Los días de Katherine

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Un día antes del Día Cero


«Lo que más me gusta de Jéssica es verla dormir». Eso era lo que pensaba responderle a la psicóloga. La cuarta sesión estaba programada en su grapphon X-6 para el jueves siguiente (16/03/2062), y aunque se trataba de una mujer amable (y atractiva), Katherine no se atrevía aún a tratarla como «la doctora Álvarez». «Me gusta verla dormir en mi cama, obviamente». Ya le había hecho la misma pregunta dos veces, y ante sus respuestas vacilantes, le había recomendado que se tomara varios días para pensarlo. Luego de sopesar varias de esas respuestas, Katherine creía ahora haber encontrado la correcta.


Y si era una buena psicóloga, imaginaba Katherine, se daría cuenta de lo que quería decir. Ya le había hablado sobre los paseos de Jéssica a cuantas fincas en los municipios cercanos o en otros departamentos del país la invitara ese rebaño de «amiguitas» que tenía. De ese grupo, solamente conocía a dos; no tenía idea de sus nombres, pero las conocía. Para ella, ese tipo de «golfas» saltaba a la vista siempre, y para la muestra allá tenían en la casa de doña Zulma a la tal profesora que se acostaba con Marlon. Sí, pensaba Katherine:


«Se acuesta con él. Si se acuesta también con el otro, con el novio de Fabiana, entonces no son novios, simplemente se acuestan».


Se negaba a aceptar que así había sido, precisamente, el inicio de su relación con Jéssica, el inicio de casi todas sus relaciones. Trataba siempre de convencerse de que, después de eso, después de esa parte salvaje, lograba construir algo que iba más allá, el lado profundo de compartir la cama con alguien.


«No con alguien —sentenciaba Katherine para sí misma—. Con una mujer».

Siempre se daba cuenta de que pensar en esas cosas le hacía daño. Se ponía a llorar (sin lágrimas, la mayoría de las veces) e imaginaba formas de morir tan escandalosas que llegaba hasta sentirse asqueada de su propia mente.

«Fijo estoy loca».

Pero tenía la sospecha de que si empezaba a decir en voz alta cosas como esa, mucha gente le daría la razón. No le cabía duda de que Zulma creía eso justamente, y a lo mejor también Elkin y el viejo que compartía el tercer piso con ella y con Wilmer. Le gustan las mujeres. Se comporta como un hombre. Algún rayón debe tener en la cabeza. Cada una de aquellas frases acudía a ella en la oscuridad del cuarto con una voz diferente. Y no eran solo las voces de quienes vivían en la casa, sino las de todas las personas que había conocido en la vida.


Ahora, a seis días de la consulta con la doctora Álvarez, y sentada en flor de loto sobre la cama (en la que no era concebible estar con nadie más que con Jéssica), un nuevo miedo le empapó los ojos: «La psicóloga se va a dar cuenta». Ya le había dicho a Jéssica que eso era lo que iba a pasar si la convencía de ir a terapia, pero la insistencia de su novia (esa manera de tener sexo tan... artística) había sido muy efectiva. Eso y sus palabras:


—Dejá de pensar que'stás loca. Si te pido que vayás es para que la doctora te'xplique que'stás bien. Que sos como cualquier persona y por eso es que me importás tanto.


Katherine captó el sentido exacto de aquellas palabras, pero no pudo evitar ser ella:


—Como cualquier persona —comentó.

Jéssica parpadeó en dirección a su rostro, preocupada.

El Día de la HisteriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora