EPÍLOGO

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Mérida Dunbroch nunca se había pregundado qué había después de la vida. En su cultura, los justos y dignos atravesaban el extenso mar para llegar a una tierra prometida donde la vida llena de paz y dicha continuaría. Pero después de muchos acontecimientos recientes... ya no estaba segura de qué creer.

Mérida flotaba en la oscuridad, se sentía... hueca... vacía... como si su cuerpo se hubiera vaciado de todo rastro de vida y alma. Pero no podía ser... porque estaba pensando, estaba imaginando y podía sentirse flotando en la nada misma... Pero estaba... vacía.

"Érika está llorando..."Pensó... aun podía escuchar el grito desgarrador surcando los lugares ya huecos de su ser.

Se sentia como una muñeca de porcelana, vacía, resquebrajada... olvidada.

–¡¡MÉRIDA!!

Y despertó de golpe. Jadeante y asustada, pataleó tratando de liberarse de aquello que se enredaba entre sus piernas y terminó perdiendo la batalla... cayendo de la cama enredada entre las sábanas.

–Ay, hija –suspiró Elinor desde la puerta–. Siempre has sido tan desordenada hasta para dormir. Alístate y ven a desayunar.

–¿Eh?

Elinor se detuvo y la miró preocupada, luego sonrió maternal y se acercó hasta estar arrodillada a su lado, le retiró los enrulados cabellos del rostro y ayudó a liberarse de las sábanas para ambas ponerse de pie. Le dio un beso en la frente apretándole los mofletes.

–Has de seguir muy dormida como para no quejarte por eso.

–Eso... creo...?

–Vístete. Te separé el vestido que te gusta.

–¿Y papá? –preguntó rápido.

–Esperando por la agasajada, claro. Feliz cumpleaños, cielo.

Dicho esto, la reina se retiró dejando a una confundida y acelerada Mérida sola en su habitación. 


¿Estaba pasando otra vez? Había regresado a ese condenado día una vez más ¿qué decisión debía tomar ahora? ¿cuántas veces iban a poner a prueba su voluntad?

–¡Maldición! –exclamó llevándose las manos a la cabeza– ¡Au!

Con cuidado, retiró la mano pues acababa de darse un interesante tirón en el lóbulo de la oreja. 

Llevó la mano despacio y tanteó... y corrió pronto hacia el espejo de cuerpo entero en la pared. En su oreja había un pendiente... un pendiente que conocía muy bien.

–¿Qué...?

Su ojo... podía ver y su mejilla no tenía las heridas que ella misma se había hecho. Era como si nada hubiera ocurrido, como si la prueba se repitiera... ¿pero por qué conservaba el pendiente?

–¡Mérida, date prisa! ¡Los clanes están llegando! –llamó su madre desde el pasillo.

–Los clanes... sí... ellos venían a mi cumpleaños, y...

¿Y qué debía hacer ahora entonces?

Se vistió rápidamente y arregló su cabello muy por encima, se dejó el pendiente en la oreja y bajó las escaleras a los saltos. En la entrada del castillo ya esperaba su familia a caballo, Angus estaba ensillado aguardando por ella. Mérida montó de un salto y miró agitada a su familia, quienes la observaban como si le hubiera crecido una segunda cabeza.

–Se vuelven más inestables con la edad –dijo Hubert

–Espero que no seamos así a los 21 –asintió Hamish.

–Oh vamos, seguro sigue dormida –rió Harris– ¿Mer? ¿Estás con nosotros?

–Yo... eso creo.

–Han de ser los nervios –suspiró Elinor taloneando a su caballo para avanzar– Ha sabido de este día por años, no me sorprende.

–¿Éste día...? –repitió Mérida.

–Uhhhh cierto, el día en que tu amooooouur finalmente tocará nuestras costas –se mofó Harris–. Por cierto, págame.

–Ash... realmente nunca pensé que llegaría el día en que todas esas cartas de amooouur realmente concretarían algo –masculló Hamish lanzando una moneda a su hermano.

–Cartas... de amor... –repitió Mérida preocupada.

–El Rey de Kirán estará contento, y yo también –sonrió Fergus.

Mérida no pudo más, taloneó a Angus y agitó las riendas. El percherón salió al galope de inmediato dejando muy atrás al resto de la comitiva. El corazón de la princesa latía tan rápido como las poderosas patas del caballo golpeaban la tierra descendiendo hacia los muelles, y por el camino ya podía ver los cuatro navíos acercándose desde el horizonte, cada uno con un estandarte y banderas que los identificaban. Dingwall, Mcintosh, McGuffin... Kirán.

El Rey de Kirán... cartas de amor... el pendiente... Eso no era un sueño ni una segunda prueba, ese era un nuevo comienzo.

–Aladar...

Angus no terminó de detenerse para cuando Mérida se apeó de un salto y corrió por la pasarela del muelle. Los soldados Dunbroch ya habían dispuesto todo alrededor para recibir a los invitados, pero Mérida sólo tenía ojos para el barco más grande, para el galeón de Kirán que pronto atracó y dejó caer su ancla. Marinos descendieron, tiraron de las sogas y aseguraron el barco antes de desplegar la plancha para que los pasajeros de honor descendieran.

La comitiva de Kirán era colorida y elegante, descendieron todo tipo de personas bien vestidas cargando estandartes y banderas del reino, y ni bien vieron a Mérida hicieron sus respectivas reverencias, pero ella no podía perder tiempo en modales mientras se ponia en puntas e intentaba ver entre la multitud por algún rostro conocido o algún par de ojos grises anhelados.

"No es una prueba, no puede serlo..."

La corona fue lo primero que vio, la corona custodiaba por seis soldados bien armados y con excelente postura. Y luego la larga cabellera negra apresada en una trenza, los ojos grises, el rostro apuesto, el torso ancho y los atavíos reales. Aladar era Rey, el Rey de Kirán.

–Princesa Dunbroch –dijo al estar frente a frente, ni un ápice de reconocimiento en sus ojos–. Es un placer verla en persona finalmente.

–S-sí... Majestad –sonrió triste haciendo una reverencia–. Gracias por venir.

–Jamás me perdería tan importante acontecimiento. La unión y colaboración de nuestros reinos es sumamente importante para mi familia.

–Y para la mía, no lo dude.

Miró hacia un costado escondiendo el escozor de las lágrimas en sus ojos. Aladar no la reconocía... porque no la conocía. ¡Pero eso no podía ser otra prueba! No podía sobrevivir a algo así otra vez.

–El destino es realmente curioso ¿no crees, Princesa?

–¿Eh?

Aladar le sonrió y dio un paso al frente, alzó una mano acariciándole la mejilla (algo que su comité se esforzó por omitir mirando hacia un lado con pudor) y luego deslizó los dedos hacia el pendiente en su oreja.

–¿Aladar?

Él le guiñó un ojo y siguió avanzando, a tiempo para estrechar el fuerte apretón de manos que Fergus le ofreció, tan jovial e informal como siempre. Mérida lo miró confundida y luego se giró nuevamente hacia el barco... y vio una larga melena rubia agitarse con el viento, ojos grises que la miraban fijamente, un pendiente gemelo al suyo colgando de su oreja y una enorme sonrisa que hablaba del destino hallando su camino.

FIN

Valiente IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora