—La tuvieron secuestrada dos meses, y así la encontraron: estrangulada —dijo Wilmer, ya muy cerca del final. Katherine había vuelto a ponerse su coraza de «niña fuerte» para no llorar y le había funcionado bien hasta el momento. Había notado que la historia tuvo que pasar por varios filtros para llegar hasta ella: Hernán, el predicador, se la había contado a Zulma en aquel último encuentro que tuvieron, a raíz del cual ella renovó todas sus creencias por los siguientes doce años; Zulma se la había contado a Wilmer por grapphon durante los años de sus prácticas, mientras él vivía enamorado sin saberlo de su socia, Luisa Tamayo, y ahora Wilmer la armaba de nuevo, pero sólo con las piezas más visibles. No sabía que Hernán le había omitido a su examante el detalle del dibujo de Sara en la pared (una casa de tres pisos, donde vivían once personas), y lo de aquella vecina había sido un simple dato: «la señora que publicó la foto de la primera predicción». Sin embargo, y sin proponérselo, Wilmer llegó a la misma conclusión de las dos versiones que antecedían a la suya.
—Después a Zulma se le metió en la cabeza que todo había sido culpa de ella, por lo que tuvo con el tipo. Se privó de montones de cosas a partir de ese año, eh... gustos musicales, formas de vestirse... mm... dejó de ir a cine, no volvió a pisar un museo en su vida... hasta dejó de comerse unos pasteles de mantequilla y leche que comía desde niña pa llevarle la contraria a mi mamá... me imagino que no volvió a ver pornografía...
Fue un buen chiste, que volvió a ponerlos a ambos en tierra firme. Pero era cierto: Zulma no había vuelto a hacerlo, y siempre se prometía no volver a masturbarse.
—Y ese mismo año, en octubre, empezaron las alertas mundiales por contaminación... las sanciones y los impuestos por el porcentaje de emisión de gases contaminantes... las brigadas de salud para el cuidado del sistema respiratorio y la prevención del cáncer de piel; los realities de la presidenta Arteaga donde estaba permitido matar uribistas criminales... toda esa publicidad apocalíptica que beneficiaba a las farmacias, a las CPS, a las empresas fabricantes de filtros respiratorios y hasta al tráfico de armas. Todo era culpa de Zulma, todo era culpa de ella, no lo dejaba a uno en paz con ese tema, y hay veces en que todavía insiste con eso. Hasta las epidemias de ébola y del otro virus experimental hachenoséqué en África, ese que supuestamente pone a reír a la gente, eran culpa de ella. Y dígame, pues, quién convence a Zulma de que el mundo no gira alrededor de ella. Quién. Usted me pregunta si yo creo en la culpa y la redención, y a mí a veces me parece que, esas dos cosas, uno se las inventa casi siempre. Uno vive un mundo de experiencias que le ayudan a inventárselas.
Esa fue la frase que quedó vibrando en los oídos de Katherine, la frase que la acompañó en la cama junto a Jéssica y que la atormentó gran parte de los siete días siguientes, hasta que pudo enterrarla, poco a poco y sin notarlo, en otras conversaciones fuertes que sostuvo con Jéssica y con su padre, y con alguna exnovia que la llamó para sacarla de sus casillas. Zulma no volvió a ver a Hernán después de esa última charla, eso había quedado claro, pero también quedaba claro que había seguido viéndolo siempre, cada vez que iba a la iglesia, cada vez que se acercaba al confesionario, cada vez que se arrodillaba frente a una imagen para orar y cada vez que volvía a levantarse con un dolor semejante a miles de piedritas incrustadas en sus rodillas. A lo mejor lo veía cada noche, un momento antes de quedarse dormida. «Si me pasa a mí con tantas mujeres —pensó Katherine esa noche al hundir la nariz en el pelo de Jéssica—, de más que a ella también le pasa».
***
Día 26 del Histeria-Virus.
La madrugada anterior a la última reunión, mientras Fabiana subía a la terraza envuelta en una sábana azul, Zulma soñó que estaba con todos en el comedor y que todos se disponían a orar juntos. Todos: Elkin, don Ricardo, Marlon, Ronald, las «novias» y las otras novias (Fabiana y la Profe), y también Isabel, que era tan simpática, y a la cabeza de todos, su hermano Wilmer, por supuesto. La imagen era muy clara: todos juntos, en el comedor, eran la Última Cena. Se les veía a todos la aureola tras la silueta de la cabeza y había un solo color de piel en cada cara: el color de un pergamino viejo.
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El Día de la Histeria
Science-FictionEl 11 de marzo del año 2062 se desata en Medellín (Colombia) el contagio por el virus HZ-3000, conocido también como Histeria-Virus. Los contagiados empiezan a reír sin poder controlarse y su comportamiento será cada vez más violento. Los habitantes...