𝚇𝚇𝚅𝙸.

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ARES

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ARES

Desperté en medio de la noche, con el dolor invadiendo cada rincón de mi cuerpo, había sucedido de nuevo... mágicamente las heridas estaban curadas, bueno, mágicamente no. La enfermera tenía nombre y apellido, Selene Barcina.

Mis padres siempre pensaron que era una persona a la que podían manipular con facilidad, aquella fue una de las razones para que no le hicieran la vida imposible a Selene en este castillo, pero cuando se dieron cuenta de que no era así, tuvieron miedo.

Me levanté y caminé como pude hasta el balcón. Dejé que mi cuerpo se cayera a pedazos, tal y como lo hizo mi alma. Me quedé gozando de la noche, aunque ni siquiera sabía si podía decir que estaba disfrutándola, la vida, en ese instante, era una mierda, de pies a cabeza. Siempre lo fue, hasta que ella llegó y movió todo mi mundo ¿Cómo escapar de lo único que te otorga paz? Selene era mi sueño, mi vida y esperanzas. No había encontrado una manera de decírselo, el dolor de mi cuerpo y alma no parecía existir cuando estaba con ella, mejoraba todo.

Arregló mi vida desde su llegada, pero el hogar que le entregué, estaba roto y no sabía si podía arreglarlo. Mi vida era un completo desastre, problemas familiares, traumas de la infancia, recuerdos que quería borrar, un pasado que no le deseaba a nadie y lo único que hice bien... fue amarla, porque ¿Quién no se rinde ante esa mirada? Al menos lo logré, logré mantenerme para que ninguno de los dos se fuera. Ella era mi soporte, yo el suyo y era inexplicable la forma en la que el universo actuó con nosotros.

Yo solo quería regresar a la mañana en la que la conocí. Porque si pudiera hacerlo, le diría lo mucho que en un futuro la amaré y me reiría de mi mismo al ver cómo caí ante sus encantos tan rápido.

Maldito Ares, maldito corazón que dejó que entrara tan fácilmente, y aunque lo anhelara con todas mis fuerzas, no podía odiarlo. Fue la mejor decisión.

Los golpes de mi padre ya ni siquiera formaban parte de ese panorama, llegué al punto en el que no me importaba, mi cuerpo ya no dolía ante su desinterés ni su falta de amor. Ahora tenía a alguien más a quién aferrarme, Selene, la hermosa princesa de Saturno, la que le robó el corazón al príncipe Ares, la persona que caminaría conmigo por el resto de mi vida.

La amaba, me enamoré de ella de todas las maneras en la que una persona puede enamorarse, éramos únicos, fuimos uno y seríamos eternos.

Selene, no puedo sacar su mirada de mi mente, tan azul como el mar y grande como el cielo, penetrante y tímida, que guarda secretos. Su cuerpo, es mi completa adicción, su aroma llena mis pulmones y su presencia, mi alma, su rostro es arte en todos los ángulos, su sonrisa y labios son el laberinto en el que me pierdo día a día.

Quizá me odiaba porque permití que me viera en aquel estado, ese no era yo, era mi alma queriendo ser liberada, eran mis gritos de agonía que pedían ayuda. Esa chica de Capella me llenó el corazón entero, no tenía palabras para describir mi amor hacia ella, pero sabía que sería la estrella más brillante de todas. No podía creer que le entregué mi vida entera ¿La merecía? Por supuesto, merecía lo mejor de este mundo. Su corazón puro y sus ganas de vivir debían ser recompensadas.

Saturno, el reino de leyendasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora