✒️ XXIV: Divinidad

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Tn soltó un pequeño quejido, despertando de su forzado letargo; abrió los ojos con lentitud y se incorporó, observando la habitación en la que se encontraba. Parecía estar en un sótano muy bien limpio y ordenado, había una pizarra de corcho con fotografías de las escenas del crimen de Tánatos y recortes de periódicos que hablaban de él, una mesa llena de libros y hojas, un librero con varios libros, entre ellos los de ella, y muchas fotografías y recortes de periódicos y revistas sobre ella; era obvio que se encontraba en el sótano de Tánatos, y que el asesino estaba claramente obsesionado con ella. Tragó saliva, nerviosa, sintiendo un escalofríos bajar por su columna.

Una puerta se escuchó, y luego unos pasos bajar por la escalera.

– Veo que ha despertado, Diosa Atenea –sonrió.

La joven escritora se encogió de hombros, asustada. El hombre frente a sus ojos se veía bastante joven, alto y de contextura atlética, tenía el cabello castaño, largo hasta su nuca y algo ondulado como el de su hermano, sus ojos eran verdes y apagados, su piel era pálida, se notaba que no tomaba mucho sol; no parecía aterrador ni peligroso, a los ojos de todos, aquel joven no podría ser un asesino en serie. Lo reconocía, lo había visto en todas las firmas de libros y conferencias que había dado en la ciudad, era su "fanático enamorado", aquel que le enviaba cartas de amor y que se le había declarado una vez.

Aquel joven hombre no se acercó mucho a ella, parecía no querer invadir su espacio; se arrodilló en el suelo e hizo una reverencia dogeza hacia aquella fémina, apoyando las manos y frente en el suelo.

– Disculpe mi atrevimiento, Diosa Atenea. Sé que un mortal como yo no debería si quiera tocarla...Lo siento mucho.

– Usted...

– ¿Me recuerda, Diosa Atenea? –preguntó levantando la cabeza.

– Ah...S-Sí, tú...Te vi en todas mis firmas de libros en New York.

– Oh. Es un honor para mí permanecer en su memoria, Diosa Atenea –se levantó llevó y una mano a su pecho, haciendo una reverencia.

– ¿Q-Qué hago aquí? ¿Qué es lo que quiere? ¿Va a abus-?

– ¡Oh, no! No, no, no. Mi gloriosa Diosa Atenea, un mortal como yo no se atrevería tocar de esa forma a una diosa como usted, no lo merezco. No profanaré su cuerpo, respetaré eternamente su voto de castidad. Lo que haré será liberarla de su cuerpo mortal, Diosa Atenea, para que pueda ascender al Olimpo de nuevo –dijo levantando los brazos.

«¿Cuerpo mortal? ¿Ascender al Olimpo? ...Él...de verdad cree que yo...soy la diosa griega Atenea...», pensó ella.

– Ah. Y-Yo no...

– Diosa Atenea, por favor abandone sus prendas de mortal. Dentro de la bolsa sobre la mesa de noche está su vestidura de deidad.

– P-Pero...

– Por favor. No me obligue a ser...rudo –abrió su chaqueta, enseñando el arma que ocultaba bajo ella.

La escritora tragó saliva, nerviosa, y asintió lentamente. El hombre sonrió.

– Mientras usted cambia sus ropajes, yo traeré el té. Con permiso, Diosa Atenea.

El asesino hizo una reverencia y subió las escaleras, salió del sótano y cerró la puerta, colocándole todos los seguros que aquella tenía.

Tn palmeó su ropa, notando que, por desgracia, no traía su teléfono encima; buscó entre las cosas del sótano, tratando de encontrar algo que pudiese usar para defenderse, pero tampoco encontró nada. Frunció el ceño y suspiró, frustrada. No le quedaba más opción que seguir las órdenes de aquel hombre y esperar a que L la encontrase antes de que la matasen; lo único que la tranquilizaba era que L era el mejor detective del mundo y movilizaría a toda la policía en su búsqueda, y que su secuestrador no parecía querer abusar de ella, de hecho la veía como la encarnación de la diosa griega Atenea. Se acercó a la mesa de noche y abrió aquella bolsa, sacando un vestido blanco de tirantes y larga falda, una armadura y casco dorados que parecían ser hechos de papel maché, y tacones dorados.

«Quiere que me vea como la diosa Atenea es representada en pinturas, con su vestido blanco y armadura dorada...Entiendo», pensó.

Tomó aire y comenzó a desvestirse.

[Four Season Hotel]

L mordía su uña de forma ansiosa, se encontraba en llamada con la policía. Lean tampoco parecía tranquilo, caminaba de un lado a otro, inquieto.

– L, llevamos casi cuatro horas. Mis hombres revisaron una y otra vez la sala de conferencias y el hotel, interrogaron a fondo a todos los periodistas que asistieron, y revisaron más de dos horas de grabación varias veces. No hemos obtenido nada aún.

– ¿Qué hay de la carta tarot que dejó Tánatos?

– La envié al laboratorio, todavía no tenemos resultados.

El detective frunció el ceño, chasqueando la lengua.

[Ubicación desconocida]

El asesino dejó la bandeja sobre la mesa, traía en ella una tetera, una taza de porcelana sobre un plato a juego, un plato con una porción de pastel del sabor favorito de la escritora, y un recipiente con cubos de azúcar. Tn estaba sentada a la mesa, seguía nerviosa; tenía puesta la ropa que aquel le había dejado para cambiarse, y su cabello estaba suelto y con sus bucles algo desarmados.

– Le serviré el té, Diosa Atenea.

Él tomó la tetera, sirvió té en aquella bonita taza, y la tomó por plato, dejándola delante de la escritora, dejó luego la porción de pastel. La joven tragó saliva.

– Beba, por favor.

– Uhm. Claro –tomó la taza.– ¿Podría...recordarme su nombre?

– Daniel.

– Gilliam, ¿Verdad?

– Sí –sonrió.– Es un honor que me recuerde, Diosa Atenea.

– Ahm...P-Puede beber té conmigo.

– Sería un honor para mí –hizo una pequeña reverencia.

El hombre, Daniel, tomó una taza vacía que tenía sobre su mesa de trabajo, se sirvió algo de té y tomó asiento delante de aquella fémina; le echó un cubo de azúcar, lo revolvió y le dio un sorbo. Esta acción calmó un poco a la joven, quería decir que ni la bebida ni el azúcar estaban envenenados; tomó aire y le dio un sorbo al té también.

[Estación de policía]

– Lo siento, L –fumó.– Sólo tenemos un retrato hablado de un guardia que desapareció en la conmoción. Tengo a la mitad de mis hombres patrullando la ciudad en búsqueda de-

La puerta se abrió de pronto, golpeándose contra la pared e interrumpiendo al Detective de Homicidios.

– ¡Detective Hamilton, tenemos una coincidencia!

Todos exclamaron sorpresa, mirando al hombre que acababa de entrar, aquel vestía de traje y llevaba una bata blanca de laboratorio. Hamilton se puso de pie.

– ¿Coincidencia?

– Encontramos una huella en la carta tarot y la analizamos –dijo acercándose a él.– Este es el resultado.

Hamilton tomó aquella hoja y la observó, exclamando sorpresa.

Anemoia ✒️ L LawlietDonde viven las historias. Descúbrelo ahora