Capítulo XV

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Capítulo XV

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Capítulo XV

"Shock"

Cuando Natasha despertó, no sabía muy bien donde estaba. Pestañeó pesadamente, creyendo por un momento que aún estaba en su cama. Por eso, cuando sintió una respiración a su espalda, se sobresaltó brevemente. El brazo pesado y firme de Steve reposaba sobre su cintura, podía sentir el calor de su cuerpo contra su espalda y su aliento cálido acariciando su nuca. Así que no lo había soñado. Sonriendo sin poder evitarlo, se acurrucó más contra él. Sabía que pronto tendría que levantarse, que la esperaba una larga jornada por delante, pero, en ese momento, no tenía ganas de moverse de ese sitio cálido y seguro que eran los brazos de Steve. Él despertó con el suave movimiento de la mujer a su lado y con un suspiro, la abrazó con más fuerza, hundiendo luego su rostro en el hueco de su cuello.

— ¿Qué hora es? — preguntó en voz baja, sin querer romper el hechizo de paz y solaz que había caído sobre ellos.

— Van a ser las doce...— respondió la mujer, acariciando la mano que reposaba sobre su vientre con cariño.

— Hoy tienes turno de noche, ¿no? — murmuró contra su oído y ella asintió, sintiendo un ligero escalofrío recorriendo su espalda cuando sintió sus labios rozar su piel suavemente y sus manos envolverla posesivamente, recorriéndola luego con lentitud— Entonces, aún tenemos tiempo...— Natasha soltó una risita cuando su espalda azotó contra el colchón y él se le encimó, dejando un beso travieso en la punta de su nariz antes de inclinarse a besarla larga y lentamente.

Yelena y Emily llegaron a la casa pasada las cinco de la tarde. Natasha las escuchó hablar por el pasillo y salió a su encuentro con una sonrisa que no había podido borrarse en todo el día. Steve había vuelto a hacerle el amor esa mañana y luego le había preparado un desayuno espectacular antes de dejarla en la puerta de su casa con un beso largo y lento. El resto del día se había sentido como en una nube, sin darse cuenta de cómo habían pasado las horas. Saludó a su hija con un beso en la cabeza y la ayudó a quitarse la mochila antes de saludar a su hermana. La menor la miró con el ceño fruncido un momento, como estudiándola. Ante el escrutinio de la rubia, Natasha carraspeó y envió a su hija a lavarse las manos mientras ella servía la cena. Yelena dejó sus cosas sobre el sofá y la siguió a la cocina, sin dejar aquella expresión de sospecha.

— ¿Cómo estuvo tu primer día? — preguntó Natasha para llenar el silencio incómodo que se había formado mientras calentaba el pastel que Steve había preparado para ellas.

— Bien, los niños son encantadores, el resto de los maestros agradables y hay uno que se ve comestible— respondió distraídamente antes de acercarse a su hermana y escrutarle el rostro con atención.

— ¿Qué? ¿Qué tengo? — preguntó, alzando una ceja y Yelena sonrió, apuntándola con un dedo acusador.

— ¡Eres una zorra! — le dijo con voz alegre mientras la pelirroja enrojecía hasta la raíz del pelo— ¡Se supone que ibas a decirle que se aparte de ustedes y te has acostado con tu vecino!

— Pero, ¿qué dices? — exclamó, a punto de dejar caer los platos que llevaba a la mesa— Y baja la voz...— pidió, mirando hacia el cuarto de Emily— Em podría escucharte...

— Entonces, ¿sí te acostaste con él? — repitió en voz más baja y Natasha la miró con fastidio. Finalmente asintió y Yelena soltó un gritito que la hizo dar un respingo— Lo sabía, lo sabía, lo sabía... — canturreó antes de sentarse a la mesa y cruzar sus manos bajo su mentón— Tienes esa cara de gata satisfecha que pones después de que tienes sexo...

Natasha la miró de mal modo y sacudió la cabeza, negando.

— Eres una entrometida— la acusó y su hermana sonrió, brillante.

— Por supuesto que lo soy. Ahora, dime... ¿lo hace bien? ¿Está bien equipado? — preguntó ante la mirada de escándalo de la mayor.

— ¡Yelena! ¿Qué clase de preguntas son esas? — gruñó en voz baja antes de sonreírle a Emily quien había regresado del baño y se había sentado a la mesa.

