8.

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— ¿Estás mejor? —

Dani se sienta en la cama y me mira a los ojos. Siento que tiene miedo de mí, miedo de que le responda gritando.

Sin embargo, me vuelvo a incorporar y suspiro. No tengo ganas de discutir, no después de lo de Jesús. Ni después de lo del susto de Martín.

Ahora que no está Julia necesito a alguien a quien acudir, y aunque no pueda perdonar ahora mismo a Dani por lo del pasado, siento que algún día podría cambiar de opinión.

— Sí.— le respondo.

Su cuerpo deja de estar tenso y me tiende el vaso de agua. Me lo ofrece con una pequeña sonrisa y, tras pensármelo varias veces, lo acepto.

— Gracias. — le digo tras darle un sorbo al vaso. Mis ojos se detienen en los suyos y siento la necesidad de que se explique sin que yo se lo pida.

Al ver que no da el paso, le presiono para que me lo cuente. No entiendo por qué me ha estado espiando este tiempo, ya que deduzco que se trataba de él.

Él es el encapuchado.

— ¿Cuánto tiempo llevas espiándome? — le pregunto con el tono un poco elevado. Se nota que estoy molesta.

— Durante estos dos años, no ha habido día que no me preguntara por ti.— comienza diciéndome.— Mi hermano había decidido ir a la universidad para cambiar de aires y dedicarse a lo que siempre había querido ser de pequeño, y en cambio yo, llevo dos años ganándome la vida de otra forma.

Frunzo el ceño confusa, ya que afortunadamente nuestra familia tiene mucho dinero, y él perfectamente puede pedírselo a Eva o Juan para cualquier cosa.

— Decidí mudarme a un piso de Madrid y buscar trabajo cerca para ganarme la vida con eso. —antes de continuar, le detengo.

— ¿Por qué no le pides dinero a tus padres? — le pregunto extrañada.— Podrías pagarte el piso con eso, y estudiar algo que te guste.

Él sonríe. Pero esa sonrisa no es de alegría.

— No quiero depender de nadie, Irene. Quiero ser responsable de mi casa y de mis preocupaciones.— me responde.

Viendo que no sé qué responder, continúa con su explicación.

— Cuando pasó un año, le pregunté a mi madre por teléfono que qué era de ti. Me dijo que estabas pasándolo mal, ya que no habías superado el día de presentación de tu canción.— un escalofrío recorre mi columna al recordar ese día otra vez— Yo siempre había sabido que te gustaba Educación Primaria, entonces le dije a Eva que te animara a ir a la universidad.

— ¿Tú?— entonces comprendo por qué Eva y Juan estuvieron unos meses animándome con el tema de estudiar una carrera, ya que sabían que quería olvidarme de la música por un tiempo.

— Sí.— asiente— Les animé a que vinieras a la universidad de Madrid, ya que así podrías empezar una vida nueva. Además, les prometí a mis padres que te cuidaría. — confiesa, pero sorprendentemente, no me enfada la idea de estar sobreprotegida.— Sinceramente, fue casualidad el encontrarte en este piso. Yo había salido a correr para despejarme, cuando de repente te vi en el portón.

— Madre mía, Dani.— intervengo sin creerme las casualidades de la vida. — ¿Seguro que no me estás tomando el pelo?

— Te lo prometo, Irene.— me muestra el dedo meñique, y un recuerdo me viene a la cabeza. Siempre solíamos hacer ese gesto cuando nos prometíamos cosas.

— Ay, Dani.— aprieto los ojos, suspiro y apoyo la cabeza en la pared.— ¿Por qué me ocultaste lo de Jesús?

— No.— niega— Eso tiene una explicación. Yo te lo iba a contar. Me enteré el día de antes, pero no quería decírtelo para que no afectara a la presentación de tu single. —comienza a explicarme.— Te prometo que no te ocultaría semejante cosa. Mi hermano fue gilipollas contigo.

— Lo sé.— le respondo.

— Y tú no sabes lo que me ha jodido que por su puta culpa tú y yo nos hayamos tenido que distanciar también durante dos años enteros.— su tono de voz se eleva y se pone de pie. Siento cómo con cada palabra que suelta, sale su rabia contenida— Durante estos dos años no solo lo he odiado a él, sino también a mí. Por haber sido un completo gilipollas, por haber dejado que te merezca Jesús, y no yo.— estalla mirándose al espejo.

Respira de manera agitada, y se vuelve hacia a mí. Sus ojos se encuentran humedecidos, y se pasa la lengua por sus labios resecos antes de continuar descargando toda su ira.

Mientras tanto, yo recapacito. Reflexiono sobre cada palabra que ha ido soltando.

— Siempre he dejado que Jesús se quede con todo lo que quiero, y me siento culpable de haber dejado que lo joda todo. Que te joda a ti. — se detiene y se acerca a mí.— Nunca me perdonaré el haber tirado la toalla contigo.— frunzo el ceño, ya que no entiendo muy bien la última frase.— Nunca me perdonaré el haberme conformado con ser tu mejor amigo.


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