Verónica creyó despertar en la cama. Creyó de verdad que estaba despierta y que Marlon dormía junto a ella. No creyó que fuera un sueño, aun cuando vio quelas paredes tenían salpicaduras de sangre y todo el cuarto se sentía infestado de un olor a menstruación. La ventana parecía estar a doscientos metros de distancia, al fondo de un pasillo de madera tétrico y húmedo. Le pareció que eso era tan normal como las manchas en las paredes, y quizá fuera para ella más normal que lo vivido en los últimos veinticinco días.
No tenía una sola cobija encima: hasta el Día Cero, jamás, en toda una vida denoches calurosas, había creído que una cobija sirviera para algo. Se sentó sobre elcolchón sin cobertor (tampoco los soportaba) y sintió que le chorreaba sudor sobrelos senos y el ombligo. Creyó, jadeando, que acababa de soñar con Ronald; se mirólas palmas de las manos con mucha concentración como para tratar de confirmarloy sintió un calambre tan fuerte que empezó a frotarse los dedos entre sí con ungesto de fastidio. Entonces se percató de las cobijas a su izquierda y entendió queallí estaba Marlon, y no le importó que fuera imposible, no le importó que Ronald,la noche anterior, al regresar de su expedición al mercado de los Borda, hubieradicho que Marlon estaba muerto: era él, y era real.
«No dijo que estaba muerto. Dijo solamente que no lo vio cuando se volteó paraesperarlo».
Una flema de asco se le encajó en la garganta y le cortó la respiración. En otraépoca (aunque no muchos años antes) se habría sentido asustada, habría gritado deespanto hasta perder la voz. Casi no era sorprendente que eso no ocurriera ahora yque la presencia de Marlon solamente le provocara náuseas.
Todo parecía ser culpa de las cobijas. Aquellos tres días sin su novio (tres díassin un hombre, pensó) habían sido, en parte, por debajo de tanta incertidumbrecausada por la espera, maravillosos... porque al fin, desde cuando se había«mudado» al cuarto, había podido deshacerse de las asquerosas cobijas, lasColchas, como las llamaba Marlon a manera de nombre propio. Las Colchas quesiempre se le enredaban a Verónica entre las piernas, las que a veces pateabafuriosa de noche porque no la dejaban dormir desnuda y en paz, y que ahora, sesuponía, cubrían las ventanas para que los histéricos no los vieran. ¿En quémomento las habían quitado de allá, se preguntó, para traerlas de nuevo a la cama?¿Quién lo había hecho? Fueron bastantes las veces que se oyó a sí misma decir:
—Pero Marlon, ¿no sentís este hijueputa calor? Si tenés tanto frío, abrazame,pero yo no me aguanto eso encima, ¡me voy a cocinar!
En el fondo, claro, ella sabía muy bien por qué su novio no renunciaba a las«dichosas» Colchas. Porque doña Alma, quien ya varias veces le había pedido a laProfe que la llamara suegris, se las había regalado. «¡Cuál! —pensaba Verónica—.Fijo hasta se las hizo». El caso era que ahí estaban, junto a ella en la cama, y el bultoque se adivinaba bajo sus formas de montañas y valles en miniatura era el delcuerpo de Marlon. Tenía un par de orificios rojos en la espalda y los hombros se lemovían como si se estuviera riendo, ahogándose con su propia risa.
De inmediato, una alarma comenzó a bramar en la consciencia de su sueño: Estávivo. Marlon está vivo pero está infectado. ¡Se convirtió en un histérico!
El pelo se le veía sucio y revuelto, y lo que tomó al principio por piojos eran montones de pequeños gusanos blancos que nadaban entre los cabellos. Entonces Verónica oyó una voz en su cabeza, su propia voz, pero tratando de imitar el tono de Melisa, el de las palabras que había dicho cuando caminó dormida por la casa, esta vez para repetir: «A Marlon lo mataron... A Marlon lo mataron... ¡Ronald lo mató!».***
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El Día de la Histeria
Science-FictionEl 11 de marzo del año 2062 se desata en Medellín (Colombia) el contagio por el virus HZ-3000, conocido también como Histeria-Virus. Los contagiados empiezan a reír sin poder controlarse y su comportamiento será cada vez más violento. Los habitantes...