24.

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La heladería tenía muy buena pinta, se llamaba "Choc's". Había gente tomándose un helado o un granizado en el exterior. Cuando entro, una chica muy agradable me pregunta sobre mi pedido.

— Muchas gracias.— le respondo cinco minutos después, cuando me da la bolsa con los helados.

Al salir, compruebo que estén correctos y comienzo a caminar hasta casa.

Mientras voy de camino, una extraña sensación se apodera del resto de mi cuerpo. Comienzo a tener flashbacks de hace muchos años, cuando salía de la radio de mi abuelo y me negué rotundamente a ir en la moto del que era mi mejor amigo en ese momento; Álvaro. Qué será de él.

Al recordar lo sucedido, acelero mis pasos. Saco el móvil de donde lo tengo guardado y comienzo a hacer como que estoy enviándole a audios a una amiga.

Una sensación de alivio sustituye a los temblores y escalofríos que estaba sintiendo cuando decido girarme y comprobar que no había nadie.

— Ya falta poco.— me digo para mí misma cuando a lo lejos veo la casa de Patricia.

De repente, alguien tras de mí me coge del bolso y me tira para sí. Me giro asustada y veo a una persona con la capucha más grande que su propia cabeza. Pego un grito que hace que me suelte y, aprovechando ese momento, salgo disparada hacia la calle donde se sitúa la casa de Patricia.

Aporreo la puerta con fuerza e histeria, mientras observo como quienquiera que fuese se dirige corriendo hacia a mi, con una gran mochila a cuestas.

La puerta se abre justo cuando le doy un timbrazo, y entro corriendo sin siquiera explicarle nada a mi nueva amiga.

— ¡Cierra! — le chillo con todas mis fuerzas. Tiro la bolsa de los helados al suelo y saco un paraguas del paragüero que había situado en la puerta de su entrada, a modo de defensa.

— ¡Relájate!— exclama ella a la vez que cierra la puerta, siguiendo mi orden—. Pareces poseída por el mismísimo diablo.

Y tiene razón.

Me encuentro histérica y preparada para recibir, si hace falta, aquella persona que me quería robar el bolso. O, ¡a saber!

Suena el timbre de la puerta varias veces. Cinco, para ser concreta. Cuando veo que mi amiga tiene todas las intenciones de abrirla, vuelvo a pegar otro grito.

— Ni se te ocurra.— le digo apuntándole con el paraguas. Ella frunce el ceño, desvía su mirada de mi preciada arma hacia mis ojos, y ladea la cabeza, flipando en colores de lo ridícula que soy, supongo.

Nada más abrirla, le doy al botón del paraguas y este se abre, actuando como barrera con la persona de la capucha. De nada sirve, puesto que esta se lanza hacia mi con todas sus fuerzas y comienza a tirarme de los pelos.

— ¡Te estás tirando a mi novia!— grita en un intento de preguntarme, pero se convierte en una afirmación; una afirmación que tenía todo menos certeza.

— ¡Helena!— oigo a mi amiga detrás de los gritos de esta, quien consigo que se quite de encima mía cuando le grito que soy heterosexual.

Cuando se calma, cojo aire y me pongo en pie. Patricia estrecha a Helena entre sus brazos, mientras cierra la puerta de la casa con el pie derecho. Las tres nos miramos, y de repente, no podemos evitar estallar a carcajadas.

— ¿En serio?— me llevo las manos a la cara y me acerco a Helena—. Soy Irene, novia de Dani, un amigo de Patricia.— me presento. El término "novia" me resulta extraño después de tantos años sin querer saber nada del amor y sus cosas. Pero así es la vida.

— Encantada.— me da un breve abrazo y mira la bolsa de los helados—. Lo siento mucho, quería darle una sorpresa a Patricia, pero al verte salir de casa no he podido evitar seguirte, hasta que me he armado de valor al ver que volvías a entrar.

— Eres tonta. Mira que te he dicho mil veces que solo tengo ojos para ti, Hel.— pone los ojos en blanco Patricia, mientras saca de la bolsa los helados—. Sentémonos anda, que susto me habéis dado. Entre una que parecía salida de una película de Expediente Warren, y la otra, que parecía el mismísimo diablo, me he creído la escena y todo.

El resto de la noche pasa tranquila. Hablamos de diversos temas y me pongo contenta al ver lo feliz que se pone Patricia cuando Helena le anuncia que tiene dos semana de vacaciones. Eso significa que me tocaba ejercer de candelabro, aunque no me importaba mucho. Tenía preferencias más importantes.

— Oye, yo me voy a la cama.—anuncio poniéndome de pie. Nos encontrábamos viendo uno de los últimos capítulos de la serie Friends—. Buenas noches.

— ¡Buenas noches, señorita Warren!— exclaman ambas al unísono con una sonrisa. Porque sí señor, esa noche me había ganado a pulso ese queridísimo y apreciado apellido.

Por la mañana me despierto temprano para salir a correr. Cuando regreso a casa, me pego una ducha rápida y al vestirme con algo más formal, bajo a desayunar. Antes de salir a correr, apenas me había tomado un zumo de naranja y una manzana. Mi cuerpo me pedía ahora a gritos un buen café y alguna que otra tostada de tomate.

Al entrar a la cocina, me encuentro con Helena.

— ¡Buenas!— me sonríe amablemente. Se encontraba haciendo un café—.¿Quieres uno?

— Oh no, gracias, me lo preparo yo ahora.— le sonrío. Mientras desayunamos juntas, entablamos una conversación de lo más interesante. Cuando termino mis tostadas y mi café, procedo a lavar los platos.

— Patricia y yo hemos pensado en ir a comer al Cotton Grill, ¿te apetece venir?— la verdad es que suena bastante guay la idea, además, son súper divertidas y tienen el mismo rollo que yo. Sin embargo, mis planes este día eran otros.

— Tengo que hacer un montón de cosas hoy.— suspiro vencida—. Quizás otro día, gracias por contar conmigo, ¡no sabéis lo que os agradezco que me hagáis este favor de vivir aquí por unos días!

Cuando llego al centro comercial, compro un par de outfit que tenía pendientes desde hacía semanas. Al salir, me paso por el Mediamark, una tienda donde venden todo tipo de electrodomésticos para poder pillar unas cuantas cámaras.

El plan es el siguiente: instalar una cámara en cada una de las habitaciones de Eva y Juan. No pienso esperar a que actúen por sí solos, el silencio es horrible, y no pienso estar de brazos cruzados. O se arriesga y se intenta, o se pierde.

La cuestión es cómo iba a conseguir instalarlas sin el consentimiento y la ayuda de Dani. Sé que si se lo cuento, me diría un rotundo NO. Aunque quizás si insisto y le convenzo de que es un buen plan...

De repente, cuando me encuentro en la caja pagando los pequeños artefactos, veo a lo lejos que Jesús está en la zona de los televisores. Mierda. No me puede ver.

Pago rápidamente y aprovecho que la vuelta serían apenas dos euros y se los dejo de propina. Cojo mis bolsas y salgo corriendo, con la mirada de los presentes fija en mi, como si estuviese robando. Respiro hondo al ver que he salido de un gran problema pero me encuentro de frente, literalmente, con otro.

— ¿Qué coño llevas en esa bolsa, Irene?— un Dani con los ojos fijos en mí espera con ansias mi respuesta. Por la forma en la que me mira, sé que sabe qué llevo dentro. Debió de haberme visto guardarlas dentro de la bolsa por el escaparate.

— Déjame explicarte lo que tengo pensado, Dani.— le intento decir antes de que me eche la bronca.

— No, lo que vas a hacer es entrar y devolverlo.— me dice a regañadientes—. ¿O te crees que la estúpida idea de instalar un gran hermano en casa no se me ha ocurrido a mí también? No funcionará.

— No si no lo intentas.— doy un paso hacia delante, mostrando seguridad.

— Irene...— su cabreo aumenta pero sé que sabe que tengo razón, y por eso mismo, su enfado es más notable.

— Si entró a devolverlas, Jesús me verá.— uso esa excusa para conseguir convencerle del todo. Él mira por encima de mi hombro y, por su expresión, comprendo que ha visto que no miento.

Suspira vencido.

— Vamos a mi coche.

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