Jamie suspiró contemplando la ropa que Alex le había comprado. No tenía ni idea de cuánto habían gastado. Él no la dejaba ver las etiquetas de precio en las tiendas. A cambio, ella se negó a dejar que le comprara ropa que no fuera para trabajar, aunque él lo intentó una vez. Jamie acabó con trajes nuevos, blusas de seda, vestidos adecuados para la oficina que la hacían parecer la directora general y no una simple asistente personal. Él le dijo que quería que se viera como una mujer poderosa y guapa al mismo tiempo. Le iba a pedir que se encargara de más reuniones de trabajo y quizás también que paseara a las mujeres de algunos de los clientes si le apetecía.
–Mi única condición es que tengo que aprobar tu ropa –dijo Alex–. Lo último que necesito es que estés tan sexy que los hombres se fijen más en ti que en las negociaciones o que las mujeres se pongan celosas.
Como si existiera ropa que pudiera hacerla lucir sexy. De todas formas,
Jamie apreciaba el cumplido. Él había sido muy profesional a la mañana
siguiente, a pesar del beso imaginario, y ella lo agradecía. Le preguntó por el corte en el brazo, nada más.¿Cómo había logrado despertar sin resaca?... Quizás fueran las hormonas, que absorbieron todo el alcohol al no haber obtenido lo que querían.
Jamie miró el reloj y soltó una palabrota. Tenía que ver a Christine para revisar una vez más la colocación de los invitados en las mesas y ya llegaba tarde. Cogió unos vaqueros viejos y una camiseta y se los puso, ajustándose el cinturón en el último agujero para que no se le cayeran los pantalones. Se puso unas chanclas de dedo y se recogió el pelo en una coleta, luego se preparó un batido de proteínas para desayunar. Menos mal que el día anterior lo había comprado, porque no le daba tiempo de tomar un desayuno de
verdad. Alex había insistido para que se tomara el día libre y luego Christine insistió en que quedaran casi al alba para pasarse todo el día organizando la boda. Sinceramente, Jamie no sabía qué quedaba aún por organizar. Parecía que la organización no se fuera a acabar nunca. ¡Bendito café! Jamie puso el batido en un vaso de plástico para llevar y cogió dinero para comprarse un café de camino a casa de su hermana. Se preparó para pasar un día interminable al subir en el coche.
Aunque no iban a salir de casa en todo el día, Christine saludó a Jamie en una blusa de diseñador y pantalones negros perfectamente planchados.Llevaba un moño alto y los labios ligeramente maquillados.
Jamie sintió ganas de poner los ojos en blanco. Cenicienta se había
presentado con un atuendo inadecuado para el baile, otra vez.–Llegas tarde –se quejó Christine mientras la dejaba pasar–. Pero
supongo que tendré que dejarlo pasar–. Suspiró con dramatismo y luego miró a Jamie con aire crítico, haciendo una mueca de asco al ver el batido–. De verdad, Jamie, al menos podrías intentar seguir el régimen– dijo Christine quitándole el batido de las manos–. ¿Un batido por la mañana? ¿Cómo se te ocurre?–Es un batido de proteínas –dijo Jamie, pero Christine ya caminaba hacia la cocina para verter el líquido en el fregadero.
Jamie miró a su alrededor y se alegró de no ver por ahí a Stephen.
–Venga –dijo Christine, dejando el vaso vacío en la encimera–. Te
conozco, Jamie. Tú no beberías algo sano ni que te mataran. Algo que
acabaré haciendo como sigas así.El estómago de Jamie gruñó. Tan solo había bebido unos cuantos tragos
de camino y sabía que en breve estaría muriéndose de hambre. Se bebió el café despacio, con la esperanza de que la llenara. Su hermana lo hacía con la mejor de las intenciones, estaba de los nervios por una boda que no se debería
celebrar. Su futuro marido era un capullo.–¿Qué quieres que hagamos primero? –preguntó Jamie, sentándose en el
sofá de cuero negro, mirando el que solía ser su apartamento.A diferencia del estilo ahorrador que tenía el piso con ella, con sofás de
segunda mano y cuadros de artistas locales, Christine y Stephen lo habían decorado en un estilo pseudo intelectual. El televisor estaba escondido en un armario de madera oscura y había estanterías en todas las paredes con libros encuadernados en piel. Reproducciones de cuadros famosos adornaban las paredes y había una falsa chimenea en uno de los lados del salón; sus llamas
bailaban y proyectaban figuras en la mesa de centro de caoba. Daría la
impresión de que ahí vivía gente inteligente y con carrera, hasta que mirabas los libros y te dabas cuenta de que ninguno de los lomos estaba desgastado.
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LA ASISTENTE PERSONAL
Lãng mạnDe la autora, Lexy Timms, llega una novela romántica de multimillonarios que te hará perder la cabeza; te enamorarás como la primera vez. OJO ESTÁ NOVELA NO ES MÍA AÚN ASÍ APOLLALA POR FAVOR ** The Boss es el primer libro de la serie La Asistente P...