Capítulo XVIII

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Capítulo XVIII

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Capítulo XVIII

"YES"

Steve, con el corazón en la mano, volteó a todos lados, buscando la cabecita roja de Emily entre la gente. Había una multitud de personas, entre vecinos, bomberos, policías y curiosos que colmaban la acera, pero, ni Yelena ni Emily aparecían por ninguna parte. Con la angustia carcomiendo sus entrañas, enredó sus cabellos entre sus dedos y caminó entre la gente, esperando a cada segundo verlas aparecer. Y es que aquello no podía estar pasando. No debía estar pasando. Ahora que Natasha y él habían comenzado por fin una relación, que su hermana les había dado su beneplácito, que Yelena al fin confiaba en él... el destino decidía joderle la vida una vez más y mandaba todo al carajo. Si algo le pasaba a la niña él no se lo perdonaría jamás. Se había prometido a sí mismo cuidar de ella, protegerla siempre, verla crecer, acompañarla. Desesperado, se lanzó hacia la entrada del edificio en llamas, siendo detenido de inmediato por un bombero.

— ¡Señor, no puede entrar ahí! — le ordenó y jaloneó de él, intentando llevarlo de regreso a la acera con los demás.

— ¡No, tiene que dejarme entrar! ¡Suélteme! — exigió, empujándolo y forcejeando para soltarse de su agarre.

— Señor, deje que hagan su trabajo, no debe entorpecer el trabajo de los profesionales— indicó, pero, Steve no se detuvo y siguió forcejeando.

— Es que usted no entiende... ellas siguen dentro, debo sacarlas...

— Señor, comprendo, pero...

— ¡ES MI HIJA, MALDITA SEA! ¡DÉJEME SALVAR A MI HIJA! — bramó, empujándolo con todas sus fuerzas y precipitándose a la entrada del edificio.

En ese momento, la vieja estructura colapsó y con un estruendo, cayó como una torre de naipes, lanzando chispas, llamas y escombros por todos lados. Steve cayó de espaldas un par de metros hacia atrás, con la tela de la manga de su camiseta en llamas y un profundo corte en la frente, que sangraba profusamente sobre su rostro. Por un segundo, no percibió nada. Ni miedo, ni dolor, ni siquiera el fuego quemando su piel. Nada. Era tan fuerte el golpe que le recibido que no era capaz ni siquiera de pestañear. Emily no estaba. Se había ido. Alguien se le acercó y apagó el fuego de su brazo con una chaqueta. Frente a él apareció el rostro de un bombero que gritaba algo que no entendió. Podía ver como movía los labios, pero él no escuchaba nada más que su corazón rompiéndose en tantos trozos que parecía que alguien lo había dejado caer en una trituradora.

Aún estaba en shock cuando lo subieron a una camilla y lo trasladaron a una ambulancia donde comenzaron a tratar la quemadura de su brazo y su pecho, así como la herida de su cabeza sin responder a nada de lo que le decían. Su único pensamiento era cómo iba a decirle a Natasha que acababa de perder a su hermana y a su hija en el mismo día. En silencio, cerró los ojos y una lágrima se deslizó de la comisura de su ojo y luego otra y otra más hasta que de pronto estaba sollozando como un niño, cubriéndose el rostro con su brazo sano. Pronto los sollozos se convirtieron en gritos y la enfermera que lo atendía debió pedir apoyo para sostenerlo contra la camilla. Danielle, en medio de toda aquella batahola de llantos, gritos, órdenes, fuego y humo, reconoció la voz de su hermano. Sin pensarlo dos veces, se puso de pie, ignorando el dolor punzante de la pierna y lo buscó con la mirada hasta que vio el alboroto que se había formado en una de las ambulancias. En cuanto llegó, se encontró a su hermano sin camiseta, con una horrible quemadura en el brazo, siendo sostenido por un policía y un enfermero mientras que una mujer intentaba inyectarle un medicamento.

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