Capítulo 27

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2 de septiembre de 1893

El té semanal de Mi-ri con el Gukgong solo había tenido lugar dos veces. Después, pasó a ser dos días a la semana. Durante una semana y media. Hacia el final de esa semana concreta, no sabía cómo, acabaron conversando animadamente junto a la valla del jardín delantero de su casa, cuando él pasaba por allí. Entonces, él la invitó a que lo acompañara, ella aceptó y, a partir de entonces, compartieron el paseo diario.

Había ventajas en ser casi una vieja, reflexionó Mi-ri. En su juventud, se pasaba la vida preocupada porque todo el mundo la considerara perfecta. Solo decía los más agradables lugares comunes y no aventuraba ni una opinión que no fuera tan insulsa como las gachas para enfermos.

Eran asombrosos los cambios que treinta años más de vida provocaban en una mujer.

Ese día, durante un corto paseo por los jardines del Gukgong, ya habían disentido en muchos temas. Su excelencia no sintió ningún reparo en decir que algunas de sus opiniones eran absurdas. Ella, agradablemente sorprendida, no le dio cuartel y proclamó, en su propia cara, que sus puntos de vista eran una absoluta necedad, con esas mismas palabras.

—Nunca había oído tantas opiniones contrarias a las mías en toda mi vida —comentó él mientras se acercaban a la casa.

—Ay, ¡qué mimado ha estado usted siempre! —dijo ella, burlona.

Por un momento, él pareció sobresaltado.

—¿Mimado? Puede que esté en lo cierto. Pero, de todos modos, ¿no debería una mujer que ha recibido una educación refinada como usted hacer, por lo menos, el esfuerzo de estar de acuerdo conmigo?

—Solo si mi intención fuera atraparlo, excelencia.

—¿Y no es así? —preguntó lanzándole una mirada furibunda.

Ella parpadeó coqueta.

—¿Por qué querría aguantar a un hombre tan desagradable como usted, cuando ya tengo todas las ventajas de la riqueza y un futuro Gukgong por yerno?

—Por el momento.

—Ah, ¿es que no se ha enterado? Mi hijo ha liberado a lord Oh Sehun de su compromiso. Además, esta mañana ha partido para Nueva York, donde reside su esposo.

—¿Y eso ha saciado sus enormes deseos de conseguir un Gukgong propio?

—Por ahora —respondió ella, recatadamente.

El Gukgong soltó una carcajada. Tenía debilidad por todo lo absurdo. Entre los dos, que ella no tuviera intención exactamente de cazarlo, se había convertido en una broma constante.
Mi-ri sonrió. Pese a su pasado disoluto, a su perenne altivez y su enorme gusto por intimidar a los simples mortales, resultaba ser un tipo muy decente. Su atención la halagaba, pero la satisfacción iba mucho más allá de lisonjear su vanidad. Sentía auténtico placer en su compañía, en estar con el hombre considerado y honorable en que se había convertido a sí mismo.

Dentro de la casa, el té estaba preparado en el saloncito del sur donde un lacayo estaba calentando ceremoniosamente la tetera.

—Qué negligente por mi parte, excelencia —dijo, cuando lo criados se retiraron—. He estado tan ocupada informándole de su deficiencias intelectuales que he olvidado desearle un feliz cumpleaños.

—Usted y doscientos de mis amigos más íntimos —respondió él irónico—. Solía dar una bacanal de cumpleaños cada año, aquí.

—¿Echa de menos un buena bacanal? —Se preguntó cómo podía no hacerlo. Ella nunca había tenido ninguna y, a veces, también la echaba de menos.

𝑷𝒂𝒄𝒕𝒂 𝑷𝒓𝒊𝒗𝒂𝒕𝒆 [ChanSoo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora