Capítulo 4

160 30 10
                                    

Dimitri

Me encabronaba cuando nunca estaba de acuerdo con mi padre; por ejemplo, cuando dijo que tenía que llevar a Elizabeth a mi mansión. Sabía que él era el lider y en todo caso yo era el segundo el liderar, pero me encabronaba que él no respetara mis decisiones y mi privacidad.

Después de haber dormido a Elizabeth en aquella calle, me fui a toda ostia por las calles para llegar al jet privado que nos trasladaría a Rusia antes de que la gente de Dostoievski, que son otros enemigos que buscaban a Walter, llegaran, nos alcanzara y se llevaran a Elizabeth.

Me había llevado una enorme sorpresa cuando la vi por primera vez en la biblioteca. Cuando mi padre dio la orden de investigarla y seguirla para llevar a cabo el secuestro, pensé en encontrarme con una mimada, una niña chillona y pesada. Pero cuando vi las fotos que le habían tomado los que ayudaban con la investigación, me llevé una pequeña sorpresa.

Su pelo rubio y ondulado tenían tonos de color platinos que me hicieron admirarlo en silencio. Sus ojos color verde desprendían tristeza, pero a la vez amabilidad y toque de inocencia. En su rostro delicado y angelical habitaban escasas pecas que no pasaban desapercibidas.

Y su cuerpo... No era para nada a los que siempre me rodeaban. No era esbelto, ni trabajado. Tampoco era operado. Era real, era la perfecta definición de lo imperfecto.

Nada de ella era como ví en su informe de investigación. Pero cabe resaltar que muchas cosas me llamaban la atención, primero que nada ella no tenía una vida social como todas las chicas de hoy en día. Mientras la estuve vigilando e investigando, ella en ningún momento salía de fiestas o con sus amigas. Nada. Su rutina era tan sosa. Ella era tan sosa.

Por Dios, ¿qué clase de chica a su edad tendría como única amiga a una anciana?

Por un momento pensé que era jodido cómo alguien así como ella podía convivir con un padre así.

La volví a mirar mientras dormía sentada en el asiento del jet privado de mi padre. Se veía relajada y serena. Sus labios rellenos estaban levemente abiertos. Seguí recorriéndola con descaro, aprovechando que estaba inconsciente, pero algo en uno de sus brazos me llamó la atención. Me incliné hacia ella y subí las mangas de su suéter; abrí los ojos un poco por unas cicatrices que marcaban su cuerpo. Eso hizo que me volviera a sentar en el sillón y me quedara mirándola por unos segundos.

¿Por qué había hecho eso? ¿Qué razones tenía para hacerlo?

Hasta donde tenía entendido, era hija única y lo tenía todo en casa. Bueno, sabía que no tenía a su madre, pero tenía al bastardo de Walter.

A mi mente llegó alguien inconscientemente, pero me obligué a sacarla de mi mente.

Me levanté con paso decidido. Quería ir al baño y echarme agua fresca en la cara. Estaba estresado con mi padre, por tener que tenerla en mi casa. Después de salir del baño, un poco más tranquilo, una de las azafatas del jet se me quedó mirando después de casi chocar conmigo.

Vi cómo se mordía el labio descaradamente y sonreí de lado.

-El señor Kowalsky mandó a avisar que falta poco para aterrizar. -habló con voz melosa, recorriéndome de arriba abajo con descaro. Asentí, pero cuando se iba a dar vuelta para irse, la jalé del brazo y la atraje hacia mí. Inmediatamente, y sin pedir permiso, me lancé a su cuello, chupando y besándolo, mientras que sentía cómo su pulso bajo mis labios se empezaba a acelerar.

Subí hasta el lóbulo de su oreja y lo mordí para luego oírla jadear.

-Necesito liberar tensión, muñeca. -le dije en el oído. Asintió sin decir nada y buscó mi boca, pero me aparté sin importarme el puchero que hizo.

El Físico Atrae, Pero No Es Por Lo Que Me Quedo©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora