Zulma y la hija de Hernán (Parte II)

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—Por el tiempo en que me fui d'esta casa —le confesó Wilmer a Katherine en una de sus últimas madrugadas de parranda—, Zulma se consiguió un «novio».


Katherine lo vio alzar los dedos de ambas manos para dibujar las comillas de la palabra a los lados de su cabeza, y comprendió lo que Wilmer quería dar a entender. Aún no se veía borracho, pero al verlo mover los dedos para doblar los nudillos, Katherine calculó que a «don Vito» le bastarían cuatro tragos más para empezar a hablar de política. Como ella rara vez se emborrachaba, aun luego de haber bebido bastante (muchas veces había fingido sentirse borracha para no hacer sentir mal a los borrachos que la acompañaban), trató de mantenerlo en el tema de su hermana «archicristiana», antes de que se pusiera a inventar platonismos con los apellidos de los políticos del momento.


—¿Un novio? —preguntó—. ¿En serio?


No lo creía en absoluto, y Wilmer se dio cuenta, y tal vez por eso sonrió.


—¿Cuánto duraron? —insistió Katherine.


Wilmer hizo un gesto de vaguedad con la mano para acompañar su respuesta:


—Ponele que dos, tres meses. Después me llamaba para contarme que había hablado con él por grapphon, o a decirme que'staba asustada porque creía que el tipo sí la iba a demandar por estarlo acosando.


Se miraron un segundo, antes de carcajearse al mismo tiempo, aunque a ninguno de los dos, en realidad, le hiciera gracia el asunto, fuera o no cierto; Wilmer sabía que sí lo era, pero prefería atribuirle a Zulma los vicios de una mitómana y sentir por ella lástima, en lugar de miedo. Más tarde pensaría en eso y se lo recriminaría antes de dormir, pero sin hablar con El de Arriba, como lo haría su hermana: «Perdón por utilizar el mal ajeno para hacer reír a alguien. Perdón, Papá Eterno, perdón, perdón...». Tosió para dejar de reír e hicieron una pausa para servirse otro, con los gestos de asco de siempre después de beber, y más toses y aplausos, y los consabidos grititos de dicha cuando empezaba a sonar otra canción. Katherine pudo notar que Wilmer se demoraba en regresar al tema porque en verdad tenía muchísimas ganas de contarle, y así mismo entendió, al oírlo retomar el hilo, que trataba de disculparse por haberse reído.


—La cosa es que —dijo Wilmer— hubo un momento en que sí, parce, casi se deschaveta del todo. Zulma empezó a ir donde brujos, a visitar chamanes, a contactar gitanas, o qué sé yo.


Katherine sabía que Wilmer tomaría como un comentario malintencionado lo que iba a decir a continuación, pero aun así lo dijo:


—O sea que le quería joder la vida al tipo, pero del todo. ¿Qué fue lo que le hizo él?


—Eso es lo que nunca he podido saber bien —respondió Wilmer. No podía reprocharle a la novia de Jéssica su insistencia en hallar argumentos en contra de Zulma, y no sólo porque supiera de sobra lo mucho que ambas se detestaban, sino porque él había hecho exactamente lo mismo cuando su hermana le contó todo por grapphon hacía ya tantos años que parecía haber ocurrido en otra vida, a otro Wilmer, un Wilmer anterior a la Guerra del Agua en Belén Altavista. Desde niño, había pensado muchísimas veces en la posibilidad de que Zulma estuviera loca; para él, que la había visto revolcarse por el piso de la sala dándose cabezazos contra las baldosas, era obvio que Dely, su propia madre, lo había estado y que sin duda lo estaba, si aún vivía. Trató de explicárselo a Katherine lo mejor que pudo—: Al principio, l'entendí que'l tal Hernán se había cansado de ella: un besito en la mejilla, y mucha suerte, m'hija. Pero después ella medio m'explicó una cosa distinta. Que se había dado cuenta de que el man era casado y a ella dizque se le desbarató la vida.

El Día de la HisteriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora