Boo caminaba lento -muy lento- por el bosque. A su edad demandaba que todo ser vivo (y ni tanto) le tuviera paciencia. De por sí era un gran logro que se desplazara por sí sola de un lugar a otro en ese terreno irregular, no se le podía pedir velocidad.
Realmente no había pensado bien a la hora de construir su cabaña en una zona en declive, ¿pero quién piensa en lo que serán los caminos al llegar a la vejez? Todo quedaba cuesta arriba, todo.
Debería haber sabido que los espíritus demandarían mucho de ella en algún momento. Pero en su defensa, no se había creído capaz de vivir tantos años ni viajar por tantos mundos. No había pensado que tantas puertas se abrirían, y por momentos anhelaba abrir una que la regresara al principio de todo para empezar de nuevo. Pero pocos mortales tenían esas oportunidades, y más que una chance de reinicio, eran pruebas de carácter. La vida en sí era una constante prueba a la voluntad y el espíritu de las personas.
El graznido de su cuervo en lo alto la hizo resoplar.
–Ya voy, ya voy. Hago lo que puedo con estos viejos huesos.
Llegando a lo alto de la colina podía ver las sombrías figuras de las piedras, los tótems que formaban un amplio círculo, lugar sagrado de invocación y rituales. Un lugar que había visto mucho y que podía llevar a que otros vieran más allá. Los animales le temían, se mantenían lejos y con justa razón, pues las energías que se movían en ese círculo eran intensas y peligrosas si acaso no eran bien direccionadas. El destino de muchos podía cambiar sólo por entrar inadvertidamente a ese sitio.
La noche estaba completamente despejada, la luna amarilla y las estrellas resignadas a competir con su brillo. Sin duda, era una noche que invitaba a la magia y las revelaciones.
Boo se apoyó trabajosamente en su bastón y terminó de trepar la colina, el círculo de piedras esperaba y en su interior... se encontraban dos jovencitas. Lo imposible, lo inevitable estaba allí, y Boo no podía más que reír para sus adentros, feliz de haberse equivocado en sus presagios.
–Oh cuánto me alegra equivocarme –sonrió avanzando–. Princesa Dunbroch, bienvenida a casa.
Mérida Dunbroch la miró con el ojo sano, y Boo estremeció disimuladamente al ver el daño en el lado izquierdo de su rostro... cuasi profético, sin duda. Pero el cambio era más que físico. La princesa llevaba cargas, cargas de poder y conocimiento, estaba en un camino inevitable cuyo destino ponía en juego... todo.
–Nunca supe tu nombre –dijo Mérida.
–Nunca lo necesitaste. Y ahora no es la excepción. Estoy a tus órdenes.
–¿Los fuegos te trajeron aquí?
–Sabes que sí.
La princesa asintió con un suspiro, tomó de la cintura a la otra muchacha y la ayudó a caminar hacia el centro del círculo donde una de las grandes rocas había caído hacía años, quitándole la vida a Mordú, liberando al gran príncipe de su prisión de ira.
Mérida se quitó el colgante del cuello, el que Érika le había dado hace tiempo, el escudo de su familia y de Andridi... y lo colocó sobre la piedra.
–Necesitamos saber la verdad. La verdad de algo que tú misma... o quizás una versión de ti, me dijo no hace mucho.
–Ah... –sonrió Boo mirándose las raquíticas manos–. Hay muchas versiones de nosotras, tantas versiones como puertas que nos llevan a ellas.
–Sabes de qué hablo.
–Quiero escucharte decirlo.
Mérida respiró hondo, acarició la piedra, las formas que quién sabe qué pueblo había tallado y enfocó ojo sano en la bruja.

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Valiente II
FantasiaHan pasado 5 años desde que Mérida Dunbroch se plantó frente a los clanes y defendió su mano. En la víspera deben cumpleaños, rodeada de amigos y familia, celebrando como siempre... una tormenta se desata trayendo consigo el rugir de la guerra. Un a...