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Diez minutos después, apareció el doctor Copperman en la habitación. Nada más entrar, le dedicó una sonrisa radiante a Eva, y ella le devolvió el gesto al mismo tiempo que se colocaba un mechón de pelo detrás de la oreja.

Uy aquí había tema.

— Buenas, Dani— le saludó el doctor, acercándose a él y colocándose a su lado. Yo ya me había bajado de la cama mucho antes, cuando habían entrado Jesús y Eva, por lo que me encontraba de pie con al espalda apoyada en la pared frente a la camilla.

— Hola doctor...—entrecerró los ojos para leer la tarjeta con su nombre que llevaba en la bata, pero el doctor se adelantó.

— Copperman— sonrió — ¿Cómo se encuentra?— le preguntó, mientras lo observaba detenidamente.

— La verdad es que mucho mejor— contestó — Cuando he despertado he sentido el peso de varias resacas a la vez, pero ya me encuentro bien.

— Me alegro de que así sea— respondió Copperman, mientras sacaba un bolígrafo azul de su bolsillo de la bata, y anotaba algo en su pequeña libreta.

— Doctor, ¿qué me pasó?— durante los diez minutos de espera al doctor Copperman, estuvimos hablando de poco y menos, por lo que Eva no le comentó nada sobre lo que había hecho Juan en la cena.

El doctor se giró y nos miró a nosotros. Pude leer en su mirada, y en su expresión, la pregunta: ¿no sabe nada? Aparté la mirada y la centré en Eva, quien le animó con un gesto a que él fuera quien se lo comentaba.

— Verás, has ingerido una pequeña cantidad de Toxina Botulínica— del nombre me enteraba yo justo ahora, aunque he de decir que me esperaba un nombre más largo, raro y científico.

— ¿Q-qué?— frunció el ceño.

— Que te han intentado envenenar— soltó Jesús, sin ningún tipo de tacto ni paciencia. ¿Paciencia él? El día que se repartió, él se quedó sin una mínima dosis.

— Básicamente, sí— asintió el doctor — Has tenido mucha suerte, porque podrías haber sufrido una inhibición en el control neuronal de tu cuerpo. No tenías mucha cantidad en el cuerpo, pero sí la suficiente como para poder sufrir causas letales.

Vi cómo Eva se llevaba las manos a la cara, aunque había salido de una situación crítica, era difícil de asimilar que el padre de sus hijos hubiese intentado acabar con la vida de uno de ellos. Era posible que en su cabeza, ahora mismo, estuviera buscando la palabra más adecuadas para nombrarle el verdadero culpable de su intento de intoxicación —bueno, intento no, porque sí que había acabado intoxicándose, pero ya me entiendes—. Resumen: ¿cómo le dirías a tu hijo que su padre lo ha intentado matar?

— No entiendo quién me habrá podido hacer eso— estaba claro que Dani no iba a sospechar de su padre, ni sabiendo lo malo que es. Supongo que uno nunca se espera que su propio padre lo quiera ver muerto— ¿Cuándo podré salir de aquí?

— Tu cuerpo ha reaccionado bien al proceso de desintoxicación. Mañana...— miró su Apple Watch; si algo estaba claro, es que el doctor Copperman se podía permitir algunos caprichos — Bueno, realmente, hoy después de comer. Es conveniente que estés unas horas más en observación, y también por si acaso hubiera alguna toxina más por tu cuerpo. Eres un crack, de ¡menuda has salido!

Eva se levantó, y se acercó a su hijo y al doctor. Le cogió la mano a Dani, le dio un beso y miró al señor Copperman.

— Muchas gracias por haber dejado todo lo demás, para centrarte en mi hijo—le agradeció — Mi hijo es muy fuerte, pero no me cabe duda que también has influido mucho en el proceso.

— ¿De verdad has hecho eso por mí?— le preguntó fascinado Dani. Él siempre había odiado los hospitales porque decía que los enfermeros se pasaban las horas muertas con el teléfono móvil, o en terraza fumando. Pensaba así porque, casualmente, cada vez que pisaba un hospital, le atendían ese tipo de enfermeros y enfermeras, incluso algunos le trataban mal— No me alcanzarán las palabras nunca para agradecértelo, hoy podría haber...— no fue capaz de terminar la frase, pero mi cabeza la terminó y sentí un escalofrío tremendo.

Después de intercambiar varias palabras, el doctor abandonó la habitación. Nosotros nos acomodamos en el sofá, y cuando nos dimos cuenta, ya entraba por la puerta el carrito con el desayuno para Dani.

El tiempo pasó muy rápido. Eva y Dani tuvieron la conversación de lo sucedido, y la reacción de él fue llorar de rabia. No sabía en qué momento su padre se había convertido realmente en un monstruo. Un hombre machista, y también llevaba la etiqueta de asesino. Realmente dolía. Dolía ver cómo tu padre se convertía en todo aquello que una vez detestó. Mi teoría era que siempre había sido así, pero que su verdadera identidad salió con el paso del tiempo.

Llegamos a casa, y lo primero que hice fue subir a mi cuarto. No estaban todas mis pertinencias, ya que algunas cosas las había olvidado en el piso donde residía mientras estudiaba. Me senté en la cama y comencé a cuestionarme mil cosas, entre ellas, la pregunta más repetida era la de: ¿y ahora qué?

No sabía cuánto tiempo iba a estar sin tener a Juan cerca, pero lo que sí sabía con certeza era que volvería a verlo. Tarde o temprano. Y que vendría a joderme a mí. Los recuerdos de nuevo volvieron, y sin más preámbulo, me dirigí corriendo al baño y me metí a la ducha. Con la ropa, sí. Comencé a enjabonarme, enjuagarme; luego repetí el proceso, pero sin la ropa. Y finalmente, de nuevo me enjaboné. El presupuesto del agua se dispararía, pero necesitaba mucho esa interminable ducha.

Al salir, cogí una toalla marrón que había sobre el estante metálico, y me enrollé en ella. Mi pelo mojado lo recogí en un moño, para minutos después soltárselo y desenredármelo.

Una vez terminado de asearme, me coloqué una sudadera XXL de color gris, y unos pantalones cortos con estampado de pizzas. Como odiaba ir sin calcetines, incluso en verano, me coloqué unos altos de nike.

— ¿Se puede?— era Jesús. No había oído los golpes en la puerta, así que me sobresalté — Tenemos que hablar.

— ¿De qué?— le pregunté. Ah, ya, dios no—Ahora no, por favor.

— ¿Y cuándo sí?— no sonó cabreado, pero sí que noté que estaba cansado.

— No lo sé, pero hoy no—le respondí.

— Dani merece saber la verdad, Irene— me dijo con un tono autoritario.

— Hoy no— dije, cansada del tema.

— Hoy sí— esa voz no era la de Jesús, sino la del gemelo al que le debía contar todo lo que realmente sucedió con su padre.

Me quedé inmóvil en el sitio, con mi cojín sobre las manos. Jesús se encontraba a unos metros de mí, y Dani acababa de cruzar la puerta. Por la expresión de Jesús, pude ver que él tampoco se esperaba que apareciera ahí. No obstante, me miró y supo que era el momento.

Cuando me dispuse a abrir la boca para hablar, mi teléfono comenzó a sonar. Me acerqué a la mesita para cogerlo y miré la pantalla extrañada.

— Es un número desconocido— les dije, mirándoles asustada.

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