28.

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— Jesús, ¿puedes sentarte? Me estás poniendo nerviosa — le solté al fin, al mismo tiempo que dejaba salir un suspiro.

Él se encontraba andando apresuradamente de un rincón a otro de su habitación, asimilando cada uno de los detalles que le había contado sobre el matrimonio ideal de sus padres.

— No puede ser verdad —se llevó su mano derecha a la cara y con la otra asestó un puñetazo a la pared. 

— ¡Jesús!— exclamé, poniéndome de pie de un salto— ¡Para!— regañé, acercándome a su lado y viendo cómo se había quedado un pequeño agujero en la pared. 

— No sabía yo que el gimnasio estaba dando sus frutos— se miró su puño, pero su sentido del humor duró poco. 

— Jesús, necesito que no digas nada a tu madre— le supliqué— Ella ni siquiera sabe nada de lo que estamos haciendo Dani y yo.

— ¿Dani? — vi en su mirada dolor— No me lo puedo creer. Soy su puto hermano, y no cuenta conmigo para pararle los pies a papá. 

— Eh, relájate— le cogí su cara con mis dos manos, dejando suficiente distancia entre nosotros— Fue mi idea todo, Dani no sabía cómo afrontar y asimilar la situación, yo he ideado este numerito de Gran Hermano en casa. 

Suspiró, se apartó y se sentó en la cama. Fue entonces cuando escuchamos el sonido del motor de un coche en la calle.

— Están aquí— se alertó Jesús.

— Imposible— le dije tranquila— Dani no me ha avisado, y es él quien va conduciendo. 

— Irene, son ellos— se puso de pie.

— ¡Qué no puede ser!— levanté la voz, cogiendo mi móvil y revisando si tenía algún mensaje o llamada de Dani— ¿Ves?— le mostré— Nada.

— Reconozco el puto motor del coche— y dicho eso, se asomó por la ventana circular que había en mitad de la pared. 

Segundos después, se giró hacia mí.

— Y también a mis padres.— y fue entonces cuando sentí que todo se detuvo.

— Joder, ¿y ahora qué hacemos?— le solté, dando vueltas sin parar y llevándome las pocas uñas que me quedaban, a la boca. 

— No te preocupes, ¿qué de malo hay que estés en casa?— me preguntó.

—¿Pues que se supone que me fui?— respondí obvia— Tu padre no sabe que estoy aquí.


Caí en que no le había contado la parte en la que su padre me amenazó, pero no tenía ganas de que hubiera otro conflicto más. Además, Jesús no estaba en condiciones de recibir más noticias por ahora. 

—  Está bien—  accedió y miró a su alrededor, pensativo—  Mmm a ver, puedes esconderte en mi armario. Es bastante amplio y tú bastante baja.

En otra situación, el comentario me hubiese hecho reír, aunque tampoco me consideraba yo muy baja. 

—  Gracias, pero no me sirve—  negué—  Mi objetivo, precisamente, no es quedarme en esta casa, sino salir de ella.

Ahí estaba el problema: para salir de casa tenía que hacerlo por la misma puerta por la que entrarían las dos personas que no saben que estoy aquí. La casa era enorme pero si quería salir a la calle, solo podía hacerlo por ahí o...

— ¿Has visto Spiderman?— sonrió y quise propinarle un puñetazo para hacerle pensar ideas coherentes— Vale, vale— dejó de hacerlo, cuando vio mi mirada de asesina— Puedes bajar por la ventana, si quieres la sábana con la que duermo— abrí mis ojos, no podía pensar en serio—Sí, a ver, no pesas mucho, y yo estoy fuerte, creo que sería una buena idea.

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