22 de mayo de 1893
La casa Kisaeng le había parecido el remedio perfecto después de un largo y cansado viaje de negocios de una semana al continente, durante el cual había pensado muy poco en sus negocios y demasiado en su esposo. Pero Chanyeol estaba empezando a lamentar haberse hecho socio.
Nunca antes había puesto los pies en un centro de entretenimiento de Joseon, pero abrigaba la impresión de que sería un lugar silencioso y tranquilo, lleno de hombres que huían de las restricciones de la esposa y el hogar, bebían soju, sostenían desganados debates políticos y roncaban ligeramente detrás de sus ejemplares del diario local.
Ciertamente, el interior, que parecía que no lo hubieran tocado en medio siglo —los descoloridos cortinajes de color burdeos, el papel de las paredes oscurecido por las manchas que dejaban las linternas y un mobiliario del que dentro de otra década, más o menos, dirían que había visto tiempos mejores—, le había parecido idóneo para un estado de somnolencia, con las falsas esperanzas de que así podría matar la tarde, rumiando en paz. Y eso había hecho durante unos minutos, hasta que se vio rodeado por una multitud que quería serle presentada.
La conversación derivó rápidamente hacia las propiedades de Chanyeol. No le había dado demasiada credibilidad a la señora Doh cuando, en una de sus cartas, afirmaba que la sociedad había cambiado y que ahora la gente no podía dejar de hablar del dinero. Ahora lo cría.
—¿Cuánto costaría un yate? —preguntó un joven impaciente.
—¿Se puede hacer un beneficio considerable? —inquirió otro.
Tal vez la depresión agrícola que había reducido a la mitad muchas rentas de grandes propiedades tuviera algo que ver. La aristocracia empezaba a pasar apuros. La mansión, los palanquines y los sirvientes eran una sangría de dinero, un dinero que cada día era más escaso. El desempleo, durante siglos la norma para los caballeros de alta cuna —para poder dedicar el tiempo a ocupar el cargo de dentro del consejo de ministros—, era, cada vez más, una posición insostenible. Pero, todavía, eran pocos los caballeros que tenían la audacia de trabajar. Así que hablaban para apagar la comezón de la ansiedad colectiva.
—Un yate así cuesta tanto que solo un puñado de los americanos más ricos se lo pueden permitir —dijo Chanyeol—. Pero, por desgracia, no tanto como para que los proveedores puedan hacerse ricos de forma instantánea.
Si tuviera que depender solo de la empresa de su propiedad donde diseñaban y fabricaban yates, sería un hombre acomodado, pero ni de lejos lo bastante rico como para codearse con la élite de Manhattan. Eran sus otras empresas marítimas, la línea de buques de carga y los astilleros donde construían barcos comerciales, las que formaban lo que los americanos llamaban «la carne y las patatas», es decir, la parte fundamental de su cartera.
—¿Cómo se llega a ser propietario de una firma así? —preguntó un hombre del grupo de interlocutores, este no tan joven como los otros.
Chanyeol miró hacia el reloj que había en el salón, en la pared del fondo. Sin importar la hora que fuera, iba a decir que lo esperaban en otro sitio en media hora. Eran las tres y cuarto y, junto al reloj, estaba lord Byun observando divertido a la multitud que rodeaba a Chanyeol.
—¿Cómo? —Chanyeol volvió a mirar al hombre curioso—. Se trata de buena suerte, el momento oportuno y un esposo que vale su peso en oro, querido amigo.
Su respuesta fue recibida con un silencio a mitad de camino entre el escándalo y el respeto. Aprovechó la oportunidad para levantarse.
—Les ruego que me excusen, caballeros. Me gustaría hablar un momento con lord Byun.
«Mi hijo me envía postales desde Ulsan. Me han dicho que lord Byun también está allí.»
«Mi hijo va a China con un numeroso grupo de amigos, lord Byun entre ellos, para pasar una semana.»
«Mi hijo, cuando lo vi la última vez en una cena, exhibía un abanico que no le había visto antes. Se mostró inusualmente evasivo respecto a su procedencia.»
La señora Doh se había mostrado muy pródiga en sus elogios de lord Byun —«un hombre con el que todos los hombres quieren estar y al que todas las mujeres y donceles quieren cautivar»—, pero casi no había exagerado. El hombre parecía elegante sin esfuerzo, a la moda sin esfuerzo y tranquilo y sereno sin esfuerzo.
—Ha congregado a toda una multitud, lord Park —dijo lord Byun con una sonrisa mientras Chanyeol y él se estrechaban la mano—. Es objeto de enorme curiosidad por estos lares.
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𝑷𝒂𝒄𝒕𝒂 𝑷𝒓𝒊𝒗𝒂𝒕𝒆 [ChanSoo]
Fanfiction𝐸𝑛 𝑙𝑎 𝐶𝑜𝑟𝑒𝑎 𝑑𝑒 𝑓𝑖𝑛𝑎𝑙𝑒𝑠 𝑑𝑒𝑙 𝑠𝑖𝑔𝑙𝑜 𝑋𝐼𝑋, 𝐿𝑜𝑟𝑑 𝑦 𝑆𝑖𝑟 𝑃𝑎𝑟𝑘 𝑒𝑛𝑐𝑎𝑟𝑛𝑎𝑛 𝑢𝑛 𝑚𝑎𝑡𝑟𝑖𝑚𝑜𝑛𝑖𝑜 "𝑝𝑒𝑟𝑓𝑒𝑐𝑡𝑜", 𝑏𝑎𝑠𝑎𝑑𝑜 𝑒𝑛 𝑒𝑙 𝑟𝑒𝑠𝑝𝑒𝑡𝑜 𝑦 𝑙𝑎 𝑙𝑖𝑏𝑒𝑟𝑡𝑎𝑑, 𝑠𝑜𝑏𝑟𝑒 𝑡𝑜𝑑𝑜 𝑝𝑜𝑟�...