Hanseong, 8 de mayo de 1893
Solo un tipo de matrimonio ha llevado el sello de aprobación de la alta sociedad.
Los matrimonios felices eran considerados vulgares, ya que la dicha conyugal raramente duraba más que un pudín bien cocido. Los matrimonios desdichados eran, por supuesto, más vulgares si cabe, a la par que el artefacto especial de la señora Kang, con el que azotaba cuarenta traseros al mismo tiempo; algo de lo que era mejor no hablar, porque la mitad de la flor y nata de la sociedad los había experimentado de primera mano.
No, la única clase de matrimonio que sobrevivía a las vicisitudes de la vida era un matrimonio civilizado. Y la mayoría reconocía que Lord y Sir Park tenían el matrimonio más civilizado de todos.
En los diez años transcurridos desde su boda, ninguno de los dos había dicho una palabra desagradable acerca del otro, ni a padres ni a hermanos ni a los mejores amigos ni a los extraños. Es más, como podían atestiguar los sirvientes, nunca tenían disputas, ni grandes ni pequeñas; nunca se ponían mutuamente en evidencia; nunca, de hecho, estaban en desacuerdo sobre nada en absoluto.
Sin embargo, cada año había algunos debutantes descarados, recién salidos del colegio, que señalaban —como si no fuera de sobra conocido— que Lord y Sir Park vivían en continentes diferentes y que no habían sido vistos juntos desde el día después de su boda.
Los mayores movían la cabeza, desaprobadores. Qué bobos eran aquellos jovencitos. Ya vería cuando descubriese que su galán tenía una «amiguita». O se desenamorase del hombre con el que se hubiera casado. Entonces comprendería lo maravilloso que era el acuerdo que tenían los Park: cortesía, distancia y libertad desde el primer momento, sin el estorbo de emociones molestas. En verdad, era un matrimonio absolutamente perfecto.
Por lo tanto, cuando Sir de Park presentó una demanda de divorcio basándose en el adulterio y abandono de lord Park, se quedaron todos con la boca tan abierta que las barbillas colisionaron con los platos en las mesas más distinguidas de todo Hanseong. Diez días más tarde, cuando circularon noticias de la llegada de lord Park a suelo de Joseon por vez primera en una década, las mismas mandíbulas, al desplomarse, dieron contra muchas alfombras caras procedentes del corazón de Persia.
La historia de lo que sucedió a continuación se expandió como una barriga bien alimentada. Fue algo muy parecido a esto: llamaron a la puerta de la residencia Park. Seunghwan, el fiel mayordomo de Sir de Park, abrió la puerta. Al otro lado había un desconocido, uno de los caballeros de aspecto más extraordinario con que Seunghwan se había tropezado en la vida; alto, apuesto, de complexión fuerte, una presencia imponente.
—Buenas tardes, señor —dijo plácidamente Seunghwan. Un representante del Hyeonhu de Pusan, por muy impresionado que estuviera, nunca se quedaba boquiabierto ni embobado.
Esperaba que le tendieran una tarjeta y le dieran la razón de la visita. En cambio, el caballero le entregó el sombrero. Asombrado, Seunghwan soltó el pomo de la puerta y cogió la chistera con ribete de satén, muy estilo occidental. En ese instante, el hombre pasó junto a él y entró en el vestíbulo. Sin mirar hacia atrás ni ofrecer ninguna explicación para esta intrusión, empezó a quitarse los guantes.
—Señor —dijo Seunghwan, enfadado—, no tiene autorización del señor de la casa para entrar.
El hombre se volvió y le lanzó a Seunghwan una mirada que, con gran vergüenza para el mayordomo, hizo que tuviera ganas de hacerse un ovillo y ponerse a gimotear.
—¿No es esta la residencia Park?
—Sí que lo es, señor. —La repetición del «señor» se le escapó a Seunghwan, aunque no tenía ninguna intención de que eso sucediera.
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𝑷𝒂𝒄𝒕𝒂 𝑷𝒓𝒊𝒗𝒂𝒕𝒆 [ChanSoo]
Fanfiction𝐸𝑛 𝑙𝑎 𝐶𝑜𝑟𝑒𝑎 𝑑𝑒 𝑓𝑖𝑛𝑎𝑙𝑒𝑠 𝑑𝑒𝑙 𝑠𝑖𝑔𝑙𝑜 𝑋𝐼𝑋, 𝐿𝑜𝑟𝑑 𝑦 𝑆𝑖𝑟 𝑃𝑎𝑟𝑘 𝑒𝑛𝑐𝑎𝑟𝑛𝑎𝑛 𝑢𝑛 𝑚𝑎𝑡𝑟𝑖𝑚𝑜𝑛𝑖𝑜 "𝑝𝑒𝑟𝑓𝑒𝑐𝑡𝑜", 𝑏𝑎𝑠𝑎𝑑𝑜 𝑒𝑛 𝑒𝑙 𝑟𝑒𝑠𝑝𝑒𝑡𝑜 𝑦 𝑙𝑎 𝑙𝑖𝑏𝑒𝑟𝑡𝑎𝑑, 𝑠𝑜𝑏𝑟𝑒 𝑡𝑜𝑑𝑜 𝑝𝑜𝑟�...