Capítulo 2 / Capítulo 3

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–No puedo creer lo que acabas de hacer –susurró Alex.

Jamie aún lo oía a pesar de que estaba alejándose.

–No sé quién ha pasado más vergüenza, si la chica o yo.

–¿Y yo cómo iba a saber que estaba escuchándome? –Stephen se aclaró la garganta–. Además, no sé de qué se sorprende. Ya sabe que tiene que perder peso.

–Stephen –le advirtió Alex–.Tu falta de sutileza y vergüenza resulta vulgar. Además, la chica ni siquiera es fea. Tiene unos ojos azules muy bonitos y una sonrisa preciosa. –Hubo una pausa. Jamie pensaba que ya no podía oírlo, cuando escuchó–: ¿Cuándo te convertiste en un capullo, Stephen?

Stephen le dio una palmada en la espalda a su amigo.

–Siempre he sido un capullo, Alex. Es solo que estás demasiado ocupado para darte cuenta.

–Eso parece.

Jamie fingió que se le caía algo para poder escuchar el resto de la conversación.

–En fin –dijo Stephen–. ¿Te sientas a cenar con nosotros? Van a pagar los padres de Christine.

–Ya me marchaba –respondió Alex–. Que pases una buena velada. Asegúrate de darle mi dirección de contacto a Jamie.

Jamie levantó la vista cuando él dijo su nombre.

–Lo haré –gritó Stephen mientras Alex salía del pub. Cogió a Jamie por el codo unas cuantas mesas antes de llegar a la suya, donde no podían oírlos–.Estamos en paz.

–¿Perdona? –Jamie tiró para liberar su codo pero él no se movió.

Stephen se encogió de hombros y miró rápidamente hacia la mesa mirándola luego otra vez a ella.

–Tú me presentaste a Christine y ahora te devuelvo el favor.

–No necesito que me hagas favores –Tembló, odiaba que la tocara.

–Ahora sí. Alex casi no tiene amigos. Casi no sale con nadie, probablemente porque no se fía de nadie. No puede bajar el ritmo si quiere mantenerse en la cima. El mundo de Wall Street no espera a nadie. Ni siquiera a los mega multimillonarios.

¿Alex es mega multimillonario? Jamie parpadeó. ¿En qué se iba a meter?Fue hasta la mesa para recoger el bolso.

–¿Adónde crees que vas? –Christine se levantó–. Aún tenemos cosas que organizar, eres mi dama de honor.

–Estarás bien sin mí –Jamie tomó aire temblando–. Haré lo que necesites. Ya sabes que sí.

Se apresuró a salir antes de que alguien pudiera convencerla de que se quedara. Tenía la sensación de que Stephen les iba a contar lo que había ocurrido, asegurándose de dejar bien claro cómo había intentado encontrarle trabajo.

Volvió a casa por una ruta distinta a la de sus padres para que no supieran que había parado en un restaurante chino para pedir arroz frito y Rangoon de cangrejo para llevar. A solas en el parking, con una caja vacía de comida que estaba buenísima pero que probablemente acababa de añadir medio kilo a sus caderas, se apoyó en el volante del coche y se echó a llorar.

¿Cómo se había vuelto todo una mierda? Sabía que no estaba obesa, pero su familia tenía la costumbre de hacerla sentir como si fuera el elefante de la habitación.Tenía que perder peso, sí, lo sabía. Había subido unos kilitos en el primer año de universidad y nunca los perdió, luego subió un poco más cada año. No hacía falta que se lo restregaran por la cara. Jamie se sonó la nariz con una servilleta arrugada. Derramó más lágrimas estúpidas.No ayudaba que su novio...exnovio...quien se suponía que debía quererla incondicionalmente también se diera cuenta y se apresurara a dejarla porque estaba“redondita de caderas”. Nunca sería tan capullo con Christine porque sus huesecitos eran gloriosamente perfectos.

LA ASISTENTE PERSONAL Donde viven las historias. Descúbrelo ahora