Me quedo paralizada. Jodidamente sonrojada. Bajo la mirada y siento que mi cuerpo arde. Mi corazón va a mil y no puedo musitar palabra. Me levanto dando un respingo y me meto al baño corriendo y aseguro la puerta. ¡Dios qué vergüenza! Me ha visto tocándome, gimiendo y...., ¡por dios como le veo a la cara! Toca la puerta y ya siento el doble de vergüenza.
— Meg, abre la puerta
Niego con la cabeza sentándome en el retrete
— Vete, dejame sola.
— Meg, no tienes por qué sentir vergüenza
— ¡Que no siento vergüenza! Ahora dejame en paz, vete quiero estar sola.
Joder que mentirota acabo de soltar. Sí que siento pena. Una pena horrible. Comienzo a llorar de llena de vergüenza. Me cubro el rostro y mi llanto comienza a tornarse uno lleno de frustración. Vuelve a tocar la puerta
— Megan, ¿Estas llorando? Nena abre la puerta
Entre hipos respondo
— ¡Vete! ¿Que no me has escuchado?
Me siento frustrada conmigo misma. Con mis deseos, con mi cuerpo. Quiero levantar ya ese absurdo castigo pero algo me impide creer en él. No sé si es el miedo a ser lastimada nuevamente o a enamorarme más de lo que ya estoy el que me impide romper la estúpida barrera que he creado, lo que si se es que cada vez lo deseo y necesito más. Sé que sigue allá fuera. Puedo sentirlo. Me levanto del retrete, me quito el chándal, luego la camisa a mangas largas. Necesito una ducha con agua fria, muy fria. Tardo exageradamente una hora en la ducha. Sé que está afuera esperando a que salga, pero ¡no! No quiero verlo ¡qué vergüenza! Cierro la llave de agua y deslizo la puerta en vidrio hacia el lado. Agarrando una toalla me envuelvo el cabello en ella y me cubro con un albornoz. Ya ha caído la noche y el frío aumenta. Me acerco en puntitas a la puerta y no escucho ruido. ¿Habrá desistido de hablar conmigo? ¡Dios me escuche! Abro la puerta sigilosa y de momento no veo a nadie. Hasta que su voz me alerta y ya volví a valer madres. — Meg, ya era hora que salieras—Se acerca a mí y comienzo a temblar como idiota. Bajo la mirada sonrojada. Por unos momentos solo me observa. Me torno roja como tomate y su voz suena
— No tienes por qué sentir vergüenza —Me quedo callada, no sé qué contestar. No sé cómo reaccionar— Nena, dime algo...
Aprieto los dientes
— Podías haber tocado antes de entrar.
— ¿Tocar? ¿En nuestra habitación?
Una lágrima se pasea por mi rostro. La tensión entre vergüenza y desesperación me agobian. Acaricia mi rostro secando la lagrima y entre deseos y orgullos me voy a volver loca.
— ¿Por qué lloras?
— Porque siento que después de lo que pasó en Seattle no puedo confiar en ti como quisiera — Las lágrimas afloran por mi rostro, entre hipos añado— Quisiera hacer de cuenta que todo está bien, que no pasó nada, pero si ha ocurrido. — Seco mis lágrimas y me veo caminando de lado a lado sin detenerme y hablo más rápido de lo normal — Puedes usar como subterfugio el que me haya acostado con John para celarme, pero la pase ¡fatal! ¿Y sabes por qué? Porque gracias a ti no podre sentirme llena, feliz con ningún otro hombre que no seas tú
— Meg...
Me interrumpe y no le dejo continuar
— Mientras me penetraba, pensaba en ti y me jode hacerlo porque siento que no me pertenezco. Que ya no decido lo que siento o dejo de sentir. Y sabes, es que eso me bulle..., me hierve..., me..., — Su mirada me hace sentir estúpida. Me mira como si lo que le estoy diciendo lo aturdiera. Tomo un suspiro — Soy, una estúpida. Debo parecer una estúpida
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Tuya Cuando Quieras
RomanceTras sentirse engañada, Megan decide irse a Roma con su madre para sanar las heridas del pasado. Retoma la música y cuando cree que comienza a olvidar a Mikhail, este aparece en Italia para convencerla de su cariño su orgullo y dolor no le permiten...