11

395 33 4
                                    

────── ──────

Raquel


La decepción es el sentimiento que predomina en mí desde aquel día en el hospital.

Mi propia hija, sangre de mi propia sangre. La que se suponía que debía ser una mujer ejemplar, buena y con dignidad terminó siendo la mayor vergüenza de toda la familia. Jamás creí que Atenea tendría algo con su primo, es más, si alguien me lo hubiese contado no lo creería. Por ello el impacto que me provocó eso fué tan fuerte que estuve a punto de tener un infarto. 

Está más que claro que ninguno de los dos pertenecen a los Weller. Todos siempre hemos sido una familia ejemplar, respetada por nuestros valores y admirada por la lealtad que nos tenemos entre nosotros. En cambio ellos demostraron carecer de cualquier tipo de pudor y moral cuando cometieron ese gran pecado.

Dios creó al hombre para la mujer y a la mujer para el hombre. Para que procrearan, para que tuvieran hijos y forjaran lazos inquebrantables. Pero jamás alegó que estuviera permitido la unión carnal y el supuesto 'amor' entre personas del mismo árbol genealógico.

Hoy agacho la cabeza avergonzada de lo que salió de mis entrañas. Me duele saber que perdí a mi hija de la forma que jamás imaginé, pero es peor saber que terminó siendo completamente diferente a cómo su padre y yo la educamos.

Siempre nos esforzamos porque creciera en un ambiente tranquilo. Un lugar en dónde pudiera aprender las cosas básicas de la vida; el amor incondicional hacia los tuyos, que no se debe ayudar a todo el mundo porque no sabes cómo te podrán pagar en un futuro, que la droga es un pecado y amar a tú mismo sexo también porque eso no fué lo que asignó Dios.

Pero al parecer lo entendió todo mal.

Sonó el timbre de la casa.

—¿Esperas a alguien, William? —le pregunté a mi esposo. Él dejó el periódico encima de la mesa de centro y me miró.

—No, ¿y tú? —negué con la cabeza. Es raro estar recibiendo visitas porque nosotros nunca las tenemos si no son programadas con antelación.

—Iré a abrir. —Dejé el delantal encima de la isla de la cocina y caminé hacia la puerta de la entrada de casa sin apuro. Abrí la puerta a penas llegué y la imagen que me topé delante de mí fué demasiado fuerte para mí.

Atenea con el maldito drogadicto de Jason, ambos tomados de la mano delante de nuestra puerta. Con una expresión de seriedad y a la vez calidez que me dejó atónita. Miré a la que se hacía llamar mi hija de la cabeza a los pies, como analizando si aún le quedaba vergüenza y dignididad, pero creo que no. Ya no tiene ni un mísero gramo de toda la decencia que le inculqué a lo largo de toda su vida.

—¿Qué hacen ustedes dos aquí? —pregunté intentado controlarme. Las ganas de darle otra cachetada invadieron mi cuerpo al volver a ver las manos de ambos tomadas. Con fuerza. Cómo si en verdad se amaran.

—¿Podemos pasar? —preguntó Atenea.

—No —zanjé—. Esta ya no es tu casa y ni tú ni este son bienvenidos.

—Raquel, créeme que mi intención no es tomar el té contigo. —me respondió el mal agradecido de Jason— Así que con educación te pido que nos dejes pasar y nos vamos lo antes posible. Nosotros tampoco tenemos ganas de estar aquí.

—¿Quién era Ra...—Mi esposo se detuvo al ver la imagen frente a él. Observó con cautela a ambos y cuando salió del estado de shock logró vociferar una frase— ¿Qué rayos hacen ustedes aquí? Lárguense.

PERMITIDO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora