Día Cero: Marlon

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Día 22 del Histeria-Virus.

Aunque era la quinta vez que salía a la calle desde el Día Cero, Ronald sintió el mismo revolcón en el vientre de la primera vez, el mismo deseo intenso de cagarse en los pantalones. Eran sólo seis cuadras hasta el mercado de los Borda. Sólo seis. Gracias a Dios no eran diez. Si fueran diez, pensaba Ronald, no habría modo de que llegaran nunca. Si tan solo el cementerio del barrio, situado precisamente a diez cuadras y media (a donde fue con Katherine a sepultar a Isabel), había significado casi día y medio de ida y regreso...


Para llegar al mercado, luego de girar a la izquierda tras descender la pendiente de la calle, tienen que subir un tramo de escaleras urbanas de quince casas a ambos lados. Una vez arriba, deben seguir a la derecha por la acera de la calle que sube hacia Santacho II: un andén gris, resquebrajado y estrecho que se extiende en una curva de trescientos metros, desde donde se puede contemplar, mientras se avanza a paso lento, una falda montañosa sobre la que se destacan los montones de tejados de dos asentamientos. La puerta frontal del mercado se ve arriba, en la cima más cercana, luego de cruzar la calle cuando la acera se termina.


Como hacía antes, cuando partía en moto hacia cualquier parte, Ronald trazó el mapa mental del recorrido, tratando de calcular cuánto podrían tardarse, sobre todo si no se encontraban con un solo histérico después del primer tramo de escaleras. Hacía falta que apareciera tan solo uno para que cualquier cálculo se le desbaratara. Estaba pensando en todo eso allí en la terraza, junto a Marlon, y al mirarlo comprendió que aún les faltaba una cosa por decidir, antes de marcharse.


Al devolverle la mirada, Marlon adivinó lo que Ronald pensaba y estiró los labios en una sonrisa repugnante antes de decir:


—Las damas primero.


El novio de Fabiana no lo dudó un segundo: sacó el arma que le había dado don Ricardo e hizo lo mismo que el otro le había hecho el día anterior: le apuntó a la cabeza.


—Entonces arranque usté —dijo y, mirándolo, agregó después—: ¿No pues que se acabó la amabilidad?


Sintió un poco de desconsuelo cuando notó que Marlon se limitó a seguir sonriendo. Sin hacer ademán alguno de agarrar su arma ni de golpear a Ronald, tomó impulso y saltó al techo vecino; desde allí, dándole la espalda, le aclaró que si él iba a ir adelante, no pensaba ponerse a esperarlo un solo segundo. Ronald pensó que era una oportunidad perfecta para hacer lo que don Ricardo le había aconsejado, pero entonces, con el arma todavía en la mano, consideró un par de cosas más: primero, que no iba a ser capaz mientras estuviera todavía tan cerca de Verónica... y segundo, que a Marlon, era evidente ahora, no le importaba morir. Apenas guardó el revólver, se trepó a la cornisa de un salto y de allí pasó al techo, dispuesto a no perder el tiempo. Con suerte, regresarían en la noche.***


Día 23 del Histeria-Virus.

Fue capaz de pensar varias cosas en el instante en que abrió los ojos, pero tantos pensamientos confusos al mismo tiempo le provocaron un dolor agudo en la frente. Trató de organizarlos, de resumirlos, buscando entre las distintas voces que en ese momento lo atormentaban, y creyó encontrar una frase que condensaba su situación. La voz le era familiar, pero, mientras seguía despertándose lentamente, fue incapaz de identificar quién se la había dicho... cuándo se la había dicho:


—Ojalá no por mucho tiempo... Ojalá no por mucho tiempo...


El Día de la HisteriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora