Capítulo 12

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Febrero de 1883

Kim JongIn, el mayordomo de los Park, era un hombre de poco más de veintiocho años, alto y delgado. Chanyeol lo encontraba muy eficiente, pese a su untuosidad ocasional; presumiblemente a Seo-Joon le gustaba que sus sirvientes fueran obsequiosos.

—¿Deseaba verme, lord Park? —preguntó JongIn.

Sin decir nada, Chanyeol le hizo un gesto para que se sentara. Él permaneció de pie. El hombre se sentó, inquieto, en la silla indicada.

Chanyeol se lo quedó mirando, no estaba seguro de por dónde empezar y deseaba intimidarlo. Después de veinte segundos, JongIn no podía sostenerle la mirada. A los tres minutos, no paraba de removerse en el asiento y secarse disimuladamente la frente y el labio superior.

—Usted sabe, JongIn, que abusar de la confianza de su patrón es un crimen castigado por la ley, ¿verdad?

El mayordomo levantó la cabeza bruscamente. Por un momento, su expresión fue de pánico absoluto. Pero no había llegado a ser el jefe del personal de una casa de Gukgong sin haber aprendido un par de cosas sobre el autocontrol. Al segundo, respondió con voz normal.

—Por supuesto, milord. Soy más que consciente de ello. La lealtad es mi credo.

Pero su mirada empapada de miedo había delatado demasiado. Era culpable. Pero ¿de qué?

—Admiro su compostura, JongIn. No debe de ser fácil parecer tranquilo cuando está temblando de miedo.

—Lo… lo siento, señor, pero no sé de qué me está hablando,

—Pues yo creo que sí lo sabe. Y creo que está consternado, horrorizado y, espero, avergonzado de que lo hayan descubierto. Si yo estuviera en su lugar, no insistiría en esas protestas de inocencia. Si no quiere admitir sus errores ante mí, en privado, me veré obligado a acudir a su excelencia y sacar a la luz sus mentiras, y él no tendrá más remedio que llamar a los Jungin.

JongIn no iba a ceder fácilmente.

—Señor, si he hecho algo que le ha disgustado, por favor, dígame qué es.

Ahí estaba el problema. Chanyeol no tenía nada en concreto en contra de JongIn, solo el conocimiento de que este había alterado el procedimiento habitual de la entrega del correo dentro de la casa, y de que le había dado una carta de Yoon-Ah que estaba empezando a creer, que Dios lo ayudara, que no era en absoluto de Yoon-Ah.

Fue hasta la ventana y fingió examinar el paisaje exterior. Si existía alguna relación entre JongIn y la carta de Yoon-Ah, solo era indirecta. Estaba actuando a instancias de otra persona, era un agente pagado.

Chanyeol se volvió y se tiró un farol.

—Sé por qué hace que le entreguen todo el correo primero a usted. Sabe, JongIn, tengo malas noticias para usted. Para la persona que lo está utilizando usted ya no le es de utilidad y no tiene interés en pagarle el resto de sus honorarios. Así que ha decidido echarlo a los lobos.

—¡No! —JongIn se levantó de un salto—. ¡El bastardo!

Su agitada respiración llenó la estancia. Luego, al comprender que se había delatado, se dejó caer en la silla y hundió la cara entre las manos.

—Perdóneme, milord. Pero no he hecho nada. Nada, lo juro. Me dijeron que vigilara todas las cartas que llegaran para usted desde el extranjero. Se las tenía que llevar a ese hombre. Pero tampoco él se quedó nunca con ninguna. Solo las miraba y me las devolvía.

Todas las cartas que llegaran para él desde el extranjero. Chanyeol sintió que algo le estallaba en el pecho como si los pulmones le dejaran de funcionar.

𝑷𝒂𝒄𝒕𝒂 𝑷𝒓𝒊𝒗𝒂𝒕𝒆 [ChanSoo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora