Capítulo 8

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Boo llevaba muchos años en esa tierra, más años de los que podía dar cuenta. Había caminado bosques, ciudades y ruinas, había visto muchos tipos de gobiernos, monarquías caer y alzarse, guerras ganarse y perderse, alianzas romperse y construirse.

Boo había viajado por algo más que la tierra como la conocían el resto de las personas, pues desde muy pequeña conocía el secreto de las puertas que guiaban a otros mundos e incluso a otras épocas.

Por esto mismo, por su conocimiento  y experiencia, Boo sabía que algo se había agitado en el universo desde el momento en que la princesa Dunbroch fue raptada. Los espíritus tenían planes para la chiquilla, y los espíritus no se manejaban con la reglas del cosmos o el tiempo, no, ellos veían un desequilibrio a su manera y en su infinita sabiduría (o quizás humor) trataban de solucionarlo.

La anciana bruja se sentó frente al fuego con una taza humeante entre las raquíticas manos, y contempló las llamas intentando ver más allá. Porque algo le estaba bloqueando la visión, algo no dejaba que entreabriera esa puerta y que viera lo que el destino deparaba para Mérida. Oh pero era algo grande, algo mucho más importante que simplemente conquistar un reino o traicionar a su gente, no, el destino la estaba llamando para algo que podría destruir el mundo.

La bruja dio un sorbo a su té y separó el dedo índice, la puerta de entrada se abrió bruscamente dejando al niño con el puño en alto.

–Pasa, joven príncipe. No son épocas para que vayas solo por el bosque.

El chiquillo se adentró en la casa, la puerta se cerró por sí sola pero el pequeño valiente no se sobresaltó. La bruja sonrió señalándole el asiento donde meses antes la reina había estado.

Largo y enclenque, rizos rojos y descontrolados en su cabeza, brillantes ojos azules y un rostro salpicado de pecas. Los genes de Fergus eran fuertes, todos sus hijos habían resultado iguales a él. En un par de años, los trillizos tendrían el crecimiento de la adolescencia y se convertirían en hombres grandes y fuertes como había sido su padre. Por ahora no eran más que rojas ramitas, frágiles ante los vientos del cambio que azotaban su mundo.

–¿En qué puedo servirle, príncipe Harris?

–¿Cómo… cómo supo cuál soy? –preguntó incrédulo.

–Oh, esta anciana ve con otros ojos. Y yo te veo muy diferente a tus hermanos. Por cierto ¿cómo se encuentran?

–Hamish aun no despierta –contestó con pesar–. Hubert… su pierna está mejor pero últimamente se queda todo el día en la cama.

Y él… bueno, podía ver los moretones que lentamente estaban desapareciendo. Frías manchas que iban del azul al verde en todo rincón visible de su pequeño cuerpo. Ese chiquillo había sido atacado, les habían disparado a matar en sus propias tierras, y sin embargo, había tenido el valor de escapar del castillo para ir a verla… o quizás era tal la desesperación que ningún trauma podría detenerlo de buscar ayuda.

–No puedo traer a tu hermana de regreso –tuvo que adelantarse–. Está demasiado lejos para mis capacidades.

–No, no es eso. Mamá nos dijo… –respiró hondo–. Dijo que Mérida está muerta. Entiendo que aun para ti es… El más allá es muy lejos.

–Oh… ¿te dijo eso?

–¿Sí?

La bruja asintió y lo miró indicando que continuara. No iba a cuestionar las decisiones de la reina, si quería decirles eso a sus hijos para que cerraran ese ciclo… estaba bien, quizás realmente era lo mejor.

–Quiero que me conviertas en… en alguien como mi padre. Quiero ser fuerte y valiente, quiero ser un gran rey y proteger a mi familia de todos los monstruos.

Valiente IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora