Capítulo 3

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Elizabeth

No podía abrir los ojos, los sentía muy pesados, pero aún así mi oído y mi olfato ya estaban despiertos. Pude escuchar pasos lejanos, también oía murmuros que no alcanzaba a entender. El olor de la humedad se hizo presente y en ese momento, poco a poco, me empezaron a llegar fragmentos de recuerdos; cuando había salido de la biblioteca, la sensación de que me observaban, la Hummer bloqueando la calle.. Y el hombre que me apuntaba con una pistola, la descarga eléctrica y luego cuando caí al suelo....

Mis ojos se abrieron de golpe. Mi visión estaba un poco borrosa. Cerré un par de veces los ojos hasta acostumbrarme a la tenue luz.

Me encontraba sentada en una silla de hierro, con las manos atadas a los lados de la silla y los pies igual. Sentía el cuerpo adolorido. Intenté hablar cuando me vi en ese estado, pero mi boca estaba cerrada con cinta adhesiva.

Desesperada y aterrada, empecé a mover mis manos, intentando desatarme, pero era inútil; la cinta adhesiva estaba enrollada en ambas muñecas aferrándome a la silla. Incluso intenté impulsarme, pero estaba pegada al suelo.

Me miré a través de los ojos llenos de lágrimas, aún tenía mi ropa puesta y eso, en cierta parte, me llenaba de alívio.

La habitación en donde estaba era sólo de cuatro paredes rusticas. Había una mesa y otra silla a dos metros de mí, pero sólo eso. La estancia se veía deteriorada y el suelo roto y agrietado. Me tenían mirando hacia la pared, pero sabía que a mis espaldas se encontraba una puerta.

Las lágrimas me acariciaban las mejillas a medida de que bajaban, descontroladas. Mi corazón latía desesperado. No sabía dónde estaba, qué me habían hecho o que me iba a pasar. Me secuestraron.

Mi cuerpo comenzó a temblar cuando escuché la puerta abrirse. La luz del exterior iluminó más la habitación, pero inmediatamente se cerró de golpe. Empecé a llorar más, sabía que las lágrimas no me iban a salvar, pero no sé por qué me habían secuestrado o para qué.

El lugar se iluminó más, pero aún no veía quien había entrado, sólo oía pasos lentos detrás de mí.

Volví a intentar jalar mis brazos para romper la cinta, pero nada; nada funcionaba y yo sentía que iba a volverme a desmayar de terror.

-No intentes liberarte. Será en bano. -escuché la ronca voz del hombre que me había llevado a aquel lugar, eso me hizo temblar más. Caminó al frente, para poder verlo; no tenía la misma ropa de antes y su labio estaba partido esta vez.

Agarró la silla que estaba detrás del escritorio y se sentó en frente de mí; a horcajadas y con los brazos apoyados del respaldo. En una mano tenía la misma arma con la que me había apuntado en la calle.

Se quedó mirándome directamente a los ojos; estos me veían tan a fondo. En sus ojos ví odio y furia. Divisé maldad al mirar cara a cara al diablo.

Fui la primera en apartar la mirada, la desvié a otro lado para luego volver a llenárseme de lágrimas. Sentí como tendió su mano y barrió una de ellas. La frialdad en sus dedos me hizo apartar el rostro bruscamente.

-Las cosas sólo serán fáciles si tú nos las pones fácil. -dijo agarrando mi mentón con fuerza para que lo mirara, intenté apartarlo, pero me lo impidió. No entendía sus palabras. Me confundían. Con una mano agarrando mi mentón, llevó la otra a la cinta adhesiva y me la quitó rápido. Emití un quejido por el dolor que causó la cinta.

-¿Qué quieres de mí? -le pregunté con voz temblorosa, ignorando que era más que obvio lo que podía querer de mí: Walter. Era dueño de una de las empresas más grandes en la ciudad y, a pesar de que siempre vivía esclavo de su trabajo, ganaba millones y millones. En el barrio donde vivíamos esa era sólo una de las numerosas casas que la tenía en el país. Ellos querían hacer rescate a cambio de dinero.

El Físico Atrae, Pero No Es Por Lo Que Me Quedo©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora