Capítulo 11 / Capítulo 12

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Capítulo 11

Jamie se acercó al mostrador de recepción para pedir que le avisaran si había cualquier cambio en el estado de su padre. Le costó un buen esfuerzo no llorar cuando salió para buscar un taxi con el que volver a la oficina a recoger su coche. Cuando por fin estuvo a solas dejó que rodaran las lágrimas.

“Solo hasta que llegues a tu piso, luego paras”, se dijo. Cogió un Kleenex y se limpió la cara. Por un segundo en el ascensor creyó que Alex flirteaba con ella. ¡Con ella!Luego todo había desaparecido y él le dijo que había dicho aquellas palabras porque ella le daba pena. ¿Pena? No se podía caer más bajo.

Se sonó la nariz y se limpió las lágrimas con el dorso de la mano mientras se acercaba a casa. Al pulsar el botón para abrir las rejas bajó la ventanilla con el deseo de que un poco de aire fresco le borrara el enrojecimiento de la cara.

Por suerte no veía el coche de Alex en el aparcamiento. Jamie aparcó en su
sitio habitual y se bajó del coche manteniendo la cara agachada.

La piscina olímpica del jardín echaba vapor en el frescor de la tarde. Eran los primeros días del invierno y la piscina aún estaba abierta. Tan solo Alex Reid pagaría para mantener una piscina al aire libre con la temperatura de una bañera. Jamie estuvo tentada a quitarse la ropa y saltar. Un chapuzón de media tarde en invierno, en la casa de un multimillonario. La ballena gorda
sacando toda el agua, ¡qué sexy! Se rio mientras abría la puerta de su suite y entraba.

Volvió a salir cuando su cerebro le indicó que había una caja junto a su
puerta que no había visto. Se agachó para recogerla. Era una hielera con una nota de Murray; había vuelto a cocinar para ella.

La llevó hasta la cocina y guardó las cosas en el frigorífico, tirando las llaves en la encimera. Quizás comiese algo más tarde, en aquel momento no tenía hambre. Se quitó la falda y la blusa y las dejó caer en una montaña arrugada.Se metió en la cama en ropa interior, sin pararse a pensar si había cerrado con llave o no. Daba igual, nadie iba a entrar.

Se quedó mirando a las cajas que aún esperaban junto a la pared para ser abiertas. Al menos podría organizar al fin sus cosas en aquel tiempo libre.

Se giró y se cubrió con el caro edredón. Cerró los ojos exhausta. Odiaba su vida.

Jamie pasó su primer día libre en el hospital con su padre. Su madre y
Christine iban a hacer cosas toda la mañana. Lo que había ocurrido el día
anterior aún hacía que el ambiente fuese un poco raro, pero le hizo compañía a su padre mientras le hacían varias pruebas y veían viejos capítulos de Mentes criminales. Para alivio de Jaimie, no hablaron ni de su trabajo ni de la boda. Jamie llevó a su padre a casa por la tarde, cuando el médico le dio el alta con instrucciones firmes de que volviera a la mañana siguiente para hacerse otras pruebas.

–Siento lo de ayer –dijo él cuando estaban en el coche–. Sé que eres una
buena trabajadora y no hay motivos para que te despidan. Hasta donde yo sé.

–Hasta donde yo sé, tampoco los hay.

–Jaimie mantenía los ojos pegados a la carretera y esperaba que su padre no hiciera más preguntas. Puso cara de poker y él pareció perderse en sus propios pensamientos.

Jamie lo miró por el rabillo del ojo. Aunque su familia fuera tan pesada a
veces los quería. No quería que su padre estuviera mal.

–Hey, papá, ¿crees que el miércoles estarás bien para salir a cenar? Podemos ir a algún sitio bonito,donde tengan comida sana, por supuesto. Tienes que cuidar tu colesterol, como ha dicho el médico. ¿Se lo digo yo a Christine y tú se lo dices a mamá? Invito yo, para compensaros por las molestias.
Podríamos ir a Michael Angelos.

LA ASISTENTE PERSONAL Donde viven las historias. Descúbrelo ahora