Decir que las costas de Kirán se habían teñido de rojo no era una exageración. La matanza indiscriminada de shikas estaba dejando una huella imborrable y peligrosa, pues después de muchos años el pueblo comenzaba a hacer preguntas.
Sí, agradecidos en un comienzo al saber que los mares estaban siendo protegidos activa y agresivamente, que los pescadores podían salir y regresar a salvo sin importar que tanto se aventuraran en el océano... pero conforme los días pasaban y más bestias eran arponeadas, mientras más barcos de la milicia llegaban cargados de cuerpos, la gente comenzó a preguntarse de dónde salían tantos shikas.
Había leyendas que nada tenían que ver con la verdadera naturaleza de los monstruos pero que habían explicado su existencia. La maldición de Dulgarä era la simple y permanente explicación, pero por años habían corrido los rumores ilógicos y terribles, claro, que la corona siempre había desmentido... ¿pero qué tal si...? Qué tal si la corona tenía algo que ver, qué tal si la inexistencia de pobres, locos y vagabundos podía ser explicado con una purga, qué tal si los shikas eran más que monstruos, si habían sido algo más que monstruos... Qué tal si?
Oh la pregunta comenzó a multiplicarse, a correr entre las calles y a propagarse con increíble facilidad.
Selene nunca había permitido tal cosa, tal descuido, no en todos los años que llevaba con una mano en el trono. Como reina, como consejera o cual fuera la identidad conveniente en la época que vivía. Siglos había manipulado la corona de Kirán, las verdades que convenían a su narrativa, a su plan para liberar a Dulgarä, y por siglos había sido cuidadosa y constante, paciente ante todo. Pero ya no más, el tiempo se había agotado; la desaparición de Aladar con los Inquisidores y Mérida era una advertencia, una que no dejaría pasar sin consecuencias.
Si el pueblo hablaba o sospechaba, poco le importaba a ella... no mientras veía el capullo violáceo agujerarse lentamente, desintegrarse ante la magia que se partía con el sello, la magia de Zekiel muriendo junto a cada shika, y la libertad de su hermano más cerca.
Selene... Andridi alzó la mirada al techo, al domo partido en pedazos por donde un milenio atrás vio caer a su hermano y lo creyó muerto, oh, aun recordaba esa noche, el mar negro se agitaba, la atmósfera electrificada con magia, los cuerpos de quienes alguna vez ferrón su familia, su clan... flotando en el agua, y Zekiel peleando, la maldita peleando hasta el final.
Nunca fue fácil vivir bajo su sombra, vivir a la altura de su nombre y legado, sus malditas reglas y códigos de honor. Seres tan poderosos como los lobos de Hala teniendo que contener su magia y servir al bien común de humanos simplones, cuando el mundo podría haberles pertenecido.
¿De qué servía el poder si no podía haber libertad? Zekiel nunca lo entendió, ella y sus preceptos, falsa diosa y profeta. Oh, Andridi no cabía en su odio, ni entonces ni ahora.
–Nunca fuimos suficiente para ella –susurró mirando la prisión de su hermano–. No como Kenna ¿recuerdas? Oh, porque yo sí, lo recuerdo demasiado bien. Dolorosamente bien.
Recordaba a la hija del sol, alta y hermosa, su bello cabello enrulado y sus ojos dorados como el astro en sí. La recordaba haciendo una profunda reverencia a Zekiel, bolso en mano, espada en la cadera y dando media vuelta para abandonar Sëvallar para siempre. Para recorrer el mundo y enseñar los preceptos de Hala, transferir la magia controlada e inspirar a otros. Kenna tenía permitido hacer lo que nadie más podría... jamás.
–¡¿Por qué ella!? –le demandó Andridi aquella vez–. ¡¿Por qué ella sí y yo no?! ¡¡Soy tu sangre, soy tu hija!!
–Porque confío en ella –fue la respuesta, seca y directa.
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Valiente II
FantasíaHan pasado 5 años desde que Mérida Dunbroch se plantó frente a los clanes y defendió su mano. En la víspera deben cumpleaños, rodeada de amigos y familia, celebrando como siempre... una tormenta se desata trayendo consigo el rugir de la guerra. Un a...