–Aparecen en las noches de tormenta, no los ves venir, no los escuchas sino hasta que están ante ti. Todo lo destruye a su paso y consigo se lleva a lo niños que andan descalzos.
–¿A dónde se los llevan?
–Kirán, su reino perdido en el mar que sólo ellos pueden encontrar en una ciudad que se alza sobre las montañas bajo el resguardo del dios del trueno. Allí los niños cambian, crecen y aman, pero siempre cambian, y al regresar a casa no son más que un recuerdo de lo que solían ser, detrás de sus ojos puedes ver que a no existen canciones de su gente ni hay amor por los cuentos ausentes.
–Entonces... ¿qué son?
–Inquisidores.
–Nana –interrumpió Elinor– espero que no le estés llenando la cabeza con tus cuentos otra vez.
–Es la tormenta –se justificó la anciana retirándose lentamente.
–¡Hay tormenta! –exclamó Mérida asomando de su escondite entre las mantas–. ¡Mamá! ¡Hay tormenta! ¡Y estoy descalza! ¡Los Inquisidores vendrán por mí!
–Shh, nada de eso. Es sólo una leyenda que nana cuenta para asustarte y que no andes descalza.
–¿Segura?
–Segura.
–Pero... siempre dices que las leyendas son lecciones, que tienen un fondo de verdad.
–Quizás, pero ahora es una leyenda y nadie vendrá por ti, descalza o no.
–¿Mamá?
–¿Sí?
–Yo no me olvidaría.
–¿Qué cosa?
–Todo... nada. Si me llevaran, yo no me olvidaría nuestras canciones ni nuestros cuentos. No olvidaría que soy una Dunbroch.
Elinor sonrió acariciándole la nariz, la arropó bien y la acurrucó contra su regazo, deslizando los dedos entre los rebeldes cabellos rojizos.
–¿Mamá?
–¿Y ahora qué?
–¿Y si realmente tuviera una lección esa leyenda? De los Inquisidores... es porque es cierto y... ¿cuál sería la lección?
–Supongo que hay gente mala y cruel, sí, pero que también hay quienes luchan contra eso. Quienes enmiendan el camino, ayudan a otros, se sacrifican por el bien común. Porque quienes estamos más arriba tenemos que ayudar a los que están más abajo.
–Para que todo estemos en el mismo lugar –repitió obediente.
–Exacto –sonrió Elinor.
–¿Mamá?
–¿Queeeee? –casi rió.
–Cántame la canción.
–¿Qué canción, Mérida?
–La de la niña del sol.
Elinor negó con la cabeza, resignada, pero aun así entonó aquella canción de cuna que a Mérida tanto gustaba desde muy pequeña.
–El sol se sentía solo, solo estaba rey en su trono. Su reina, la luna, gobernaba las noches y los mortales le rezaban. Pero el sol, aunque cálido y protector, era imposible de ver, los mortales lo amaban pero le temían y de su luz sus ojos escondían.
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Valiente II
FantasyHan pasado 5 años desde que Mérida Dunbroch se plantó frente a los clanes y defendió su mano. En la víspera deben cumpleaños, rodeada de amigos y familia, celebrando como siempre... una tormenta se desata trayendo consigo el rugir de la guerra. Un a...