Llegaba tarde. Esta vez no era solo un «elegante retraso», era una descarada impuntualidad. El director Gram iba a matarme y a usar mi piel como bufanda en navidad, tal vez hasta pondría una inscripción en latín con mi sangre sobre mi lápida y todos alrededor brindarían con mi linfa. No me sorprendería. Podía sentir la tensión en cada célula de mi cuerpo.
Fue una buena idea elegir la casa de Alden junto a la mía. Después de ver a mi padre, sabía que había sido una idea incluso mejor convencerlo a él de mudarse con su familia a Roswell para acompañarme durante mi «estancia de integración en la universidad». Claro está, mi padre no tenía idea de que en realidad estaba ahí para probar la teoría experimental de mi madre, presentándome como conejillo de indias voluntario. Él no lo habría permitido jamás. Papá siempre decía que la ciencia no traía nada bueno, excepto la comida rápida y los expendios de postres. Así que, en lo que a mí concernía: tomé la decisión de asistir a la universidad como una persona normal, quería recuperar todas las experiencias que perdí por titularme en el CIC, y papá estaba feliz con eso... Demasiado feliz.
Temerosa, levanté el puño dispuesta a armarme de valor y llamar a la puerta, pero Alden abrió justo antes de que mis nudillos pudieran tocar la madera.
—Llegas tarde —me advirtió con el ceño fruncido y la mirada fulminante.
—Lo siento yo...
—Berilia —llamó el Dr. Gram—, ya perdimos treinta y cinco minutos esperándote. No nos hagas perder más tiempo.
Caminé hacia la sala donde me esperaba el doctor Gram con las manos unidas sobre la mesa. «Negocios» era lo que proyectaba aquel gesto que, a través de los años, Alden y yo logramos identificar. En nuestro tiempo libre, cuando éramos más jóvenes, nos gustaba hacer apuestas sobre las manos de Gram y si lo que proyectaba con sus palabras concordaba con el movimiento de estas. Con el paso del tiempo logramos memorizar y acertar en nuestros diagnósticos casi en su totalidad. Podíamos predecir sobre qué hablaría sin necesidad de que abriera la boca. Era un talento muy útil cuando se nos dejaba fuera de las reuniones y teníamos que limitarnos a espiar por las cámaras de seguridad.
—Lo siento, es que yo...
Me silenció con una mano. El fastidio era evidente en su expresión.
—No perderé más tiempo en escusas, tenemos que enfocarnos en el experimento.
Asentí a modo de respuesta y esperé.
Al sentarse en el sofá frente a mí, Alden dejó caer sobre la mesa una carpeta con mi nombre escrito en ella. Sin pensarlo dos veces, la tomé y revisé los documentos. Eran un montón de biometrías hemáticas, química sanguínea, radiografías, electroencefalogramas y conclusiones clínicas de los mejores médicos del CIC. Me salté todos los juicios irrelevantes, el único que me importaba era el criterio del doctor Bell. Al llegar a él, encontré una larga carta repleta de explicaciones sobre por qué creía que mis niveles de neurotransmisores no estaban del todo delimitados, exponía factores ambientales que interfirieron en la producción de los mismos y, con ello, afectaron los resultados de los estudios presentados. Al final concluía con una petición: que se me permitiera reintegrarme a la sociedad para nivelar mi bioquímica y luego se me sometiera a un estudio más. Estaba indignada, el doctor Bell sabía cuánto había luchado por llegar hasta ahí y todo lo que estaba en juego, no sentir su apoyo en un momento como ese era descorazonador. Por mero instinto, me abalancé sobre el resto de las conclusiones de los médicos del CIC. Todos tenían observaciones similares y sus conclusiones eran las mismas: me querían de regreso en el CIC porque, al parecer, no estaba mentalmente preparada para emprender un proyecto así. Entonces entendí la oportunidad que me doctor Bell estaba regalándome. Usó su credibilidad para darme la oportunidad de sobreponerme durante mi estadía al lado de mi padre, con la esperanza de que, en un ambiente cálido junto a alguien que podía darme su amor como nadie en el mundo, mis niveles de serotonina dejaran de ser tan decadentes y pudiera dar inicio al verdadero proyecto.
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La química del amor
Teen FictionBerlilia Collins es hija de la famosa «Química del amor». Su madre ha hecho el descubrimiento del siglo, creando un fármaco capaz de bloquear estos sentimientos. El experimento para comprobar su eficacia está a punto de comenzar, pero en los laborat...