El bosque se sentía diferente, de eso no había dudas. O quizás era que Elinor había quedado susceptible al ánimo del lugar después de su transformación años atrás. Después de ser parte de ese ambiente y de casi perderse para siempre en él, sentía que había quedado parcialmente conectada al bosque.
El bosque estaba triste, una oscuridad constante se cernía sobre él, las aves no cantaban como antes, los árboles habían dejado de conversar entre sí, los fuegos fatuos deambulaban sin sentido... el bosque lloraba y nada tenía que ver la sangre que se había derramado a sus pies, sino la ausencia de alguien en especial.
Elinor siempre supo que su hija era especial, que era diferente, y que de haber nacido en un reino diferente se hubiera convertido en... una líder, una leyenda, una reina... Una reina diferente a Elinor, quien era muy consciente de su frágil posición, su temporal posición más bien.
Los trillizos tenían doce años, dos años más bastarían para que los lores presionaran para que contrajeran matrimonio, y en cuanto eso sucediera un joven rey de catorce años ascendería al trono. Y no estaban preparados, ninguno lo estaba. Elinor ya podía imaginar la batalla constante que sería mantener a los buitres detrás, para ser ella y la gente de confianza quienes aconsejaran al joven rey, y no aquellos que tuvieran una agenda propia.
Elinor desmontó de su caballo frente al círculo de piedras, el nervioso animal dio un par de pasos hacia atrás, ella no lo detuvo. Caminó dentro del círculo, el aire frío de la noche anclándola al momento impidiendo que su mente viajara hacia el pasado, cinco años atrás, hacia la última vez que estuvo allí. Lo que ocurrió allí, pese a la tragedia no había marcas, no había señales ni recordatorios más que la enorme roca en el suelo... pero no había sangre, no había huesos, no había nada que llamara a pesadillas. Nunca las había tenido en realidad, en contra de todo pronóstico, no había vuelto a pensar en esa noche, en la transformación que vivió, en todo lo que estuvo a punto de perder, ni en la terrible batalla, no. Esa noche ocurrió y quedó en el pasado, y nunca tuvo la necesidad de visitarla.
Envuelta en una pesada capa negra, avanzó lentamente hacia la pequeña figura azul brillante que apareció de repente. Contuvo el escalofrío, pues aunque fascinantes, seguían siendo espeluznantes. Había todo tipo de leyendas escabrosas sobre los fuegos fatuos, todas terminaban en algo malo para quien seguía a las engañosas luces... Pero eso no podía ser una coincidencia.
Recordaba el camino hacia la casa de la bruja, pero no había querido tomarlo... no sin invitación. Había ido todas las noches al círculo de piedras esa semana, esperando paciente, marchándose sin novedades, hasta ese momento en la séptima noche en que el fuego fatuo se manifestó y le mostró el camino hacia la casita en el bosque.
La puerta estaba abierta, la casita era acogedora. No se parecía a lo que Elinor había visto años atrás, quizás porque en ese momento el lugar había estado deshabitado.
Frente a la chimenea, una pequeña mujer de enrulado cabello blanco retiraba una tetera para servir agua en dos tazones.
–¿Té? –ofreció.
–Por favor.
Elinor se quitó la capa y tomó asiento en una de las dos mecedoras junto al fuego. Llevaba el cabello en un tieso peinado recogido, bien sujeto por cintas doradas que acompañaban el serio vestido negro... pues aún seguía de luto, y probablemente siempre lo estaría.
–Te tomaste tu tiempo en venir a verme, Majestad –dijo la bruja entregándole una taza humeante–. Siete meses... ¿qué cambió?
–Mis hijos y el reino me necesitaban, no podía darme el lujo de... tener esperanza. Ya fuera que la destruyeras o alimentaras, no podía enfocarme en... en Mérida y su paradero.
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Valiente II
FantasyHan pasado 5 años desde que Mérida Dunbroch se plantó frente a los clanes y defendió su mano. En la víspera deben cumpleaños, rodeada de amigos y familia, celebrando como siempre... una tormenta se desata trayendo consigo el rugir de la guerra. Un a...