Reencuentros especiales en Chile

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La vida tiene momentos preciosos, felices, llenos de luz que son los que la mayoría de las personas aspiran, por los que luchan día a día. Pero también existen momentos dolorosos, accidentes, pérdidas difíciles de predecir y asimilar, lo que la mayoría trata de evitar. Porque donde hay luz, también hay oscuridad y esa noche oscura y larga que se ceñía sobre Bogotá lo venía a recordar.

José María Santamaría lo sabía, estaba acostumbrado a las largas jornadas en el hospital, a ser testigo de accidentes, muertes y lágrimas entre los familiares de sus pacientes. Y no obstante, al igual que su padre, no cambiaría su profesión por más oscura que resultara a veces, porque si en la luz hay oscuridad, en la oscuridad hay luz, y en esa parte radicaba la belleza de la medicina, lo que tanto fascinaba al menor de los Santamaría.

Esa noche estaba de guardia y supervisar a los internos, fastidiado ante ese pensamiento pues significaba que debía vigilar las urgencias médicas, quedándose cerquitica, revisando los ingresos para vencer el cansancio del día mientras le coqueteaba a una muchacha que le hacía ojitos pispiretos, una interna que se veía divina y sin necesidad decir palabra, compartiendo miraditas hasta que llegó una enfermera a golpearle el brazo enojada.

–¡Chema! ¿¡Qué se supone que está haciendo?! –soltó posándose a su costado mientras éste sobaba su brazo y la interna huía cuando se dio cuenta de la mirada cargada, neurótica y enfadada de la enfermera.

–¡Nada, Liz! ¿Por qué me pega? –acusó José María moviéndose con las carpeticas hasta que la enfermera le cerró el paso mientras las lágrimas asomaban –¿Ahora qué pasa? –musitó cansadamente, pues odiaba que una mujer hiciera escenas y con llanto incluido.

–¡No me puedo creer que ya esté detrás de otra! ¿Y lo que pasó entre nosotros la semana pasada qué? ¿Ya no importa? –acusó cruzándose de brazos, afectada por el comportamiento del cardiólogo.

Y si, la verdad se divirtieron de lo lindo, posándose una traviesa sonrisa en el rostro de Santamaría hijo pues no estaría mal repetir, inclinándose hacia la enfermera que no dejaba de dar pasos hacia atrás y al tiempo evitaba llorar pues creyó que con ella sería diferente a como lo pintaron las demás.

–Pero sin compromiso Liz, en eso quedamos... ¿O no le gustó? –sondeó coquetamente mientras reposaba su mano en la pared para acorralar a la muchacha que negó molesta, pues a ella realmente le gustaba y aunque todos ahí se lo advirtieron y decidió ignorarlos.

Pero no hubo tiempo de replicar, no cuando una ambulancia anunciaba su llegada y dado que estaban de guardia fueron a atender mientras dejaban los expedientes sobre la estación.

–¿Qué tenemos? –sondeó José Maríaa mientras los paramédicos bajaban la camilla con sumo cuidado y rapidez producto de años de entrenamiento para luego dirigirse a un cuarto especial del área de urgencias al que los guio la enfermera.

–Paciente sufrió un atropello, impacto en lateral izquierdo, posible fractura de costillas, escala Glasgow de nueve, perdió la conciencia después del paro cardiaco, presenta pulso bajo posterior al episodio, traumatismo facial... –describió uno de los paramédicos mientras Chema se acercaba un poquitico más hasta que vio a la persona que se escondía en las heridas del rostro, a esa persona que reconoció robándole el aliento.

–¿Cómo quiere proceder? –soltó un paramédico, colocando a la persona que sufrió un accidente en la cama, conectándola a todo aparato que tenían listos para salvarle la vida.

–¡¿Doctor, cómo procedemos?! –acusó la enfermera, la misma con la peleó hace un momento, pero Santamaría se quedó perplejo cuando vio quien era, asintiendo tratándose de concentrar hasta que empezó a dictar los medicamentos y la forma en que procederían para estabilizar a la persona que ahí yacía.

Santamaría x BettyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora