Capítulo 7

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Karla

Era miércoles, en este momento me encontraba encendiendo las velas de la capilla. Faltaba apenas unos pocos minutos para las clases de comunión, los niños entraría por la puerta de la parroquia, iluminando todo aquel lugar con sus risas y carcajadas.

Karla, aquí estabas.- Dinah tomó presencia detrás mío, para sacarme de mis pensamiento. - Estaba buscándote, el padre mi dijo que en unos minutos vendría, para que puedas confesarte.- Ally había terminado de convencerme, diciéndome quizá entonces, podría dormir más de tres horas seguidas, sin despertarme temblando de miedo, por las horribles pesadillas.

Si, estaba pensado un poco, en lo lindo que fueron aquellos años, en los que tomé la comunión.- Sonreí, ante los bellos recuerdos.

Uf, yo era una niña súper rebelde. Odiaba las clases de comunión y confirmación.- Ambas soltamos una carcajada, mientras nos sentábamos en las primeras bancas de la iglesia.

Yo siempre fui muy amante de la religión, incluso cuando era una niña. Pero eso no quiere decir, que no hacía travesuras.- La novicia a mi izquierda soltó un suspiro, como si hubiese obtenido unos buenos recuerdos de aquel entonces.

Yo estaba enamorada del padre Jeremías, solo por eso asistía a las clases.- Mire hacia su rostro, aunque Dinah tenía la mirada fija en sus manos.

Solo eras una niña, Dinah.- Ella asintió, mientras jugaba con las costuras de su hábito.

Cuando tenía dieciocho años, ya no era una niña. Y sin embargo, me acuerdo como nos escondíamos entre los pasillos del convento.- Santo cielo, ella jamás había sido tan sincera conmigo. Aunque nos conocíamos hace siete años, jamás tuvimos la oportunidad de tener una conversación tan privada como está y lo más probable era porque yo, no me daba la oportunidad de escucharla.

Él era muchos años mayor, que tú ¿Verdad?. - Ella asintió, soltando otro pequeño suspiro.

Quince años más que yo, aunque era un hombre súper guapo y atractivo.- Juntas reímos por su comentario, quizá nunca habíamos hablado con tanta confianza. Aunque llevábamos poco en este convento, Dinah y Ally eran mis compañeras, desde los primeros años del noviciado. Pasábamos de convento en convento, pero siempre las tres juntas. Quizá fue obra de la madre supiera, quien era la que se encargaba de trasladarnos, cada determinado tiempo. Aveces creo que siempre mantuvo a Dinah y Ally conmigo, para que no me sintiera sola. Pero sin embargo, jamás fuimos tan cercanas como estos últimos meses.

¿Estuvieron juntos mucho tiempo?- Sería incapaz de juzgarla, era la persona menos indicada para hacerlo.

Hasta que cumplí los veintiuno y quise tomar los votos. La verdad, es que solo lo hice para estar más cerca de él. Aunque Jeremías pidió un traslado, el día en que me convertí por completo, en una novicia.- Eso quería decir, que ella estaba aquí por amor. Dinah parecía bastante comprometida con su vida religiosa, aunque alguna veces sus actitudes dejaban mucho que desear.- Estaba enamorada, como una idiota. Llegue hasta aquí por él, pero el amor que él tenía por dios, fue incluso más grande del que tenía por mi.- Esas palabras había sonado muy dolorosas y tristes.

¿Volviste a verlo?- Agarré una de sus manos, la cual se encontraba posada sobre su hábito.

No, él era de mi pueblo. Cuando tuve el traslado a Rio, perdí todo el contacto que podría llegar a tener, con él. Aunque no puedo quejarme, en el convento de Rio te conocí a ti y Ally.- Ambas sonreímos, sin dudas no merecía el amor que me daba Dinah.- Se que es difícil abrirte, Karla. Pero aunque no sepa nada de ti, te quiero muchísimo y siempre podrás confiar en mi o incluso, en Ally. Nos conocemos hace mucho tiempo y jamás nos contaste  nada sobre tu pasado, sé que cada persona tiene su tiempo. Pero quise contarte esto, para que sepas que podes confiar en mi y que jamás te juzgaría por nada.- Dinah apretó mi mano, diciendo aquellas palabras con sus ojos prendidos en los míos. No sabía que hacer o qué decir, ella tenía razón y sabía que podría confiar en ella. Pero el miedo me ganaba, había aprendido a estar sola, aunque aveces aquello no era lo más sano y agradable.
Sin saber que decirle, acerque mi cuerpo al suyo, abrazándola, mientras ella acariciaba mi espalda. Luego de algunos segundos, unos pasos se acercaban hacia nosotras, probando que tomáramos distancia.

Amor a DiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora