño.

Hizo un recuento de sus heridas y fue tocando en donde la habían colocado vendas y parches. Excelente atención médica sin duda, pero no le extrañaba, ella también cuidaba de las yeguas que compraba para los establos ¿verdad?

Valiente IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora