Capítulo 7

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7

La gente de Kirán festejaba el desfile. Desde los balcones dejaban caer pétalos de flores, en las calles vitoreaban y aplaudian el paso de la familia real. Pero especialmente celebraban al momento de ver pasar el segundo carruaje. El príncipe heredero desfilaba con su prometida, con la princesa de fuego en persona.

El cabello de Mérida flameaba con el viento y brillaba con el sol, largo y rebelde, de un color que hacía justicia a su leyenda. Leyenda que todos sabían era una realidad , porque ya no eran sólo cuentos que venían de tierras lejanas.

Los soldados del castillo hablaban de la jovencita entrenando con ellos, de su gran habilidad como guerrera pese a no haber crecido con ningún tipo de entrenamiento adaptado a sus capacidades. El maestre Hellstrom  aún contaba el relato de la cacería del shika, del increíble e imposible disparo que la princesa había hecho en un barco en movimiento.

La gente misma conocía a Mérida de todas esas ocasiones en que Erika la había llevado a pasear a la ciudad. Habían hablado con ella, habían tomado sus manos e interactuado con quien era realmente.

El pueblo se regocijaba al ver el paso de la familia Real, al ver al futuro rey y la futura reina, y veían grandeza en la nueva adición a la familia. Veían que la Corona se beneficiaba y por tanto, Kirán estaría en buenas manos por una generación más.

–Te aman –dijo Aladar a su lado–. Y te amarán aún más cuando gobiernes a mi lado.

Ella sonrió y asintió, miró a los lados alzando la mano libre para saludar a la gente y se aseguró de que su incomodidad y nerviosismo no se notaran. No sabía cómo sentirse respecto a… todo eso.  El desfile, los festejos y mucho menos con la reacción de la gente. Suponía que siempre debería ser así, que el pueblo celebrara a quienes iban a liderar… pero al mismo tiempo era consciente de que el amor de las masas era un arma de doble filo.

–¿Aladar?

–Dime.

–¿Nos casaremos antes o después de caminar el pasillo de los dioses?

–Antes.

–¿No debería ser después?

Él la miró confundido y ella le apretó la mano.

–Es decir… si nos casamos primero y yo no regresó del pasillo…

–¡Regresarás!

–¿Pero si no lo hago? ¿Serás viudo el día de tu boda?

Aladar frunció el ceño, preocupado de repente. Mérida  se mordió los labios y le acarició  la mano con el pulgar.

–Siempre se ha hecho así –protestó él–. Te garantizo que serás una de nosotros.

–Aladar…

–¿Qué ocurre?

–Estamos  a casi un año y yo no… No me siento parte de ustedes. Francamente estoy contando los días para poder entrar al árbol y… reunirme con mi padre en el otro mundo.

El rostro del muchacho se desfiguró completamente y Mérida  lo abrazó de inmediato. A su alrededor la gente vitoreó emocionada, completamente ignorante de la conversación que los jóvenes estaban teniendo.

–Dime que quieres vivir, por favor –suplicó aferrado a ella.

–Lo intentaré, pero… No podemos ser ingenuos –susurró ella frotándole la espalda–. No me hagas el motivo de tu dolor, no me dejes convertirte en viudo el día de nuestra boda.

Valiente IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora