Día Cero, 11 de marzo de 2062. Wilmer (hermano de Zulma)
Iba leyendo las noticias en la pantalla de su Thin-Tablet, mientras viajaba en el Metro. Aún no era mediodía, pero dentro del vagón hacía un calor de plena tarde. Ya era común ver hombres y mujeres con los abanicos que, sin autorización de la empresa, se vendían en las entradas de las estaciones, y era todavía más común ver al personal de seguridad llevando en camilla a alguna señora o a algún viejito cuando se asfixiaban entre el tumulto y se desmayaban. La prohibición ambiental contra los sistemas de aire acondicionado se mantenía firme.
El tren (rojo desde el año 2048) parecía deslizarse sobre los rieles como un cuchillo ensangrentado, por encima de las calles y las avenidas de una ciudad de oro fundido, no porque tuviera edificios o estructuras doradas, sino porque la intensidad del sol pintaba el aire de amarillo hasta casi sofocar cualquier otro color. Era muy duro soportar ese recorrido, pero desde que tenía memoria, a Wilmer le parecía que todo el mundo estaba acostumbrado.
Él, sin embargo, siempre había sido obsesivo con su propia salud. Era fundamental cuidar la visión (como un pastor cristiano, se lo predicaba a sus compañeros de trabajo, diseñadores de aero-rutas y de puentes magnéticos intercontinentales) y por eso no se podía salir a la calle sin unas gafas oscuras ni una máscara translúcida de humectación facial. A eso se sumaban la crema para los rayos UV y un tapabocas contra los gérmenes que pululaban en el viento. Todos se reían cuando Wilmer pronunciaba esa palabra, en medio de sus explicaciones, y luego lo imitaban para gozárselo más: pulu- laaaban.
—El que los oiga a ustedes pensará que yo hablo como un retrasado mental —les decía él, riéndose de su propio acento, en el que se mezclaba la forma de hablar de varias regiones.
Pese a las burlas, sus compañeros eran conscientes de que salir sin filtros antipolución a la calle, o por lo menos sin una mascarilla de algodón, era igual a salir sin pantalones. Sabían, como cualquier otro ciudadano bien informado, que recorrer la ciudad sin unos lentes que atenuaran la intensidad del sol era igual a clavarse dardos en los ojos.
Iba hacia el sur, a una cita con varios de ellos en Ciudad del Río. Todo su grupo de compañeros universitarios, socios de la empresa que iba en crecimiento (YG Soluciones en Construcción Ltda., quince contratos en los últimos tres meses, diez de ellos en Europa), coincidía en que aquella zona de la ciudad era uno de los últimos pulmones que quedaban, antes de que la viejísima Tacita de plata se convirtiera en una gran bandeja llena de chatarra y de madera.
Leyó un primer titular: «En Medellín nace un nuevo barrio cada semana. La oficina de reparación de víctimas Justicia y Paz publicó en su cuenta de Re-Twitts, ##pazyjusticia, un informe definitivo sobre el crecimiento demográfico de la ciudad, causado por el desplazamiento mundial, en los últimos 30 años».
«Aburrido», pensó Wilmer. Ya sabía lo que significaba «vivir apretado», desde los años de las prácticas universitarias, durante el mandato presidencial (para él, impecable) de Valen Arteaga, saltando de un apartamento alquilado a otro, siempre en habitaciones irrespirables, sacudidas por la contaminación auditiva. Movió los dedos índice y medio sobre la pantalla de la TT, en busca del siguiente: «Historia de la Superpoblación. Cómo era la vida en la Tierra antes del año 2050».
«Hombre, ¿a quién, que no sea un historiador, le interesa saber sobre telefonía fija o los audios de Whatsapp? Next».
«En Madrid se conmemoran los 58 años del 11-M: Tras la reparación exitosa del monumento a las víctimas, habrá un concierto en la Plaza Mayor».
«Pero por Dios, ya, supérenlo. Tienen el mejor sistema metro del mundo, ¿pa qué llorar por unas bombas que pusieron hace como ochenta años? Next».
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El Día de la Histeria
Ciencia FicciónEl 11 de marzo del año 2062 se desata en Medellín (Colombia) el contagio por el virus HZ-3000, conocido también como Histeria-Virus. Los contagiados empiezan a reír sin poder controlarse y su comportamiento será cada vez más violento. Los habitantes...