Capítulo 1 / Capítulo 2

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Jamie miró su reflejo en el espejo. Para alguien que odiaba mirarse a sí
misma, empezaba a pasar bastante tiempo viéndose una y otra vez. Se tocó el cuello, las tres pequeñas marchas de dedos convertidas en cardenal habían desaparecido y se alegraba de que Stephen no fuera a asistir a la cena por el cumpleaños de su padre. Stephen tenía que trabajar hasta tarde, eso le había dicho a Christine.

Alex se había ofrecido para acompañarla a la cena, no porque quisiese cenar con ella, sino porque se sentía obligado a protegerla si a Stephen le daba por aparecer. Desde la noche loca, una semana atrás, las cosas habían vuelto casi a la normalidad. Jamie no debería haberse quedado a dormir. Debería haber vuelto a su piso en vez de quedarse acurrucada entre las
sábanas de Alex. Las palabras bonitas que él le había dicho y su sonrisa sexy la convencieron.

De madrugada, se levantó en silencio de la cama y volvió a su piso. Se puso la ropa de deporte y fue a correr en la cinta del gimnasio para aclarar la mente. No sirvió de mucho. La luz de la mañana se vertió sobre sus acciones, dejándole claro que aunque necesitaba lo que había ocurrido la noche anterior, no había hecho bien.

No le ayudó que después de ducharse tuviera que mandarle un mensaje a
Alex para pedirle que la llevara al trabajo porque su coche aún estaba en el garaje de la oficina. Permanecieron en un silencio incómodo y, al llegar al trabajo, Jamie buscó una excusa para irse a su coche. Alex no discutió cuando ella le pidió que fuera entrando, asegurándole que pronto entraría ella también.

Consiguieron sobrevivir a aquel día lleno de reuniones y, a medida que
los siguientes días pasaban, ninguno de los dos dijo nada sobre su noche de pasión. Cuando había pasado una semana ya no se evitaban. Jamie pasaba el tiempo libre en el gimnasio, también se compró un bañador para empezar a usar la piscina. Había observado a Alex nadar una noche, escondida detrás de las persianas. Sintió un calor que le recorría el cuerpo al verlo hacer largos.

-¡Jamie! -Christine entró en el baño-. ¿Por qué tardas tanto?

Jamie se apartó del espejo de un salto y fingió que estaba secándose las


manos con el secador eléctrico.

-Tenía que mandar unos cuantos emails de trabajo -mintió.

-Es el cumpleaños de papá, ¿no puedes dejar de trabajar por una noche?

-Sí, ya voy.

-Bien. -Christine jugueteó con su pelo frente al espejo y luego se retocó el maquillaje. Miró a Jamie a través del espejo-. ¿Llevas faja?

-¿Qué? No. -Jamie meneó la cabeza-. He perdido un poco de peso. -Se encogió de hombros-. Parece que le voy cogiendo el tranquillo al gimnasio. He hecho buenas migas con la cinta de correr.

Quería contarle a Christine lo de su noche con Alex pero se contuvo.

-Un verdadero milagro navideño -Christine sonrió-. A ver si puedes seguir -dijo retando a Jamie-. Aún no cabes en el vestido rojo.

Jamie abrió la puerta y la sostuvo para su hermana. El maldito vestido. Se mordió la lengua para no soltar un comentario y se obligó a sonreír.

-Lo hago por mí, no por ti.

Christine volvió contoneándose a la mesa. Si oyó el comentario de Jamie


no le prestó atención.

Jamie se sentó a posta al lado de su madre, dejando un hueco junto a


Christine por si aparecía Stephen. Bastante lejos de Jamie, así no tendría que hablar con él.

Su madre cogió la carta.

-Has escogido un restaurante muy bonito, Jamie. Espero que tengan


bastantes opciones sanas.

LA ASISTENTE PERSONAL Donde viven las historias. Descúbrelo ahora