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— No era necesario ese comentario— solté, intentando mantener mi compostura. Recordar todo aquello suponía para mí volver a caer en el rencor, en el odio hacia él, y no tenía ganas de pasar de nuevo por eso.

Él se quedó callado, y yo aproveché el silencio para abrir la puerta del coche y salir. Cuando apenas tenía la mitad del cuerpo fuera, él me tiró del brazo, haciendo que me volviera hacia él.

— Te prometo que no te voy a dejar que te ponga una mano encima— me dijo, asintiéndome.

— Lo sé— y así lo sentía. Era consciente del cambio de Jesús, y sabía que me decía la verdad.

Salí del coche y me dispuse a dirigirme hacia la casa, armándome de valor, y mostrando toda la seguridad que podía. Me planté delante de la puerta, inspiré y expiré, e introduje las llaves que me había dejado Jesús antes.

Nada más entrar a la casa, me invadió un olor a alcohol impresionante.

No fue eso lo que me sorprendió, sino la música clásica que sonaba por toda la casa. Todo estaba oscuro, salvo la luz encendida de la lámpara de la sala de estar. Me dirigí a esta pero Juan no estaba allí. Automáticamente, mi interruptor de alerta se puso modo on. A juzgar por la situación, y por la tensión —además de la fragancia del alcohol— que se respiraba en el que había sido mi hogar durante años, parecía estar en una película de terror.

Intenté ir a lo seguro: la cocina. Era impresionante el plano que se grababa allí desde la cámara, incluso se percibía lo mínimo de ese lugar. Cómo se notaba que la había recolocado Jesús, y no yo.

Empecé a asustarme al no presenciar a Juan, ni siquiera era capaz de escuchar pasos u otro tipo de sonidos aparte de la música. Entonces caí en la cuenta de que si había algo que me interesaba más encontrar que Juan, era la radio para poder apagar la música, ya que mi intención era que la grabación de voz se percibiera.

Tras varios minutos dando vueltas por la casa —incluso me planteé la idea de que estaba sola, y que Juan se había ido—, llegué a la conclusión de que si la radio no estaba aquí, solo había entonces un lugar donde podía estar: arriba en su cuarto.

Subí las escaleras con algo de temor, pero no tanto como al principio. Con el paso de los minutos, mi miedo en esa casa se había ido poco a poco esfumando al no ver señales de vida por ningún lado del hombre canoso que tanto detestaba. Arriba las puertas estaban todas entornadas, pero de una de ellas se podía percibir un poco de luz: la de Eva y Juan.

Bingo.

Me acerqué poco a poco, con la seguridad de que esto ya estaba llegando a su fin: no había sido mi plan A grabarlo desde esa habitación, pero era mi Z. ¿No se dice que lo importante es tener más de un plan? Bien. Entonces, nada de lo que preocuparme.

Pero qué equivocada estaba si pensaba que todo sería más fácil.

— ¿Por qué has tardado tanto?— me dijo una voz ronca, con torpeza, cuando entré al cuarto.

Se me heló la sangre, realmente daba miedo.

Se encontraba apoyando su costado sobre el marco de la ventana, mientras daba vueltas al vaso de whisky que tenía en su mano izquierda. Estaba de espaldas a mí, y por un momento, pensé que se confundiera de persona. Quizás creía que había entrado Eva.

— Que pena que no te hayas ido, Irene— y se giró. Sus ojos se veían de un color grisáceo por la poca intensidad de la luz.

Me quedé callada sin saber cómo actuar, y recordé que todo estaba siendo grabado gracias a la cámara que había puesto antes.

— ¿Te entristece pensar que no me voy a separar de Eva?— pregunté, cruzándome de brazos.

— Mejor dos que una— sonrió ladinamente y quise vomitar. No me podía permitir insultarle, sino que tenía que mantenerme en mi línea. Si este vídeo lo vería la autoridad posteriormente, tenía que evitar que se me juzgase a mí también, por lo que me contuve por dentro y omití su respuesta.

— ¿Por qué tratas tan mal a la que ha sido tu mujer tantos años? —negué— No, mejor dicho, ¿por qué tienes el valor de maltratar a una mujer?

Él se rió, pero eso no me bastaba; con esa risa de psicópata no tenía suficientes pruebas. Necesitaba algo más.

— ¿Por qué preguntas eso?— dijo dándole un sorbo al vaso.

Su tranquilidad me irritaba, así que opté por ir a lo directo:

— Todos estos años has estado maltratando a tu mujer, ¡y no solo eso!— alcé el ton en la exclamación y apuntándole con el dedo índice en plan acusador— ¡Si no que también le has puesto la puta mano encima! Golpe tras golpe, ¡estás enfermo! ¡No necesitas ni ayuda! ¿Sabes por qué? ¡Porque no tienes ningún tipo de solución!

— ¡Cállate, zorra!— gritó, lanzándome al mismo tiempo el vaso de cristal con intención de darme. Lo esquivé.

— ¡No pienso ser otra más que se calle! Tienes que admitir lo que hiciste, y no me detendré hasta que escupas de tu propia boca cada una de las barbaridades que le dijiste e hiciste a Eva!— mis ojos querían humedecerse, porque siempre habría dentro de mí ese ápice de culpabilidad de todas las noches que, en su momento, decidía pasar en casa de la que era mi mejor amiga, desconociendo la bestia que teníamos entre nosotros.

Él se acercó rápidamente a mí y me cogió del cuello, tirándome hacia la cama con un empujón. Caí sentada, y él se quedó de pie señalándome con el dedo:

— Estúpida niñata, ¿eso es lo que te he enseñado todos estos años? ¿A que me levantes la voz? ¿A mí, a quien ha sido tu padre porque tu abuelo prefería estar muerto a estar criándote?—eso me activó, y le propiné una patada en todo su estómago— Hija de...—se quejó de dolor.

— ¡No te pienso consentir que hables de mi abuelo!— le grité— ¡No tapes tus acciones con eso! ¡Habla, machista de mierda!

— ¿Quieres saber todo lo que le hice a Eva?— me preguntó sonriendo, aún con dolor de mi patada— Bien, pues lo vas a ver con tus propios ojos.

Sin entender nada, me quedé pensando y viendo cada uno de sus movimientos. ¿Qué quería decirme? En dos zancadas consiguió acercarse a la puerta y echar el pestillo. Mis sentidos se alertaron, y rápidamente busqué la cámara para lanzarle una mirada a Jesús suplicando por su ayuda.

Retrocedí pasos en cuanto se giró y me miró.

— La llamé de todo— dijo dando un paso hacia mí— ¿Y sabes qué hacía cuando me levantaba la voz como tú?— tragué saliva— Esto— y me dio un puñetazo— en mi cabeza todo se removió, y volví a vivir el puñetazo que me dio Jesús. Me mantuve con los pies en la realidad y alcé la mirada hacia Juan.

— Me lo esperaba más fuerte— le dije en un susurro. Noté el sabor a metálico en mi boca debido a la sangre.

— Es que mis fuerzas las guardaba para la mejor parte— sonrió.

Me cogió del brazo y me tiró a la cama.

Quise huir. Te juro que lo intenté.

Fui valiente.

Pero no más fuerte que él.

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