Capítulo 1

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Elizabeth

Los Ángeles, California.

Es absurdo que a veces las personas critiquen la vida miserable de otros como si ellos vivieran en un castillo, rodeados de lingotes de oro, con una vida color rosa y perfecta. Qué fácil es hablar pestes y juzgar a personas sensibles, pero a la vez fuertes, sin ponerse en sus zapatos.

Si el mundo supiera lo jodidamente doloroso que es no poder descansar por las noches y no sentir paz en los sueños, créanme que el universo estaría en un caos total; como mi mente. Sería un infierno en llamas para todo el mundo. Pero no, la gente sigue adelante, mis compañeros de clase siguen adelante; el mundo en general sigue adelante... En cambio yo... yo sólo seguía sobreviviendo a la rutina desde que mi madre se fue de mi lado; de día un infierno en el colegio, de noche otro infierno en mi triste habitación, pero mucho peor.

En verdad, cuando decía la palabra Infierno, lo sentía en cada letra...

También me preguntaba por qué sobrevivía tanto a tanta tortura. Más de una vez intenté suicidarme, rendirme a la vida para poder estar en paz, pero fue algo que inmediatamente saqué de mi mente, tiempo después cuando me enteré que las personas que atentaban con su propia vida se quemarían en el fuego del infierno y su alma andaría en pena... Bueno, eso decían los creyentes.

Y eso no era lo que yo quería para mí, no. Yo quería estar en paz, vivir en paz, dormir en paz... Soñar en paz, sin pesadillas, sin sentir asco de mi cama y de mi cuerpo cada vez que me miraba en el espejo... Quería dejar de sentir el doloroso vacío que sentía en mi mente, en mis ojos verdes.

Bueno, no podía ser tan dramática y quejarme, ¿no? Porque la anhelada paz sólo la sentía los días de semana desde las cuatro de la tarde hasta las seis de la tarde, y los fines de semana cuando participaba de ayudante en la biblioteca. Al final, no estaba tan jodida del todo.

¡Claro!

Ya hasta me daban ganas de vomitar al mirar desde lejos aquella casa blanca estilo victoriano con grandes jardines en frente.

Todo eso iba pensando mientras me aferraba a mi mochila y disminuía el paso al ver que ya estaba llegando a mi realidad después de haber tenido unas horas de tranquilidad en la biblioteca.

Walter no me había podido ir a buscar a la biblioteca por su repentino cambio de humor, otra vez, así que a medida que daba un paso por la fría y solitaria calle de aquel barrio de pijos, bajo la puesta del sol, me fui mentalizando en que mis matutinas lágrimas ahogadas esta vez iban a adelantarse antes de la madrugada.

Cada vez hacía lento mi pasó después de cruzar los grandes portones. Abrí la puerta de madre blanca y entré en silencio. Todo estaba calmado, sin una gota de ruido. Eso me hubiese gustado si estaría en otra situación; viviendo sola, por ejemplo.

Ojalá y así fuese nuestra vida en realidad-pensé.

Dejé las llaves en la mesita de la entrada y en silencio subí por las grandes e interminables escaleras hacia la habitación de Walter. Después de tocar y oír un -Adelante- el olor del alcohol me inundó por completo al entrar. Miré al frente y lo primero que divisé fueron los ojos inyectados en sangre del hombre delgado y canoso que estaba sentado en la orilla de la cama. Tenía un vaso de vidrio lleno de Jack Daniel's en los delgados dedos de su mano derecha, mientras que en la otra estaba la botella casi vacía.

Nos miramos por un minuto, mientras que me mentalizaba en cómo tenía que comportarme hoy.

Walter era impredecible.

-Ya llegué. -anuncié en el umbral de la puerta. Walter me miró con los ojos brillosos por unos segundos. Me dedicó una sonrisa tan maquiavélica que mi piel se erizó tras un arrasador escalofrió.

El Físico Atrae, Pero No Es Por Lo Que Me Quedo©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora