Paseo al campo, parte dos

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*Sábado, resto del día*


Por fin eran novios.

Santamaría había acercado a Beatriz rodeando su cintura con sus manos, atrayéndola hacia él mientras hacia lo propio y se acomodaba para besarla, por sellar finalmente esa unión que habían aceptado esta vez sin dudar.

–¿Está segura? –le susurró entre besitos coquetos sin abrir los ojos.

–Si, doctor OJOJOJO –respondió Beatriz sonriendo, mientras ella sí lo veía. Claro que estaba por demás segura: cuando le dijo que se había colado a su vida sin darse cuenta era tan real como ese miedo que le poseyó la primera vez que se le declaró pues estaba consciente que esta vez no sería una fantasía suya.

–¿Me va a seguir diciendo así? –acusó amenazadoramente, pero con una chispa traviesa asomando en sus ojos: si la economista seguía, la castigaría aún más.

–OJOJOJOJO No, no puedo evitarlo, Juan Manuel OJOJOJO –explicó tímidamente, escuchándolo suspirar y negar.

Pro el abogado quería molestar a su bella genio, a su novia, pues tal vez había sido efeto del vino, el estar lejos de la ciudad, o de plano, el por fin aceptar sus sentimientos por él, o por todas las razones anteriores pero Beatriz se había entregado a ese beso que empezó con un roce tierno, tenue como el rocío de la mañana, suave y frío ante la lluvia que seguía cayendo afuera, mientras ellos creaban su burbuja íntima, eterna.

–¿No es el vino tinto? Mire que anda juguetoncita –apuntó Santamaría sin apartar sus manos de su cintura, siguiendo ese ritmo travieso que le nacía con ella, ganándose una exhalación pesada de su bella genio.

–¡Ya le dije que no! OJOJOJO, ¡No fue el vino! OJOJOJO –espetó Beatriz posando un puchero en sus labios, mismos que fueron atacados sin piedad o clemencia, que había sido halado con los mismos dientes para marcar la pertenencia misma, mientras que ella posaba sus manos en su pecho, ese mismo que ahora estaba latiendo con fuerza al igual que el de ella, para luego dar paso, uno a uno, a cada beso suave, quedo, luego a otro roce húmedo, eterno, hasta que sus labios se entreabrieron al mismo tiempo, hasta que ambos comenzaron ese juego, ese pequeño rompecabezas en que sus labios se acomodaban con certeza, hasta que sintió cómo se entreabrían cada vez más como flor en primavera, absorbiendo con delicadeza su sabor, jugueteando con la carnosidad a su antojo, convirtiendo esos besos fantasiosos en una hermosa realidad compartida.

Hasta que Santamaría comenzó a devorar su boca, hasta que sintió cómo la hacía estremecer esas yemas que se marcaban en su piel pues había colado las manos sobre la tela, hasta que por fin penetraron esas lenguas que querían demostrar lo bien que se reconocían, que se mecían complementando cada vez más, compartiendo la dulzura y acidez que les dejó el vino, degustando ahoritica de sus bocas como una fruta, sintiendo cómo otra vez compartían el aliento, cómo se aceleraba todo en ellos cuando profundizaron esos besos, esos mismos que no permitían clemencia, que seducían y se perdían en la lascivia por momentos; rozando, rozando, rozando con contundencia, jugando obstinadamente, livianamente como dos piezas que se reencuentran, hasta que el beso manifestó algo más que solo un deseo encubierto, ahondando cada vez más hasta que Beatriz recorrió sus manos hasta su cuello, jugueteando como él hacía pero con mayor ternura, como si la vida por fin le diera un dulce premio.

Simplemente no quería detenerse, no se podían separar, y aunque la posición en el sillón no era la idónea, ni mucho menos cómoda, era mucho más incómodo para ambos no aprovechar, era incluso impensable separar sus labios que ahora se degustaban, que devoraban tiernamente, no cuando ya se habían instalado en esa burbuja tan perfecta que construían cuando estaban juntos y se dejaban llevar, dando besos y besos juguetones que tenían a Santamaría extasiado, pegando sus cuerpos al mismo compás mientras enroscaba sus dedos, punteando cada lunar con la ubicación exacta, como si se tratara de un mapa. Así se habían quedado por minuticos que se hicieron eternos, fundidos en un beso que bien merecían, encendiendo esos fuegos que los poseían diestramente, ese beso que acaba de sellar sentimientos que aun no se decían con palabras, pero que bien se manifestaban, delineando quedamente, pincelando con la punta de su lengua el labio inferior de la economista causando su sonrisa, esa sonrisa tímida que tanto le gustaba el abogado, sintiendo una manita posarse en el pecho de Santamaría y que empezaron a palmearlo suavemente, rindiéndose para no sucumbir en el deseo, hasta que escucharon pasos traviesos en las escaleras pero camino arriba, hasta que se dieron cuenta que no estaban solitos y que detenerse era necesario.

Santamaría x BettyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora