Dimitri
Enseguida, cuando llegamos al hospital por el lado de emergencias, busqué al médico de nuestra confianza. Edik, que, milagrosamente, hoy no le tocaba guardia de noche, me hizo dejar a Elizabeth en una camilla. Elizabeth estaba perdiendo demasiada sangre y manchaba toda la camilla.
Varios enfermeros se acercaron mientras yo los seguía por los pasillos casi corriendo. La mano pálida de Elizabeth colgaba fuera de la camilla. Sus brazos tenían cortadas profundas. Las mejillas que tantas veces veía rosadas por su naturaleza estaban pálidas, como un papel; dejándome un sentimiento amargo.
La mandibula se me iba a reventar de la tensión. Cuando iba a pasar por las puertas que iban hacia el quirófano, Edik me sostuvo del brazo.
—Quiero entrar... —dije, con la voz mas fría que de costumbre. A pesar de que me duela admitirlo, no quería volver a pasar por las mismas infernales horas de espera como lo hice aquella vez... cuando la había traído al hospital aún sabiendo que estaba muerta.
Ni siquiera podía pensarlo.
—Sabes que no puedes entrar, Dimitri. Lo siento, pero ahora ella está en nuestras manos. —dijo, bloqueándome el paso en mi intento de entrar. Lo tomé del cuello de la camisa, pegándolo contra la pared.
—No voy a dejarla sola. —dije entre dientes, sintiendo la ira emanando por mis venas. Abrió la boca para decir algo, pero se empezaron a oír voces cerca.
—¡Llevamos una emergencia, un lado! —dijo un hombre llevando una camilla. Miré de reojo. La respiración se me cortó, haciendo que un nudo se me formara en el garganta. Edik me empujó, dejando que el camillero pasara apurado, llevándose a Abba en aquella camilla.
Una vez más sentí mi mundo desmoronarse. La opresión se formó en mi pecho, haciendo que respirara entrecortado. Empuñé las manos con fuerza.
—Haré lo que esté en mis manos. —me dijo Edik, dejándome ahí parado, para luego apresurarse. Mi respirancion se agitó de tal manera que grité de frustración, soltando un fuerte golpe en la pared, haciendo que se descascarara la pintura blanca. Me pasé las manos por el pelo deseperado
Esto no podía estar pasando. Iba a volverme loco. Abba no podía estar pasando por eso. Elizabeth tampoco debía de estar al borde de la muerte.
Cuando estábamos todos reunidos en el almacén por los asuntos de unos nuevos cargamentos y comenzando un plan, después de que mi padre me hubiera echado la bronca por lo de Skay, recibí la llamada de Abba, diciendo que habían entrado a la mansión y que tenía que sacar a Elizabeth de ella. Se oía tan desesperada. Justo en ese momento estábamos iniciando un plan para desenmascarar al traidor que había, pero todo se había ido a la mierda.
Mi padre llegó hasta mi, con la camisa blanca manchada por la sangre de Abba. Sus ojos estaban rojos, quería llorar, pero, conociéndolo no lo iba a hacer. Nos miramos un momento. Mas atrás venía Skay.
—¿No han dicho nada? —preguntó mi padre; negué con la cabeza.
—Hace unos diez minutos que entraron... —dije, con la voz más ronca de lo normal. Tenía un nudo en la garganta y tenía una sensación diferente en mí. Nos sentamos en unas sillas de la sala y guardamos silencio. Mejor dicho, guardé silencio.
El momento era tortuoso. Estaba desesperado. Nunca había sido un hombre que le gustara esperar.
El momento en que llegué a la mansión se volvió a proyectar en mi mente.
Cuando la cogí entre mis brazos, juro por Dios que sentí algo removerse dentro de mi. No sólo la desesperación y el dolor se plantó en mi pecho, hubo algo más, pero no lo supe descifrar. Cuando ese maldito la había empujado y Elizabeth salió de su agarré, me miró con sus ojos brillosos. Llena de esperanza.
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El Físico Atrae, Pero No Es Por Lo Que Me Quedo©
RomanceÉl, un hombre arrogante, frío, calculador y futuro heredero de Los Vory, la ayuda a ella; una chica con demonios que la atormentan, la marcaron mental y físicamente, rompiendo sus alas y causando de se odiara a sí misma. La mafia rusa es un mundo dó...