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Mistress 80

El gran salón estaba iluminado por una gran lámpara de cristal, que bajaba como si fuese una cascada hasta cerca del suelo. Algo impresionante, ya que parecía pesar bastante para el pequeño gancho que tenía. 

—¡Señora-ita Hutz! —Llamó uno de los sirvientes a la mujer de pelo rubio y mechas moradas. —¿Dónde desearía poner la fontaine de chocolat? 

La mujer dio una calada a su cigarrillo de boquilla y soltó el humo a la cara del sirviente. 

—En el ala norte, la mesa del mantel oscuro, en donde están todos los demás postres.

El sirviente asintió con la cabeza, para luego gritar a su compañero en francés las órdenes recibidas. 

Mai volvió a dar otra calada a su cigarrillo. No sabía por qué debía ayudar al prometido de su hermana a lanzar aquella fiesta para la conmemoración de su padre fallecido. Era ridículo, totalmente ridículo. 

Las puertas del salón se abrieron, dando paso a Mason, un señor de cabello castaño y ojos del mismo color. A su lado, iba colgada su hermana, April. Él iba con el rostro serio, mientras que April tenía una sonrisa de oreja a oreja. Detrás de ellos, se encontraba la joven Cassie, que tenía el ceño fruncido y las mejillas ligeramente sonrojadas debido al enfado que llevaba. Su expresión era la viva imagen de su madre difunta, que cuando se enfada, le pasaba exactamente lo mismo. 

—Mai, mi querida hermana. —Se soltó April del brazo de su marido y se dirigió  a Mai con una sonrisa algo falsa. —El salón se ve estupendo. Tienes en verdad unos dotes maravillosos para lanzar fiestas. 

Mai dio una calada a su cigarrillo antes de comenzar ha hablar. 

—Hermanastra, April. —Dijo con un tono brusco, para luego pasar a uno más suave. —Y gracias por el cumplido. A decir verdad, si hubieras hecho más caso a las clases que nos daban de niñas sobre cómo lanzar fiestas, quizás hubieras podido hacer un trabajo la mitad de bonito que este. 

La sonrisa de April flaqueó, pero no dijo nada ante el comentario mordaz de su hermanastra. No llevaban una mala relación, pero tampoco tenían la mejor del mundo. 

—¡Tía Mai! —Exclamó Cassie, interrumpiendo el aire tenso que había envuelto la sala. 

Antes de que la joven pudiese alcanzar a la nombrada, esta la paró con un gesto de la mano. 

—Sobrina. —Saludó de manera seca, para luego dar otra calada a su cigarrillo y soplar hacia abajo, mostrando una cascada de humo, cosa que impresionó a la adolescente. 

April observó la escena con algo de celos. No entendía por qué Cassie no se abría ante ella. Mason, al notar a su prometida algo tensa, la rodeó con un brazo de manera reconfortante. April se dejó abrazar y apoyó su cabeza en el hombro de su futuro marido. ¿Qué haría sin él? 

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Los Sakamakis observaban con recelo a los humanos que se paseaban por el salón con sonrisas falsas y dardos envenenados en las lenguas. No les gustaba aquel tipo de fiestas, porque allí era donde se reunían los humanos que más odiaban. Los deshonestos, mentirosos y egoístas. 

—¿Cuánto tiempo debemos estar aquí, Reji? —Preguntó Kanato con un tono molesto. 

Detrás de él, estaban Ayato y Subaru intentando desatar sus corbatas. Laito ya se había lejos de ellos para hablar con un grupo de chicas que lo señalaban y Shu había desaparecido del mapa. 

—Lo suficiente para no parecer desconsiderados. Debemos saludar por lo menos a los hospedadores y a la organizadora de la fiesta. 

—¿Te refieres a Mistress 80? 

Reji fulminó con la mirada a Ayato. 

—Ayato, compórtate. La señora-ita Mai es una mujer elegante, refinada y de muy buen gusto. Espero que ninguno haga nada que pueda dar mala imagen de nuestra familia y se comporte. 

—Tsk. El olor de la sangre me está mareando. Demasiadas, de diferentes tipos en el mismo sitio. —Interrumpió Subaru a Reji. 

Todos los presentes asintieron con la cabeza. Era verdad. El olor era nauseabundo. Ninguna sangre sobresalía y todas parecían estar asquerosas. 

Reji suspiró ante la falta de colaboración de sus hermanos y se colocó las gafas. No lo iba a admitir, pero se encontraba algo sediento. Echaba de menos la sangre insípida de Giselle. La chica era fácil de manejar. No se quejaba, ni lloriqueaba, aunque aquello fuese algo decepcionante al principio, llegó a acostumbrarse a sacar sangre de una persona que no dijera ni "mu". Volvió a suspirar y a colocarse las gafas. Aquel era el día de tomar algún trago de cualquiera y esperar la llegada de los Mukamis. 

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Shu observó la mansión desde lo lejos. No iba a entrar en aquel instante. Aún no era momento indicado, además de que si desaparecía por mucho tiempo de la fiesta de conmemoración del "amigo" de su padre, iba a recibir una reprimenda de Reji, cosa que no le importaba, pero era molesta y ruidosa, dos cosas que odiaba demasiado. 

Antes de marcharse, pudo observar por última vez a Giselle desde la ventana. Parecía cansada y algo más morena. Su pelo rubio estaba recogido en moño cebolla mal hecho y llevaba unos pendientes de pequeños pompones rosa pastel, que estaba seguro que ante no tenía. 

Shu sintió una pequeña opresión en el pecho, pero la ignoró como pudo para teletransportarse a la fiesta. 

Lo primero que vió fue el váter. Lo segundo que notó fue los ruidos de dos personas teniendo relaciones justo a su lado. Sabía que una de esas personas era su hermano Laito, pero le sorprendía que lo estuvieran haciendo en el baño de hombres y no el de las mujeres, en el que entraba más gente y prendía más a Laito de los nervios de poder ser descubiertos, cosa que tampoco le importaba demasiado. 

Su hermano susurraba cosas indecentes a la mujer y la chica se reía de sus ocurrencias. Shu no dijo nada, aunque hubiera deseado tener sus cascos en aquel momento. Prefería oír sus gemidos grabados, que los de su hermano con una mujer cualquiera. 

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Reji se acercó con rapidez a Shu, cuando lo vió salir del baño de hombres. 

—¡Por fin apareces, bueno para nada! —Le exclamó en voz baja, mientras se colocaba las gafas. 

Shu soltó un bostezo para nada disimulado y observó la sala, para luego fruncir la nariz. El olor era nauseabundo. 

—No van a venir. 

—¿Eh? —No pudo evitar decir Reji ante las palabras de Shu. 

—Los Mukamis. Me he enterado de que no van a venir. Órdenes de "Esa persona". 

Reji no dijo nada, pero la verdad es que estaba sorprendido. Nunca hubiera pensado de Shu que buscaría información sobre si los Mukamis venían o no. 

Un mal presentimiento se instaló en su pecho y observó de reojo a su hermano. Shu notó su mirada y también le miró. 

Azul contra magenta. Sentimientos entrechocados que aún no habían salido a la luz y un rival en camino. 









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Craving for Blood - Diabolik LoversDonde viven las historias. Descúbrelo ahora