— Las que quiero hacer...— respondió sin ninguna vergüenza mientras se servía una generosa porción de ensalada y un trozo del pastel de pollo en su plato. Natasha le sirvió otro trozo a Emily y la niña hundió su tenedor en la masa, mirando la cacerola en la que estaba servido.

— Mami, ¿éste es el pastel de pollo que hace Steve? — preguntó inocentemente ante el regocijo de Yelena y el azoro de Natasha.

— Sí, mi amor. Steve lo preparó para ti...— respondió y miró de soslayo a su hermana que parecía estar la mar de contenta.

— Steve parece tener muchos talentos, ¿verdad, Nat? — dijo Yelena y la mujer se atragantó con un trozo de masa, provocando la risa de su hermana menor.

Afortunadamente luego de eso, Yelena dejó de molestarla. Terminaron de comer tranquilamente y al cabo de un rato Natasha se preparó para ir a trabajar. Después de despedirse de su hija y evitar las miradas socarronas de Yelena, salió de su departamento, mirando al pasar la puerta de su vecino. Se preguntó que estaría haciendo y, distraída como iba, no vio al hombre moreno y calvo que se chocó con ella en la acera.

— Oh, lo siento...— se excusó, deteniéndose un momento para comprobar si estaba bien.

— No se preocupe, señora, no pasa nada. Fue un accidente— respondió el hombre de gafas con una sonrisa amable. Natasha la correspondió y se subió a su auto sin notar la mirada del hombre que la siguió hasta que se perdió de vista.

El turno de aquella noche fue especialmente tranquilo, por lo que le dejó mucho tiempo para pensar. Las cosas entre ella y Steve habían dado un giro tan radical que la verdad era que ahora no sabía que hacer. Lo que tenían era tan reciente, tan intenso, que no sabía cómo enfrentarlo. ¿Eran amantes? ¿Una pareja? ¿Sería inapropiado si lo preguntaba? No lo sabía, pero, sí estaba segura de algo: el destino les estaba dando una segunda oportunidad y no sería ella la que se cerraría ante la maravilla de ese amor redescubierto que no sólo la hacía feliz a ella, sino que, además, haría feliz a su hija. Steve le había dicho que la amaba, que las amaba a ambas y que estaba dispuesto a todo por ellas. Por primera vez aparecía la posibilidad de que Emily tuviera un padre de verdad, alguien que realmente la quería y que estaba dispuesto a cuidar de ella como su pequeña merecía. Emily sería feliz con un padre como él, aunque aún era muy pronto para darle ese título y tampoco quería que Steve pensara que sólo estaba con él para darle un padre a su hija, porque no era así. Natasha quería estar con él porque lo quería. Porque se sentía feliz a su lado, se sentía cómoda, se sentía segura. Esos meses que habían compartido, primero como amigos y ahora como algo más eran una parte luminosa y feliz de su vida. Decidió que dejaría que las cosas siguieran su curso y que se permitiría confiar una vez más.

La noche pasó con rapidez y pronto había llegado la hora de su salida. Estaba agotada y ansiosa por regresar a casa, sin embargo, la ausencia de una compañera del turno que debía reemplazarlos la obligó a permanecer un par de horas más en el hospital. Era casi mediodía cuando finalmente arribó a su casa y, antes de lanzarse a dormir a su departamento, decidió pasar a saludar a Steve. Quizás, si tenía suerte, podría incluso desayunar con él. Después de todo, Emily estaba en la escuela y tenían muchas horas por delante para descansar y compartir un rato. Llamó a la puerta y pronto se abrió, dejando ver a una chica joven, con el cabello negro y cubierta sólo por una toalla de baño. La muchacha tenía el pelo húmedo y le sonrió al verla.

— ¿Puedo ayudarla? — preguntó con voz amable y ella boqueó como un pez, desconcertada. Intentó decir algo, pero las palabras no acudieron a su boca. 

Cuando Steve apareció en su línea de visión, secándose el cabello con una toalla pequeña, su mente elucubró una serie de escenarios, cada uno peor que el anterior. Sus ojos se encontraron con lo de Steve y, sin decir nada, se dio media vuelta y se dirigió a su departamento, cerrando la puerta tras ella con fuerza. 

Good friendsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora