Elizabeth
Cuando llegué a la puerta de mi lugar sagrado estaba transpirada, si no hubiese sido porque ya había desayunado en casa, me habría desmayado.
Empujé la puerta con fuerza e inmediatamente el olor a libros me impregnó por completo. Ese olor que te hace cerrar los ojos cuando aspiras un libro al acercarlo a tu nariz. Ese era uno de los olores que me encantaban de aquél lugar. Todo ahí me alentaba a seguir luchando y salir adelante; a no dejarme caer, porque apenas era joven y quería vivir algo de felicidad después de haber sufrido tanto y salir de la casa de Walter.
Todos los días pensaba en mil maneras de escapar, pero también había fallado en tantas ocasiones que ya me estaba quedando sin ideas.
La biblioteca estaba casi vacía, sólo había escasas personas con sus Starbucks en mano mientras estudiaban o leían alguna historia interesante.
A lo lejos vi a Barn atendiendo a dos chicos con aspecto de jugadores de futbol americano, se veían un poco estresados mientras oían lo que Barn les decía. Sonreí inconsciente y entré a la recepción. Dejé mi bolso en uno de los pequeños casilleros de ahí y le bajé un poco de volumen a la canción de Halsey, Strangers. Amaba esa canción, no sólo la letra, sino también el ritmo.
Me acerqué a donde estaba Barn después que los universitarios se fueron y le di un sencillo abrazo.
—Buenos días. —la saludé con una sonrisa fugaz. Las arrugas de la anciana se hicieron presentes cuando sonrió.
—Buenos días. Creí que no ibas a venir, niña. —dijo con esa dulce voz, mirando su reloj de muñeca. Di un paso atrás y me senté en una de las sillas de madera.
—Es que ayer llegué cansada a casa y me dormí antes poner la alarma. —mentí sonriendo. Barn me estudio con la mirada, pero no dijo más nada. Sólo asintió.
—Hoy no hay mucho que hacer, si quieres ve a tu área y que ese mundo te absorba. —dijo con gracia. Por más tentada que me vi a ir y buscar el libro de Nuestra Señora de Paris, no quise dejar a Barn sola. Mucho hacía con dejarme ayudarla en el lugar y permitirme que pocas veces me llevara los libros. No siempre los aceptaba para llevarlos a casa, ya que allá me sentía incomoda y el único lugar donde yo me concentraba para leer era sólo en la biblioteca.
—No. Hoy te quiero ayudar un poco más. Ya después dejaré que mi mundo me absorba. —dije levantándome para empezar a ojear la lista de asistencia del lugar. Ella me miró por unos segundos hasta que tocó algo en mi cuello.
—Ayer no lo tenías. —dijo con gesto confuso. Fruncí el ceño sin entender. Activé la cámara frontal de mi iPhone y miré a donde ella había señalado. Por una parte de mi mandíbula, cerca de mi cuello, había un chupón violáceo. Apreté los diente con fuerza y cerré los ojos por un segundo— ¿Estás bien? —me preguntó Barn haciendo que abriera los ojos. En un principio creí que me iba a mirar con reproche, porque cabe destacar que el chupete hacía parecer que había tenido una noche fascinante, pero no. Barn sólo me miró como si me entendiera. Como si supiera lo que en verdad me sucedía cuando salía de aquella biblioteca y entraba a mi casa.
—Claro que sí. Y dentro de poco estaré mucho más.—mentí y evité responder lo del chupón. Ella suspiró y me dio un apretón de mano y se fue.
Una vez, cuando tenía quince y aprendí a andar sola por la calle, salí de la biblioteca con la intención de volver a escapar y no volver a casa. La primera persona en la que pensé para que me ayudara fue a Barn, con ella hice un plan sin decirle el verdadero infierno que vivía en casa; sólo le dije que había tenido problemas con mi padre y su nueva “novia”, (lo cual era falso, sólo mentí para que me viera como a una adolescente dolida con su padre por tener a otra mujer) y Barn me aceptó con gusto.
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El Físico Atrae, Pero No Es Por Lo Que Me Quedo©
RomanceÉl, un hombre arrogante, frío, calculador y futuro heredero de Los Vory, la ayuda a ella; una chica con demonios que la atormentan, la marcaron mental y físicamente, rompiendo sus alas y causando de se odiara a sí misma. La mafia rusa es un mundo dó...