Despedidas (capítulo final)

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Día 29 del Histeria-Virus.

Les había propuesto que esa fuera la última reunión y estuvo a punto de añadir que sería «como una despedida». Era algo que don Ricardo siempre había querido hacer, un sueño que jamás había tenido mientras dormía. Algo asociado a la nostalgia de amigos perdidos, de amores casi olvidados, de personas que al regalarle libros le habían salvado la vida en distintas ocasiones.


Su intención no era decirles nada. Tal vez ellas y Ronald creyeran que quería sermonearlos, como si su edad, su «ancianidad», le otorgara el pleno derecho de hacerlo; tal vez no comprenderían de inmediato por qué lo hacía ni verían la importancia de recibir ese tipo de regalo en ese momento de sus vidas... en ese momento de la Historia. Seguramente, pensaba don Ricardo, tampoco iban a entender que a él le diera tanta alegría hablarles de ese modo... seguir acompañándolos de ese modo, aun después de que se marcharan.


«No importa —se dijo un par de veces—; lo van a entender después. Mucho después, varios años después... Pero no importa».


Se dispuso («A lo mejor sea la última vez que lo haga») a organizar su habitación para recibirlos uno por uno. Desplegó otro tendido sobre el colchón de la cama, luego de remover el que había permanecido allí, absorbiendo el sudor de sus pesadillas durante el último mes. Trató, como pudo, de disimular el olor a encierro, que era mucho más intenso allí que en el resto de la casa, y que se había mezclado ya con el olor de su ropa vieja, con el perfume apergaminado de sus papeles y con el humo del cigarrillo, que flotaba alrededor como una niebla espesa. Su último cigarrillo le hizo recordar gran parte de ese medio siglo, más una larga década, que constituía la suma de su edad.


Recordó acontecimientos terribles: la plaga del Covid-19, al principio de la tercera década del siglo, que tantas vidas había costado en todo el mundo durante casi cuatro años, y que parecía haber acelerado todos los sucesos catastróficos posteriores; la guerra contra Venezuela, bautizada «la Nueva Vietnam» por los medios sensacionalistas, que tanta sangre había costado en dos países que en algún momento de su historia habían sido un mismo país; la investidura presidencial de Valen Arteaga, al término de aquel conflicto, que era hasta el momento la ceremonia de cambio de mando más recordada del continente, porque la primera mandataria del país había cantado ante las cámaras de todo el mundo, como si se tratara de un concierto, un cover de la canción «Uprising» de Muse y más de medio país había cantado con ella aquel coro revolucionario: Theeeey will not fooooorce us!! They, will, stop, degraaaaading us!! Y los aplausos al final parecían haber sido eternos, parecían haberse escuchado de norte a sur en toda Latinoamérica, parecían haber poblado el mundo como una apocalíptica bandada de palomas.


Recordó los realities diseñados, durante el gobierno de esa inmensa mujer, para ejecutar criminales en vivo delante de las pantallas de los espectadores... los campeonatos de lucha libre entre cyborgs y robots que reemplazaron luego aquellas carnicerías televisadas, y la muerte espectacular, grabada desde el aire por drones reporteros, de aquel Expresidente al que muchos consideraban, de verdad, eterno, pero que había sido destrozado a dentelladas por perros entrenados de la DEA. Recordó las bombas atómicas de Israel durante la Tercera Guerra Mundial, las noticias terribles sobre la lluvia ácida que devastó un tercio de la población europea, el Gran Tsunami del Pacífico que sepultó el archipiélago de Japón y el denominado Lustro de los Terremotos en África entre 2048 y 2052. Al final, se preguntó cómo era posible haber vivido tanto tiempo, haber presenciado tanta historia, haber participado de tantas muertes, haber matado a tantos sin miedo a que lo arrestaran... y no haber enloquecido.

El Día de la HisteriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora