Sus brazos me aprietan fuerte, más que antes, como si tuviera miedo de que saliera corriendo de un momento a otro. Pero eso no iba a suceder, porque sigo impactada por las palabras que acaba de escupir una a una.Echo mi cabeza para atrás, de forma que queda apoyada en el hombro de Jesús, mis ojos arden y me escuecen, pero por muchas ganas que quisiera de expulsar todo el mar de lágrimas que llevo acumulado años, no puedo. Y es entonces que comprendo que ya he llorado lo que tenía que llorar por él.
Se acabó.
Me separo de él y me giro para vernos cara a cara. Su mandíbula se tensa y al ver que no formulo ninguna palabra, da una zancada para acabar con el espacio que nos separa. Con ambas manos me coge de la cara y posa sus labios sobre los míos.
Por inercia, llevo mis brazos a su cuello para rodearlo y atraerlo más a mí. Tras besos apasionados, siento cómo su lengua amenaza con entrar en mi boca, y yo le dejo pasar para que se juguetee con la mía.
Tras varios minutos, nos separamos y nos apoyamos frente con frente. Suspiramos.
— Jesús. — consigo decir.
— No, por favor. No vayas a decir nada al respecto, no quiero que se estropee este momento. — me suplica, pero yo coloco mis manos en su pecho y le empujo suavemente.
— Jesús, tengo derecho a hablar. Tú lo has hecho. — le digo, tragando saliva.
— Irene, pero es que sé qué vas a decir, y me da miedo que todo esto se acabe.— de repente, una rabia despierta dentro de mí.
—Basta Jesús.— grito—. Yo tampoco quería que lo que tuvimos hace dos años se acabase, se estropease, y tú fuiste quien se encargó de ello. Pusiste un punto y final, y creo que es lo más correcto que hiciste.
—¿Qué? No digas eso, por favor. Me arrepiento mucho. — me suelta—. Irene, en aquel momento había dejado de estar enamorado de ti, no sentía lo mismo que tú por mí, y cualquier acto de cariño que tú me demostrabas a mí, sentía que yo no podía dar más de lo que recibía, y eso, créeme, me dolía. Porque yo quería quererte.
Sus palabras crean en mí unas ganas de desaparecer increíbles.
— Jesús, cuando lo dejamos, la misma noche te liaste con tres tías, y te acostaste con una de ellas.—imperdonable—. Justo en ese día tan importante para mí.— le digo en un tono bajo, con voz temblorosa.
— Pero...
— Después de tanto tiempo juntos, tantos momentos vividos, si me querías lo suficiente, eso no lo hubieras hecho. Porque si era muy importante para ti y no me querías perder, como me dijiste cuando me dejaste, nada de eso hubieras hecho. Al menos, no el mismo día. — elevo la voz —. Por favor, déjame, ¿vale? Sigue con Julia, y no le hagas pasar por lo mismo que a mí.
Jesús se queda sin palabras, y yo aprovecho para darme la vuelta, rodear el coche e irme. Su mano rodea mi brazo, y me detiene.
—¿Y lo que acaba de pasar entre nosotros?— me pregunta, refiriéndose al beso que nos hemos dado.
— Era el punto y final que necesitábamos.— digo con voz rota.
Su mirada se oscurece, y me zafo de su agarre para irme. Esta vez, no me detiene. Comienzo a andar con la mirada fija en el suelo, y cuando pasan unos largos minutos, me doy cuenta de que estoy andando sin dirección alguna.
Genial, Irene. No hay árbol de Navidad que tenga menos luces que tú.
Suspiro.
Saco el móvil de mi bolso, y tecleo el número de un taxi que me dio Julia nada más conocernos.
— Hola, necesito un taxi para la Calle...— frunzo el ceño, y busco una placa con el nombre colocada en alguna pared.
— Sangonera Bernabéu. — dice una voz por mí.
— En 10 minutos estaré ahí.— me responde el taxista, y cuelga antes de que le responda.
Nada más colgar, me giro sobre mí misma en busca de un chico pero no encuentro a nadie.
De repente, sin dudar un solo segundo, pongo el Google Maps lo más rápido posible y escribo la ubicación de mi piso. Agradezco la velocidad de mi móvil y en cuanto me aparece en pantalla la ruta más corta, echo a correr.
Venga, solo son 15 minutos andando, que si voy corriendo sería a 8 minutos casi.
Mi voz interna me anima a seguir corriendo y a no pararme. En un cruce, se me ocurre mirar hacia atrás y veo a una persona con una chaqueta y la capucha puesta. Ahogo un grito. Al girar a la izquierda del cruce, alguien me tira del brazo y me mete dentro de su portón.
Lanzo un grito y noto que me ponen una mano en la boca. Me gira y me cuentro con Martín.
— Hola guapa, ¿te vienes a mi casa? — me sonríe y me atrae hacia él.
Mis piernas reaccionan, y llevo una rodilla hacia sus huevos. Suelta un grito y aprovecho para insultarle y salir corriendo.
Esto no puede ser real, todo me está pasando a mí.
Vuelvo a coger el móvil pero me pone batería baja; al menos, esta calle ya me resulta más familiar. Comienzo a andar, y aunque me encuentro fuera de peligro, voy dando zancadas para llegar lo más pronto posible a casa.
Cuando llego, abro mi portón, y pulso el botón del ascensor.
Se abre y...
— Tú. — me encuentro con el encapuchado pero no me da tiempo a verle la cara porque sale corriendo del ascensor.
Y entonces, es cuando comienzo a pensar. Si este es el mismo del otro día que me seguía, y el mismo que me seguía hace poco. ¿Por qué no me acaba de coger?¿Por qué sale huyendo?¿Acaso...?
Y de repente, ato los cabos. Esa persona me ha estado espiando todo el rato, y lo que no quiere es que yo sepa quién es.
Empiezo a correr, y lo veo cruzando el parque. Cuando llego allí, lo pierdo de vista.
— ¡Jodeeeeer! — grito.
Pero de repente, choco con él. Ambos caemos al suelo rodando por la cuesta, e impacto contra el bordillo de la acera. Mi vista comienza a nublarse, y siento cómo unos brazos me levantan del suelo, mientras gritan mi nombre.
— ¡Irene, abre los ojos! — me grita—. No los cierres.
Me llevo la mano a la cabeza, dónde siento pinchazos y veo cómo mi mano se llena de sangre.
Al cabo de poco tiempo, me sube a casa y me coloca en la cama, no sin antes colocar un trapo donde la cabeza. Mis ojos siguen cerrándose pero lucho por mantenerlos abiertos. De repente, entra por la puerta el encapuchado y veo cómo se baja la braga que le tapaba la media cara.
Es él. No podía ser posible. Después de tanto tiempo... No me lo puedo creer.
— Irene, he llamado a la ambulancia pero se ha cortado la señal. Aguanta.— me coge de la cara suavemente con sus dos manos, y al acercarse todo lo borroso que veía, desaparece. Y consigo ver con claridad su cara.
— Dani.— esbozo una pequeña pero dolorosa sonrisa.
El doble de Jesús. Era Dani.
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Y me terminaste buscando #3
RomanceTercera parte. "Porque el primer amor nunca se olvida"