Capítulo 7 / Capítulo 8

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A la mañana siguiente, tras una noche agitada, Jamie se levantó temprano y rebuscó en una de las cajas hasta encontrar ropa de deporte.

–No lo hago ni por Christine, ni por mi madre, tampoco por Alex Reid –se
dijo–. Lo hago solo porque quiero ver cómo es el gimnasio. Solo voy a echar
un vistazo y a caminar veinte minutos en la cinta de correr.

Bostezó, sintiéndose como un zombie que aún no había empezado a
descomponerse. No he dormido suficiente. ¿La falta de sueño impedía
adelgazar? Definitivamente no era algo sano. ¿No debería perder peso de
forma sana?

–No importa, ahora no. El ejercicio me despertará.

Dejó preparada una falda y una blusa sobre la cama y buscó en el cesto de la ropa sucia (ahora lleno de zapatos) hasta encontrar sus zapatillas de deporte.

Salió por la puerta, preguntándose si debía cerrar con llave y mirando hacia la zona de la piscina. A las cuatro el sol aún no había salido, estaba durmiendo.

El aire fresco de la mañana no ayudó a despertarla. Jaimie revisó sus
mensajes en el corto camino hasta la puerta del gimnasio. Tenía cinco
llamadas más de Christine y tres de su madre. Incluso había una llamada de
Stephen y un mensaje de texto de su padre. Llevaba solo un día de trabajo y ya parecía que el mundo se había venido abajo. Abrió el mensaje de su padre frente a la puerta del gimnasio.

Jamie, cariño, creo que deberías venir a casa. Tu madre y tu hermana están como locas. Quizás tu trabajo debiera esperar hasta después de la boda.

Jamie parpadeó para contener las lágrimas. Él había sido el único que se
había alegrado por ella, aunque solo fuera por unos segundos, y ahora le
decía que lo dejara, como todos los demás. Solo te lo dice porque no puede aguantar a mamá cuando se pone histérica. A Jaimie le dolía de todas formas.

Le respondió de forma breve. Estoy genial. Todo va bien, llamaré a mamá y a Christine más tarde.

Guardó el móvil en la bolsa del gimnasio y sacó una botella de agua y una toalla. Se dijo que debía recordar pasar por el supermercado antes o después del trabajo.

Afortunadamente el gimnasio no estaba cerrado con llave. Jamie entró y las luces se encendieron automáticamente. Era casi tan grande como el gimnasio de la oficina, con más espejos que un estudio de ballet. Si estaba medio dormida, ahora se había despertado del todo.

Miró a su alrededor y dejó caer la bolsa al suelo. Debería hacer algo. La
mitad de lo que había allí parecía máquinas pensadas para traumatizar o matar a la gente. Montó en la cinta de correr. Era segura, no mataba. Se había cansado con solo montar. Afortunadamente estaba sola.

Jamie encendió la cinta mientras pensaba que tenía que devolverle la llamada a su hermana y preguntándose qué quería. Seguramente a estas alturas su
madre y Christine se habían reunido para hablar sobre la pésima hermana que era Jamie. Era como si pudiera imaginar las palabras: desilusión, no se puede confiar en ella, egoísta, etc. Stephen se habría unido a ellas para deformar las cosas y aparecer como el generoso cuñado que se vio obligado a encontrarle un trabajo.

Mientras imaginaba la conversación pulsó el botón de arranque de la cinta y ajustó la velocidad. Se frotó los ojos, bostezó y empezó a caminar. Pero no estaba preparada para la velocidad de la máquina y en cuanto movió el pie izquierdo, se le fue hacia atrás. Intentó correr con el derecho para sujetarse a las barras.

No. Tuvo. Suerte.

El peso de su cuerpo cambió de un lado a otro pero no pudo ajustarse al
movimiento de la cinta. Su cabeza dio un latigazo hacia atrás mientras su
cuerpo salía disparado hacia la parte posterior del gimnasio. Brazos y piernas que volaban por todas partes, hasta que la espalda chocó contra algo duro.

LA ASISTENTE PERSONAL Donde viven las historias. Descúbrelo ahora