Capítulo I

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Capítulo I

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Capítulo I

"Handbook for the recently deceased"

Steve pasó un buen rato jugando con su nueva "amiga". Emily Grace era una niña tranquila, encantadora. Le gustaba hablar y le contó que su mamá era enfermera, que su tía Lena la cuidaba casi todos los días, que estaba en segundo año de primaria, que su maestra era la señora Walters y que no tenía amigos en la escuela porque todos eran unos brutos. Palabras de ella, no de él. Le presentó a todos y cada uno de sus peluches (una gran colección, debía decirlo) por nombre y apellido y luego se disculpó educadamente para ir a cenar cuando la llamó su tía Lena. La chica parecía ser su niñera, por como la describió la pequeña, pero, a la vez, debían tener algún tipo de parentesco por el parecido físico y por la familiaridad con que se trataban.

En vista de que nadie más podía verlo y que no sentía hambre (ni nada, en realidad) deambuló por el que ahora sería su hogar. Nunca se imaginó a sí mismo terminando como un fantasma. Su madre siempre le había hablado de un cielo y de un infierno, al que se llegaba dependiendo de tus acciones en la tierra. También había escuchado hablar del limbo, pero no entendía qué haría él ahí si estaba bautizado. Fuera como fuera, ahí estaba y suponía que ahí se quedaría por un largo tiempo... quizás por toda la eternidad, quién sabe. Se supone que los fantasmas tienen algo pendiente en la tierra o no se dan cuenta de que están muertos, pero él estaba muy consciente de su situación. Después de salir del cuarto sin necesidad de abrir la puerta, era claro que vivo no estaba. Y pendientes... no sabía que cosa tan importante no había hecho en vida como para que lo dejaran ahí por toda la eternidad.

Por el momento, se contentó con explorar la casa. Emily y su familia vivían en un departamento pequeño y acogedor. Constaba de dos habitaciones, una sala de estar, la cocina y un baño. Cuando se asomó a la ventana, se encontró con una calle residencial, bordeada de altos robles de hojas amarillas, rojas y naranjas que le decían que el otoño ya había arribado a la ciudad. ¿Qué ciudad? No tenía idea. No reconocía la calle y no veía ningún indicador, ningún punto de referencia, nada que le dijera en qué lugar estaba. Se acodó contra el alféizar de la ventana y suspiró bajito, notando que su aliento no empañaba el vidrio. Bien, definitivamente estaba muerto se dijo a sí mismo y se sorprendió de lo poco que eso le importaba.

Momentos antes de morir se había sentido tan asustado, tan desesperado por aferrarse a la vida, pero, ahora, ya no sentía nada. Ni miedo, ni curiosidad, ni incertidumbre. Estaba lleno de una paz extraña, de una cómoda desidia en la que podía relajarse. Una pareja pasó por la acera de enfrente paseando a un perro labrador, el que se detuvo repentinamente al llegar frente a su edificio y comenzó a ladrar hacia la ventana. Steve movió la mano, saludándolo y observando con una sonrisa como sus amos parecían confundidos al verlo ladrar a la "nada". Se fijó en que la mujer llevaba un redondo vientre de embarazo bajo el impermeable azul y sonrió más amplio, observándola casi con nostalgia.

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