𝚇

250 48 55
                                    

El día había llegado, la fría mañana de aquel miércoles 17 de agosto fue dura, estaba arreglando todo para irme por la tarde, a mi habitación entró cada miembro de la familia por separado para despedirme

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El día había llegado, la fría mañana de aquel miércoles 17 de agosto fue dura, estaba arreglando todo para irme por la tarde, a mi habitación entró cada miembro de la familia por separado para despedirme. Morgan me abrazó por algunos minutos, sin dejar de llorar, repetía que se sentiría muy sola, sus mejillas estaban rojas, los ojos hinchados y las lágrimas no se detenían.

El almuerzo llegó y lo único que pude hacer fue disfrutar aquella última comida en Capella, el silencio era abrumador y en mi pecho se formaba un pequeño hoyo de sentimientos negativos y comenzaba a arrepentirme de mi decisión. Mientras lavaba los trastes, mi madre me abrazó y comenzó a llorar.

—Te amo, hija— dijo en un hilo de voz.

—No llores mamá, prometo escribir— no pude evitar que una lágrima sé me escapara, verla ahí a punto de dejar ir a su hija mayor, seguro era duro, más cuando no sabía si regresaría.

La tarde llegó, abrí la puerta y ahí estaba el auto que me llevaría a cruzar el gran portón negro que estaba en la frontera, los vecinos comenzaron a espiar por sus ventanas, preguntándose el porqué de aquel auto.

La mentira:

Iría a trabajar para los reyes.

La verdad:

Me casaría con uno de los príncipes.

La vida da muchas vueltas y esta era una de ellas, aún no me explicaba como carajos había llegado acá, ya estaba en la puerta a punto de irme.

Carl me abrazó y cerró sus ojos esperando que aquel abrazo durara para siempre, yo también lo hacía.

—Voy a extrañarte. Eres mi primera hija, la persona que me acompañaba en todo lo que hacía ¿Quién me ayudará en el taller? — las lágrimas en los ojos de ambos eran imparables, lo abracé y luego se unió el resto de la familia.

Las despedidas nunca me habían gustado, me llenaban de melancolía y en aquel instante lo único que debía hacer era obligar a mi cuerpo a mantenerse firme.

—Debo irme, escribiré pronto, lo prometo — subí al auto, un hombre con un traje negro me abrió la puerta y le agradecí con una ligera sonrisa.

La puerta se cerró y el auto comenzó a avanzar, la neblina comenzaba a cubrir la sombra de mi familia y en aquel momento me di cuenta de que estaba perdiéndolo todo por algo que ni siquiera sabía si funcionaría. Era la primera vez que viajaba en un auto y mi cuerpo temblaba del miedo, estaba confiando a ciegas.

Y no sabía si eso era mi salvación o mi muerte...

—Señorita, ¿Se encuentra usted bien?—me preguntó el chofer.

—Sí, estoy bien, gracias...

Apoyé mi cabeza sobre el frío vidrio y el resto del transcurso nadie dijo ni una sola palabra. Veía por la ventana los paisajes de Saturno, los grandes árboles que cubrían las cabañas viejas, los pequeños bosques en cada esquina de la ciudad de Capella, frente a mis ojos apareció un el letrero desgastado de fondo blanco y letras negras que decía:

Saturno, el reino de leyendasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora