Capítulo 7

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Dimitri

Después de salir de la biblioteca, me metí en la camioneta con la cabeza hecha un lío, esperé a que Elizabeth saliera de la casa.

Había quedado con mi padre en uno de sus bares. Según él tenía que hablar conmigo personalmente, pero que no quería que dejara a Elizabeth sola en la mansión, así que tenía que llevarla conmigo.

Me pasé las manos por la cara, frustrado.

Desde que la había visto esa escena dónde ella lloraba en la puerta de su habitación, algo en mí, muy en el fondo, se sentía jodido y culpable por todo lo le estaba pasando. Por una parte entendía que estuviese muy sensible porque estaba sus días, todas las mujeres eran sensibles cuando andaban en su estado, pero no entendí el pavor que ví en sus grandes ojos cafés. El terror que transmitieron me dejó pálido por un momento.

Elizabeth no me había demostrado semejante miedo, sólo cuando la intercepté en el callejón. No demostró miedo cuando la intentaba estrangular; todo era al contrario, ella era altanera, odiosa, mal hablada y siempre iba con la pistola cargada cuando andaba cerca.

Pero cuando la tuve bajo mi cuerpo, apretándola para que asi no se escapara, noté cómo le faltaba el aire. Ella no era como muchas mujeres a las que sí les gusta sentir a hombre acorralandolas. Su llanto se hizo tan fuerte que me puse nervioso.

Actué por intuición cuando la senté en mi regazo y la abracé para que no llorara como lo hacía. ¡Maldita sea, lloraba como una niña pequeña sin consuelo alguno!

Pero aún así como se desmorona, también volvía alejarse.

Anoche me había enfado. A pesar de haber bebido lo suficiente para no recordarme ni de mi nombre, el olor de su piel lo tenía tatuado en la mente. Ella olía delicioso. El leve gemido que salió de sus carnosos y pequeños labios no se esfumaron de mi cabeza y mi subconsciente me jugo una mala haciéndome soñar con ella desnuda. Esta mañana me había levantado con una erección que tuve que bajar con mi mano.

Lo que daría por saborear de nuevo su suave y tibio cuello...

¡Espabila, Dimitri!

Ella apenas era una adolescente. Tenía entendido que aún era menor de edad.

Mierda.

En silencio conduje hasta el bar de mi padre, el Klub. Elizabeth miraba por la ventana, inmersa en sus pensamientos. Sus labios eran llenos, sus pestañas eran largas, el verde en sus ojos era pálido...

¿En qué estaría pensando?

Lyon, el que se encargaba de las investigaciones y hackeos, me había informado que Dostoievski estaba buscando aún a Elizabeth. Sabía que si ellos llegaban a quitarnos de las manos a Elizabeth no sólo le harían daño para sacarle información que ella no tenía, también la obligarían a hacer mierdas que podían llegar a despedazar a una mujer...

Aún no le habían seguido el rastro, el hijo de puta tenía muchos contactos e influencia en Siberia, pero nosotros teníamos más poder y siempre íbamos tres pasos más adelante. Lyon se había encargado de borrar cualquier señal que Elizabeth había dejado desde que la saqué de California, pero aún así corría peligro y no podíamos bajar la guardia.

Escuché cada palabra de todo lo que Elizabeth habló con mi padre respecto a los lugares donde podía estar el maldito de Walter, pero después de tanto investigar y buscar, había algo que no me cuadraba en todo esto. Dostoievski estaba muy empecinado por encontrar a Elizabeth.

El Físico Atrae, Pero No Es Por Lo Que Me Quedo©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora